-¡Agua! Ahora me toca a mí… eeeh… E5

   -…Tocado.

   -Ya eres mía… ¡F6!

   -¡Mi superdestructor acorazado! ¡Lo has hundido a la primera, ¿cómo…?! - Sólo entonces me percato que ZombiD apoya la cara en la mano izquierda y con ella se tapa un ojo. - ¡Serás…! ¿¡Dónde has puesto el ojo, donde ésta?! – ZombiD no deja de reírse, y finalmente encuentro su ojo, escondido junto a mí. - ¡Has hecho trampa!

    -¡He usado espías, en la guerra se usan espías!

   -¡Pues a los espías, se les castiga! – Intento levantarme y echar a correr, pero ZombiD me hace un placaje intentando recuperar su ojo izquierdo; forcejeamos entre risas, pero no puede evitar que abra el Portal de debajo de la alfombra y eche su ojo en él. 

   -¡NO! ¡No….! – grita ZombiD, pero es demasiado tarde, su ojo ha traspasado el Portal, y está viendo Las Cosas Horribles. - ¡Piedad, no puedo cerrar el ojo, lo veo todo….! ¡Basta! Están… se están… ¡Aaaaaaaaaaaah! 

    -Hum… te vales de que no puedo veros sufrir. – digo por fin, meto la mano bajo la alfombra, hurgo en el portal y el ojo vuelve a mi mano atraído por la dimensión a la que pertenece. ZombiD suspira, y le beso la mejilla al recolocarle el ojo en su cuenca. Se abraza a mí gimoteando y meciéndose. Sé de sobra que es teatro, pero le devuelvo el abrazo y le aprieto contra mí. – Bueno… no he te he obligado a ver Las Cosas, y tú no has hecho trampa, ¿vale?

   -¡Vale, vale, trampas malas, ZombiD chico bueno, no más trampas…!

   -Genial. Y ahora, quítame las manos de ahí antes de que te cruce la cara. – ZombiD se parte de risa; en mi humilde mazmorra de renta limitada, jugar a guerra de barcos puede desembocar en batallas reales, pero sé que mi putrefacto amigo tiene razón: en la guerra todo está permitido, y minar la moral del adversario, es una baza importante. Hoy, vamos a tratar de una cinta que, aunque se desarrolla en mitad de una guerra, no es especialmente bélica, pero sí trata de un grupo de soldados que intentan desmoralizar al bando contrario: La vaquilla.


    Nos encontramos en la tríada de años oscuros de la historia española contemporánea (si bien los actuales, no es que sean muy luminosos, pero en fin…), del 36 al 39, y concretamente, en las trincheras republicanas que rodean un pequeño pueblo bajo el control de los nacionales. Allí, la guerra parece tomarse con bastante tranquilidad, pero el sistema de radio por altavoces nos anuncia que van a celebrarse las fiestas del susodicho pueblo, con encierro, el toreo de una vaquilla, misa, festín, y baile, y ofrecen jocosamente la posibilidad de acoger a los soldados que deseen cambiar de bando, noticia que no es en absoluto del agrado del teniente y el brigada del ejército del legítimo gobierno republicano (José Sacristán y Alfredo Landa respectivamente). En un intento tanto de impedir la fiesta, como de fastidiar al otro bando y levantar la moral del suyo, deciden reunir un equipo para dar un golpe de mano en el pueblo, consistente en matar la vaca y traérsela a sus filas para zampársela. 

      La vaquilla nos lleva a un contencioso bucólico y bienintencionado donde, en clave de humor, nos muestran una guerra de puro cachondeo donde el mayor peligro parece residir en que el teniente te pele al cero, y cualquier ideal de “cruzada”, “heroicidad” o “liberación”, se ve relegado en pro de la sátira y el cinismo. Plagada de un humor mortadelero, La vaquilla nos muestra a personajes tan típicos como hilarantes. Mientras que los personajes encarnados por José Sacristán y Alfredo Landa tienen verdaderos ideales y, pese al tórrido calor veraniego y el hastío, se los creen, al resto de soldados, eso de “dar la vida en pro de la gloriosa república” parece que les cae bastante lejos, y salvo alguno muy puntual (un soldado homosexual o el que sabe de sobra cómo se las gastaría el marqués en caso de ganar la guerra), la mayoría no parecen ver utilidad práctica a estar en uno u otro bando, sino que se limitan a obedecer y dejarse llevar. 

