El dulce y denso aroma del chocolate derretido inunda mi mazmorra. El sudor me escurre de la frente y habitualmente me molestaría, pero hoy, mientras doy vueltas al contenido del caldero y le añado azúcar y canela al chocolate, no dejo de sonreír. Por fin, sube por tercera vez, y ZombiD y el tiíto Creepy acercan sus tazas para que las llene de chocolate a la taza. Brindamos los tres y por un momento, sólo se oyen respectivos "hmmmmmm..." salir de nuestros labios al probar la dulce poción. El calderito, que aún reposa en la rejilla de la chimenea, sigue soltando humo perfumado. 


     -Sigo diciendo que si tenías antojo de chocolate, podríamos haber hecho helado o batido... - dice D - No había necesidad de meterse entre pecho y espalda un tazón de chocolate ardiendo haciendo todavía estas temperaturas. 

     -¿Eso quiere decir que no quieres el tuyo? - contesta enseguida el tiíto Creepy, echando mano a la taza de mi novio, y éste le sacude un cachete en los nudillos.

    -¡Zaaaape! - contesta D, como si espantase a un gato. 

    -Sí, podríamos haber hecho algo frío... pero reconóceme que el chocolate a la taza, tiene un romanticismo especial. - contesto yo. Y hay que reconocer que se trata de un chocolate de la mejor calidad, "Chocolate para taza batido en cascada Wonka". Sólo existe un chocolatero que use una cascada para batir el chocolate, y ese es Willy Wonka. Y en honor a él, hoy, en Cine Freak Salvaje: Un mundo de fantasía. 


 
   Escribir una historia para niños con su justa moraleja y que no resulte moralizante, no es tarea sencilla. Darle el punto adecuado de diversión, aventura, miedo y no pasarse de rosca en ningún momento, ya es para nota. Y pretender después adaptarla a cine,  fue pedir demasiado. En especial cuando eres el autor y resulta que tus sugerencias van a parar a un saco roto, y el director parece que ha pedido tu colaboración sólo porque resultas decorativo, y la cinta que se está rodando no da la impresión de tener del todo claro qué tono debe seguir, al punto de contener algunas imágenes o secuencias hechas realmente con el propósito de causar miedo y agobio. 

    A pesar de que, merced a la nueva versión de la historia hecha hace relativamente pocos años por Tim Burton (aunque espero que alguno de vosotros se haya leído el libro, y si no es así, sabed que eso hace llorar mi tierno corazoncito), todos conocemos la sinopsis, diremos que en una ciudad vive el pequeño Charlie con su madre y sus cuatro abuelos y pasan verdadera necesidad. El joven protagonista ve a diario la fábrica de chocolate Wonka y sueña con visitarla. Un día, salta la noticia de que el dueño de la citada fábrica va a permitir a cinco niños entrar en ella; ocultas en las chocolatinas que vende hay cinco billetes dorados, y aquél que encuentre uno, será el afortunado en poder realizar la visita. 

     Entre los escritores para niños, los hay de dos tipos: los que piensan que quienes van a leer su obra, son niños, y los que piensan que quienes van a leerla, son lectores. Roald Dahl, autor de Charlie y la fábrica de chocolate, era del segundo grupo. Como tal, le importaba bien poco meter en su obra  algo de tenebrismo, de crueldad o hasta de mala leche. Él no pensaba que pudiera herir las sensibilidades de nadie, y estaba más que acostumbrado a escribir para adultos sus cuentos de terror, o los ambientados en la Segunda Guerra Mundial (había sido aviador en ella), de modo que cuando empezó a escribir historias como la que nos ocupa, Matilda o El Superzorro, no pensó en niños, sino simplemente en lectores a quienes interesaba otro tipo de géneros, y adaptó sus expresiones o los temas que trataba, pero no el modo cómo los trataba. Así, en la novela original podemos ver cosas que hoy día, en plena edad de la corrección política, nos chocarían, y en la adaptación que os traigo, rodada en 1971, mucho más aún. 

     Desgraciadamente, no es lo mismo escribir, que filmar. Una obra escrita no está jamás pensada
para el gran público, en tanto que una obra cinematográfica, máxime cuando está protagonizada por niños y una fábrica de chocolate, sí que lo está... en teoría. Porque si os cuento que aparecen enanos con el cabello verde, o escenas de una gallina decapitada, o un ciempiés recorriendo un rostro humano, seguro que no os parece una película para ver con vuestro hijo de cinco años. Sin embargo, la cinta no tenía ningún tipo de restricción por edad. 

    Sin duda estaréis pensando "¿pero qué tipo de adaptación hicieron esos bestias, si la cinta de Burton no tenía nada de todo eso?". Una un poco a su manera. Veréis; en primer lugar, le encargaron la adaptación del guión a David Seltzer (quien se haría famoso años más tarde por adaptar el guión de La profecía). En un principio, iba a ser el propio autor, Dahl, el encargado del guión, y de hecho el trabajo de Seltzer no está acreditado en la cinta, pero las sugerencias del autor eran desechadas por la dirección, mientras que se aceptaban las de Seltzer, quien insistía en dar el mayor protagonismo posible al personaje de Wonka y acentuar su forma de ser, por encima del personaje de Charlie. Mientras el niño es el protagonista sólo durante el primer tercio de la película, apenas aparece Willy Wonka (encarnado por el genial y recientemente desaparecido Gene Wilder), el personaje del niño - y de todos los demás niños- queda eclipsado por él. Si bien cada niño tiene su carácter, su defecto y su momento, Wonka barre de la escena a todos los demás personajes. 

