A través de la ventana de cristal emplomado en rombos, ZombiD y yo miramos caer la lluvia. El verano por fin ha terminado y aunque aquí no goce de muchas simpatías, su marcha siempre deja una especie de melancolía. Estamos en el gran salón del castillo, donde el querido tío Creepy ya ha encendido la chimenea, y la mayor parte de los habitantes del castillo estamos pasando un rato de vecindad compartida; mi tiíto lee, Herbert West y Ella juegan al ajedrez, Vladi y Mina a las cartas... ZombiD me pasa el brazo por los hombros, me recuesto contra su pecho y recuerdo la primera vez que vine a la que ahora es mi segunda patria, mi querida Transilvania. Yo tenía entonces sólo siete años de edad, y vine agarrada de la mano del joven descendiente de un notable miembro de ésta tierra tan rica en romance y tradiciones... El doctor Frederick Frankenstein. Con él precisamente inauguramos ésta nueva etapa de Cine que ya tendrías que haber visto: El jovencito Frankenstein.




   
 La historia da comienzo en el castillo familiar de los citados Frankenstein, donde un notario se hace con la caja que contiene el legado del barón (...con alguna dificultad, porque, pese a estar muerto, el abuelo Frankenstein no se deja quitar nada así como así), y la lleva a una Universidad, durante una clase de anatomía cerebral dada precisamente por el nieto y heredero del barón. El joven Frederick Frankenstein (Gene Wilder) no se siente particularmente orgulloso de su pasado; en sus palabras: "preferiría que me recordaran por mi modesta contribución a la Ciencia, y no por mi accidental parentesco con un famoso... brujo", pero a pesar de ello, decide ir a Transilvania para conocer su herencia. Allí será recibido por el descendiente el ayudante de su abuelo, Igor (se pronuncia "Aigor", y fue encarnado por Marty Feldman), y entrará en contacto con los conocimientos secretos de su abuelo, lo que despertará su curiosidad, lo quiera o no. Cuando finalmente se haga con el "Hazlo-tú-mismo" de su abuelo, no podrá resistir a la presión de su pasado y a su curiosidad como científico y médico, y se lanzará a la aventura de devolver a la vida la materia muerta. 

     En toda cinta que se precie de contar una buena historia, el protagonista se ve abocado a sufrir
cambios, a enfrentarse a hechos, y a cambiar. En El jovencito Frankenstein, nuestro protagonista cambia de una forma radical. Al inicio de la cinta le vemos como alguien rígido y que desprecia abiertamente su pasado, hasta tal punto que intenta incluso disimular su apellido indicando que se pronuncia "Fronkonstin" y no "Frankenstein". Es un hombre de ciencia pura, de hechos demostrados y para quien la muerte implica el fin absoluto sin ambages. La mera idea de interesarse por la muerte la considera inútil y hasta insultante, y todo lo relacionado con su pasado familiar, le produce vergüenza. Sin embargo, no deja de ser un científico en todo momento, y precisamente su ansia de saber le llevará a intentar encontrar la biblioteca privada de su abuelo, por más que piense de él que "era un hombre muy enfermo", y cuando por fin caiga en sus manos el manual, desterrará todas sus dudas para llevar a cabo El Experimento. Frederick quizá no lo sabía, y sin duda Mary Shelley tampoco, pero estaban inaugurando una larga y gloriosa tradición de científicos locos; hombres de Ciencia cuya curiosidad y también cuyo altruísmo, les llevaban a traspasar las barreras de la ética o la moralidad en busca de un bien mayor. Otros vendrían más tarde y se llamarían de tan simbólicas maneras como Emmet Brown, Herbert West, o incluso Profesor Bacterio.

    Si bien los personajes de Inga (Teri Garr) e Igor son esencialmente cómicos, no podemos dejar de llamar la atención sobre ellos. En concreto, Inga, la joven designada como ayudante de laboratorio es una joven que vive su sexualidad de forma completamente libre, de modo que no duda en tirarle los trastos a Frederick sin ningún reparo (por lo que vemos en la cinta, tampoco parece saber que él está prometido), y es completamente opuesta a la novia formal del protagonista. Elisabeth (Madeline Kahn), la novia en cuestión, es tan guapa y delicada que... que no hay manera de tocarla, no le concede ni un beso para darse a valer. Inga, por el contrario, no parece opinar igual; para ella es más valioso un rato agradable ahora que un supuesto valor añadido para más tarde. Elisabeth es una modelo cuyo arreglo personal es tarea de muchas horas y puede ser estropeado en segundos, toda ella dice "mírame, pero no me toques". Inga es una mujer real, su aspecto puede ser más sencillo que el de Elisabeth, pero es natural y dice a todas luces algo muy contrario a lo que transmite Elisabeth... ¿qué os creíais, que eso de "por la belleza real", lo habían inventado los de Dove?

