Nuestro simpático satélite lleva con nosotros toda la Historia que podemos recordar, y a él tenemos que agradecerle las mareas y, con sus fases, las primeras mediciones de los meses y de las estaciones. No obstante, la luna no sólo ha tenido y tiene aplicaciones prácticas, sino también artísticas, y lleva siendo objeto de especulaciones y fantasías el mismo tiempo que acompañándonos. Este año se cumple nada menos que medio siglo desde que los célebres astronautas Armstrong, Aldrin y Collins llegaron a ella en el histórico vuelo del Apollo XI, pero en el terreno de la fantasía, fueron muchos otros quienes llegaron antes que ellos. Y hoy nos vamos a ocupar de una de las llegadas a la luna más famosas en el mundo de la narración gráfica: la del periodista Tintín, y sus amigos el profesor Tornasol, el capitán Haddock, y el perrito Milú.

     En la historia, el capitán y el joven Tíntín acaban de volver a Moulinsart, el gran castillo del ex-marino, para descubrir que el profesor Tornasol no les espera allí, sino que, mediante un telegrama, requiere la presencia de ambos en Syldavia (país imaginario conocido ya por Tintín, de cuando tuvo que evitar una conspiración contra su rey en El cetro de Ottokar). Al llegar allí, tras un viaje lleno de precauciones y controles de la policía del citado país, el profesor les explica que han sido hallados en las montañas donde se encuentran, ricos yacimientos de uranio. Lejos de usarlo para fabricar armas nucleares, Tornasol lo ha tomado para sus estudios de astronáutica, y pretende poner en marcha un motor atómico con el fin de llegar a la Luna. 




     Dejando aparte las reticencias y las rabietas del capitán, pronto se pone de manifiesto que, las técnicas, no van a ser las únicas dificultades a las que tengan que enfrentarse los aventureros, puesto que se sospecha de un caso de espionaje en la base. Intentando por todos los medios llevar a cabo los trabajos sin que estos caigan en manos enemigas, a la vez que luchando por desenmascarar al espía, el profesor, el capitán y Tintín se enfrentarán a mil dificultades, hasta lograr por fin poner en marcha el cohete y llegar, en efecto, hasta la Luna, donde continuarán las peripecias en una de las más épicas aventuras del periodista belga. 

     Corría el año 1950 cuando Georges Remi (más conocido por Hergé), autor de Tintín, comenzó el que sería el primero de los dos álbumes que contarían las citadas aventuras y que se publicó en forma de serie en la revista que compartía nombre con el personaje, Tintín. Entre marzo y septiembre se completó la primera parte de la aventura, que luego sería publicada en forma de álbum. Los lectores hubieron de esperar un año entero para saber cómo continuaba la historia. 


     Como era habitual en las aventuras de Tintín, la ciencia y la exhaustividad de los hechos forman parte esencial de la historia. Hergé solicitó ayuda técnica y buscó información, a fin de que el apartado científico del cómic fuera lo más veraz posible. La acción se centra en el espionaje, la aventura y la ciencia, careciendo por completo de elementos fantásticos. El autor no quería un cómic de hombrecitos verdes ni monstruos de fantasía, sino de enfrentamiento sucio entre potencias enemigas, intriga y acción. 

     Asimismo, el tratamiento de los personajes merece mención especial. En concreto, el profesor Tornasol, a quien siempre habíamos visto como un hombrecito pacífico e imperturbable, el clásico sabio despistado, y aquí además sordo, para acentuar su nivel de distracción, nos dejará ver que también él tiene su carácter. En cierto punto de la aventura, el capitán Haddock, ofuscado y enfurecido por uno de los múltiples accidentes que sufre, reacciona como es costumbre en él, grita y amenaza con marcharse, mientras invita a Tornasol a que “siga haciendo el indio todo el tiempo que quiera”. El profesor, picado en el orgullo de su trabajo en el que tanto se ha volcado y precisamente por alguien a quien respeta y quiere tanto, monta en cólera por primera vez conocida, al punto de apabullar al propio capitán. Será éste quien más tarde tenga a la vez que ayudar y cuidar a Tornasol, dando así un mentís al sinnúmero de amenazas y maldiciones que el marino suele dedicar al científico. De este modo, Hergé nos presentó a personajes nada planos ni arquetípicos, sino ricos en matices, creíbles y reales. Ni tan fiero era el lobo de mar, ni tan pacífico el ratón de biblioteca, pero todo encajaba y resultaba coherente. 



     Objetivo: la luna y Aterrizaje en la luna forman una de las más recordadas aventuras de Tintín, tanto en su inconfundible humor, como en el apartado científico, como en la construcción de personajes. Al igual que el resto de las aventuras del reportero, fue adaptada para la pequeña pantalla, y Spielberg tenía interés en adaptarla en animación 3D como hiciera con El secreto del Unicornio, proyecto del que aún no hay confirmación. A nosotros sólo nos resta recordarla cada vez que abramos la ventana y veamos ese a la vez humilde y extraordinario cuerpo celeste por el que, además de astronautas, se han paseado Tintín, Meliès, Mortadelo y Filemón, Wallace y Gromitt… y un largo etcétera. 





    “Houston, tenemos un problema”. Si no coges esta frase, tienes que ver más cine.