   
 En segundo lugar, la adaptación de la novela fue, dentro de lo concerniente a Wonka, bastante fiel. Si habéis leído la novela (y si no, aquí estoy yo para contároslo), el chocolatero es un genio. Y como tal, es un poco excéntrico, por no decir que está completamente majareta, pero eso no le resta un ápice de talento, ni de bondad. Ahora... nunca se sabe con exactitud hasta qué punto habla en serio o en broma, al punto que tiene que ser él mismo quien prevenga de que no bromea. Esto provoca una incertidumbre en todo momento, puesto que los protagonistas no tienen modo de saber si, ante los prodigios que Wonka les muestra, están seguros o no. O si corren peligro de muerte o no. El tono de la película, pues, resulta un poco inadecuado para espectadores de cualquier edad, puesto que pasamos de cancioncillas pegadizas (sí, se trata de un musical. En la novela original, los Oompa-Loompas cantan, y en la presente adaptación también lo hacen, así como el propio Wonka, o Charlie) y el maravilloso Recinto del Chocolate, a un viaje propio de pesadilla en el que Wonka habla maquinalmente, como un maníaco, y se proyectan ante nosotros imágenes de lo más bizarro. 

     Precisamente esa acentuación de Wonka como una persona tan dual, la sugirió el propio Wilder.
Cuando le ofrecieron el papel, el actor estudió el guión y dijo que se avendría a hacerlo si le dejaban presentar al personaje del siguiente modo: la primera vez que apareciera en la cinta, tendría que ir cojeando con un bastón, para pasar enseguida a hacer un salto mortal. ¿Por qué? "Porque a partir de ese momento, nadie sabrá cuándo Wonka está mintiendo y cuándo dice la verdad", esas fueron las palabras de Gene Wilder y, amén de que podamos ver en la cinta que fueron aceptadas, se trató, a mi juicio, de un gran acierto. No obstante, esa maravillosa particularidad que hace de Wonka un personaje tan único, fue también la llave del fracaso de la cinta, al dar a una película supuestamente infantil o cuando menos tolerada, un tono poco claro, por no decir tenebroso en algunos aspectos. No pocos niños pasaron miedo durante la proyección, y el propio Dahl renegó de la adaptación, prohibiendo la venta de los derechos de la continuación, Charlie y el gran ascensor de cristal, por temor a un nuevo desaguisado. De nuevo fue Gene Wilder quien, finalizado el rodaje y a la vista de los resultados de crítica y taquilla, visitó al autor en su hogar para pedirle disculpas por haber trabajado en una adaptación en la que se desoyó precisamente a quien más sabía de la historia: al autor de la misma. 

   
Un mundo de fantasía pasó por las taquillas con mucha discreción, llegando apenas a ser un "lo comido por lo servido" (quiero decir que recaudó poquito más que lo costó rodarla. No es que fuese un fiasco, pero tampoco produjo las ganancias que se esperaba de ella). La crítica no la trató mucho mejor, pero obtuvo una nominación a los Oscar para la mejor banda sonora (aunque se lo llevó John Williams por El violinista sobre el tejado), y hoy día es una película de culto. A mi parecer, y por más que me encante Roald Dahl, es una buena adaptación y una película muy entretenida y recomendable, llena de dulzura sin ser empalagosa (y mira que hablando de chocolate, es difícil), y aunque peque un poco de pensar que basta con desear algo con fuerza para que se haga realidad, la deslumbradora presencia de Wilder hace que se lo perdone todo. Cinefiliabilidad 5, lo que significa que puede ser algo difícil de ver debido a los números musicales y a los momentos tenebrosos, pero quitando eso, es  tolerada, muy divertida, e ideal para ver en familia. Eso sí: proveeos de dulces, y no se os ocurra verla si estáis a dieta. 

(Nota curiosa: Gene Wilder fue descubierto por Mel Brooks, o más concretamente por Anne Bancroft, novia de éste en aquél momento y más tarde esposa. Bancroft trabajaba en una obra de teatro en la que Wilder intervenía como secundario y ella, convencida del talento de su compañero de reparto, le pidió a su novio que le probara para un papel. Aquélla prueba, le llevaría a protagonizar Los productores y, años más tarde, El jovencito Frankenstein. Durante los últimos años de su vida, Gene Wilder padeció alzheimer. No quiso hacerlo público para que la gente que le reconocía y le saludaba llamándole por el nombre de alguno de sus personajes sintiese lástima de él, o pudieran dejar de hacerlo por pensar que aquello podía herirle, o molestarle. Y yo hoy aquí no le digo "hasta siempre", porque vive para siempre en mi Castillo como el dr. Frankenstein). 

Papel de pared comestible. Y yo sigo preguntándome a qué sabrá una cornarina.


"No se lo va a creer, agente. El camión se ha parado de repente, ¡se ha parado! ¿No tendrían ustedes un cable para remolcarnos?" Si no coges esta frase, tienes que ver más cine.