    En cuanto a Igor, desde su joroba de posición cambiante ("¿Qué joroba?"), cuarenta años de políticas sociales nos contemplan. Mientras que los ayudantes de los villanos eran estúpidos, lealmente obedientes en su estupidez y vivían temerosos de sus amos o maestros, Igor le da una patada a todo eso. Los tiempos habían cambiado, y con ellos los obreros. Durante la década de los treinta, época en la que se hicieron famosas las películas de monstruos, el cine era un entretenimiento al que se iba de traje (o al menos, estaba concebido así). Los ricos lucían sus mejores galas y chales para ir a las salas de cine, que sólo desde hacía unos años era sonoro; iban en coches con chofer o taxi  y representaban lo mejorcito de las clases altas. En una palabra: los ayudantes de los villanos, eran los obreros que los ricos hubieran querido tener y lo que en pantalla querían ver; serviles, sin derechos, sin voz ni voto más que para decir "sí, amo"... Ya durante los cuarenta y cincuenta el cine se empezó a popularizar mucho más, y para la década de los setenta ya era "el teatro de los pobres". Las sesiones matinales a precios reducidos, los ciclos infantiles y las tarifas especiales para jóvenes o jubilados habían hecho que el cine fuera el entretenimiento barato por excelencia (sí, sí, antes había tarifas así. ¡Y sesión continua! ¡Y antes de empezar la película, ponían dibujos o un corto cómico en lugar de anuncios...!). Ahora, Igor ya no era el esclavo servil y calladito de antes, sino que no tenía reparos en contestar, tomar el pelo, y por no reparar, no reparaba ni en pretender llevarse al huerto a la prometida del amo. 

    En especial lugar, tenemos que mencionar a Frau Bluger (inserte relincho de caballos aquí, por favor). La anciana ama de llaves del castillo, que ya conoció al abuelo Frankenstein en la juventud de ambos (y le conoció bastante bien...), es la llave que abrirá el cajón de la curiosidad del joven protagonista. Mientras que otros pueden preguntar a Frederick, ella directamente le manipulará a su antojo y se jactará de los logros del médico conseguidos, a fin de cuentas, gracias a la insistencia de ella. 

    Finalmente, y con especial afecto, tenemos que mencionar al Monstruo (Peter Boyle). Igualmente,
los monstruos de Boris Karloff o Bela Lugoshi eran cosa del pasado. Aquí, nos encontramos a un monstruo con problemas, claro está. Un monstruo cuyo cerebro no es tan bueno como debería ser, pero un monstruo humano y con corazón, cuyo único deseo es el mismo que el de cualquiera: amar y ser amado. Esto fue un golpe de genio de Brooks; a diferencia de otras películas serias en las que el monstruo era despiadado o cruel, aquí nos mostró por primera vez la verdadera esencia del niño rechazado que siempre fue la Criatura, ya desde la novela de Mary Shelley (y que más tarde sería adaptado más fielmente en la cinta de 1994 dirigida por Kenneth Branagh). Un ser que desea por encima de todo ser aceptado, pero su desagradable aspecto hace que todos le teman y odien sin darle ninguna oportunidad (atentos al Ciego: es Gene Hackman). En la cinta que nos ocupa, el Monstruo busca con desesperación alguien que le ame, pero también busca su propia libertad, y hasta su independencia en todos los aspectos, cosa que será fácilmente comprendida por su "padre", Frederick, al igual que otros aspectos de su carácter. Siempre en clave de humor, siempre con la risa a flor de labio, pero la cinta nos muestra el carácter esencialmente infantil y sensible del Monstruo, y cómo el científico entiende mejor que nadie a su criatura, cómo sabe cuando tiene miedo o falta de confianza, cuando necesita que le abracen y le digan que no es malo y que le quieren, cuando necesita incluso que alguien se sacrifique por él para intentar salvarle, lo que nos llevará a uno de los momentos más emotivos de la cinta y de casi cualquier película de humor, cosa que no resulta afectada en absoluto, ni fuera de lugar, es simplemente algo que era preciso hacer y que Freddy hace. Y es que hay cosas, que sólo las hace un padre. 