    El entusiasmo y la mala leche de los cargos superiores, contrastan con la pasividad y hasta el      
escaqueo de sus soldados, por no hablar de los dolores de conveniencia o el valor de boquilla que en muchas ocasiones presentan los personajes. Así, cuando se dirigen a matar a la vaca, Santiago Ramos (El Limeño), pretendido torero que supuestamente había matado toros hasta en América, se caga (literalmente), y tendrá que ser el más físicamente birrioso del grupo (con todos mis respetos para el voluntarioso Guillermo Montesinos) el que sugiera acabar con la pobre vaca a machetazos. Lo que parecía un golpe sencillo, por los intereses personales de unos, el miedo de otros y un mando encarnado sólo en mala baba y no en liderazgo, se convertirá en un rosario de desventuras cómicas a cual más estrafalaria y divertida que la anterior, todo con tal de conseguir un objetivo que parece alejarse más con cada paso que se da.

    La década de los locos años ochenta trajo muchos cambios a la sociedad española, unos esperados, otros temidos, algunos denostados, pero la mayoría, necesarios. Acabábamos de salir de una dictadura que nos había condenado al subdesarrollo y la ignorancia durante varias décadas (y todavía lo andamos pagando… y lo que nos queda) y durante la cual existían multitud de temas tabú. La guerra civil, para todo lo que no fuese exaltación del bando nacional y las bondades que supuestamente trajo consigo, era uno de ellos. Se trataba de un tema controvertido y espinoso, que para unos era motivo de dolor y malos recuerdos, y para otros podía representar la cruzada contra el comunismo que nos hubiera convertido en una especie de filial rusa… Al igual que la religión, era algo que no se podía tomar a broma, pero si de algo podemos jactarnos, es precisamente de saber reírnos de todo, empezando por nosotros. La vaquilla, al igual que la producción anterior Biba la Banda, hizo precisamente eso: reírse de la guerra civil, de ambos bandos por igual, y demostrarnos que, derechas o izquierdas, fachas o rojos, los españoles éramos en última instancia, eso: españoles. 


   Durante la citada década, se legalizaron cosas tan controvertidas como el divorcio, y se despenalizó el consumo de marihuana. La censura murió CASI definitivamente, y por primera vez, se podían ver pechos femeninos en la gran pantalla y películas en las que no cortaban el beso de los protagonistas. Los sectores más conservadores de la población, que abogaban por prohibir la exhibición de determinadas cintas y que habían batallado en contra de lo que ellos llamaban “libertinaje”, tenían que hacerse a la idea de que su intento de dominar las mentes de todo un país, había llegado a su fin, y si algo no les gustaba, debían limitarse a no verlo, pero no podían prohibirlo a los demás. Por primera vez en más de cuatro décadas, los españoles no éramos considerados como menores de edad a quienes podía perjudicarles ver o leer determinados contenidos y debíamos contentarnos sólo con aquello que otras personas creyesen adecuado para nosotros.

    La vaquilla y Biba la banda fueron dos de las películas que iniciaron la “fiebre de la guerra civil”, tema que se ha visto tristemente sobreexplotado en las últimas décadas, pero de forma mucho menos cómica (como dijeron en el Jueves: “la fórmula para arrasar en los Goya; Guerra civil-rojos muy buenos, nacionales muy malos-tetas y algún homosexual salao”). Igual que los Estados Unidos ya no conmueven a nadie con la guerra de Vietnam, el público español también acabó saturado de cintas sobre nuestro conflicto bélico, pero al menos algunas en general y ésta en particular, aunque sólo sea por su contenido cómico, merecen la pena.

La vaquilla es una cinta de humor, fácil de ver y realmente muy divertida, pero también es humor español, mete carne y tetas que no aportan nada a la trama, y trata de un tema que está absolutamente quemado y se hizo trillado y cansino por su abuso. Es recomendable por su comicidad y la época de cambios que representa, pero es preciso saber qué vamos a ver. Cinefiliabilidad 7.

Esto, no puedo escatimároslo; ojo que hay spoilers en el vídeo (de hecho, resume casi toda la peli), pero este monólogo de Landa, es una guinda en la cinta:


(Si no te has reído, no pierdas el tiempo en verla. Pero si te ha hecho gracia, búscala; te gustará).


“No cantes. Asesina, pero no hagas versos. Envenena, pero no bailes. Incendia Roma, pero no toques la cítara”. Si no coges ésta frase, tienes que ver más cine.