     Nos encontrábamos en los años setenta, y Mel Brooks era el rey de la comedia. Años antes había ganado incluso un Oscar gracias a Los productores (comedia musical adaptada al teatro y que aquí pudimos disfrutar en el talento y la persona de Santiago Segura y José Mota. Divertidísima), y cintas suyas como Sillas de montar calientes o La loca historia del mundo hacían las delicias de adultos y niños. Brooks era sinónimo de comedia a tal punto que, si quería participar en alguna película seria, tenía que hacerlo ocultando su nombre para no predisponer al público a la risa, motivo por el que creó la productora Brooksfilm, que nos trajo cintas tan dramáticas como El hombre elefante. Brooks, gran cineasta y gran amante del cine, conocía bien los tópicos de todos los géneros y hacía reír precisamente por desmontarlos hasta el absurdo y mostrarlos en toda su ridiculez, amén de por incluír una generosa dosis de surrealismo en sus películas. En la citada Sillas de montar calientes, en cierto punto de la película, los vaqueros se salen de la misma e invaden un musical, un estudio cinematográfico y hasta un cine donde proyectan la misma película. En el caso que nos ocupa, hacía ya años que el technicolor era una realidad, pero Brooks decidió rodar en blanco y negro para conseguir una atmósfera más similar a la de las cintas de terror de los años treinta que pretendía parodiar. 

     No obstante, aunque nos encontremos en el terreno del humor y la parodia, los momentos emotivos que se alcanzan en la cinta nos hacen pasar de la risa al llanto y acto seguido a la carcajada en cuestión de segundos, y todo de forma lógica. El monólogo casi shakespeariano que nos obsequia Frederick* en el momento de la reanimación puede cogernos por sorpresa en una cinta de éste tono, pero la actuación de Gene Wilder nos sumerge en él en un instante, y casi lo mismo sucede con el del Monstruo, en el que éste nos cuenta sus sentimientos y su crecimiento personal. Mientras que otras cintas podrían haber derrapado por el abismo de lo lacrimógeno en una situación similar, aquí nos encontramos con emoción en su justa medida, y todo ello para volver a la comicidad casi al instante. 

    El jovencito Frankenstein significó poco menos que un antes y un después en la carrera de Brooks y Wilder, se llevó los premios Hugo y Nébula (a la mejor presentación y al mejor guión respectivamente) y en pocos años se convirtió en un clásico del Cine en general y de la comedia en particular, una película que realmente  es preciso ver, y de la que el propio Brooks dice que "probablemente, sea la mejor película que he hecho".  Y qué mejor ocasión para disfrutar de ella que ésta, que acaba de cumplir nada menos que cuarenta años, y para conmemorar que POR FIN le han concedido a Mel Brooks una estrella con sus huellas. Más de medio siglo de carcajadas en el cine y la televisión (os recuerdo que la serie televisiva El superagente 86 era suya), bien merecían la estrella. Y El Jovencito Frankenstein, por más que tenga una cinefiliabilidad 6 (lo que significa que puede ser algo dura de ver precisamente por ser más sensible que una comedia al uso), bien merece un visionado.




*"Desde aquél día fatal en que los primeros hediondos pedazos de fango salieron del mar y le gritaron a las frías estrellas: "¡Soy yo, el Hombre!", nuestro mayor temor ha sido siempre el conocimiento de nuestra mortalidad. Pero ésta noche, vamos a arrojarle el guante de la Ciencia, a la mismísima y espantosa cara de la Muerte. Esta noche, ascenderemos a los cielos. ¡Burlaremos al terremoto! ¡Mandaremos sobre el trueno! ¡Y penetraremos en las entrañas mismas de la, hasta ahora, impenetrable Naturaleza! (...) ¡Vida! ¡Vida, ¿me oyes?! ¡Dame Creación! ¡Vida!". Sí, señores. Esto, en una cinta de humor. Como dicen por ahí, qué grande es el Cine. Y como Brooks es así, pocos minutos antes, hemos visto esto:




"¿Alguno de ustedes ha visto a un individuo con gafas y con cara avinagrada? Con... ¡con cara de caníbal! ¡Quiero decir un tío feo, feo de verdad!" Si no coges ésta frase, tienes que ver más cine.