Barcelona, años cuarenta. La guerra civil es algo que todo el mundo desea olvidar, pero la presencia del dictador no lo permite. Entre las ilusiones de libertad, de que los Estados Unidos derroquen el actual régimen junto al resto de fascismos europeos, una España se recupera poco a poco del hambre, la tragedia y la guerra entre hermanos. En medio de ello, la editorial Bruguera ve que su línea de «revistas y periódicos infantiles» crece a un ritmo tan desmesurado como ni se atrevían a soñar, haciéndoles ganar cifras de cientos de miles cada semana. Pero de eso no se benefician los verdaderos artífices de las revistas, los dibujantes. Así da comienzo El invierno del dibujante, la novela gráfica de Paco Roca que me ha destrozado, aunque de forma maravillosa, el corazón. 

Ambientada en la citada época, el cómic da saltos temporales entre dos épocas relativamente cercanas para contarnos la aventura en solitario que tuvieron los mejores dibujantes de la casa Bruguera en aquel entonces. Escobar, Cifré, Peñarroya o Vázquez, entre otros, cuando hartos de las tiránicas condiciones de la editorial, decidieron montar una revista propia y distribuirla ellos mismos, la clásica Tío Vivo. 

En la segunda línea temporal vemos que no llegaron a conseguirlo y no porque la revista no fuese buena, sino porque Bruguera, temerosos de la competencia, la boicoteó con ayuda de picapleitos y un chivato. Quién es ese topo es algo que vemos en la página 3, pero no por ello resulta menos doloroso.

A través de las páginas, vemos que la mayor parte de los dibujantes realmente buenos no concebían la historieta como un absurdo pasatiempo de niños, sino como un vehículo de pensamiento, de transmisión de ideas y hasta de subversión política y social. 

A través de su entrañable Carpanta, por un ejemplo, Escobar denunciaba con finísima ironía que las despensas de los españoles sufrían de escasez y que aquellos que dormían debajo de un puente no eran necesariamente «vagos y maleantes», sino infelices a quienes la sociedad había dejado de lado. Peñarroya se burlaba de las familias perfectas y las condicionamientos sociales para alcanzar el bienestar a través de su don Pío, y así los demás. Claro, eso, en una España que estrenaba dictadura, donde la pena de muerte acechaba y las ideas estaban rígidamente vigiladas, no era bien recibido. Los autores se veían obligados, bajo el trazo rojo del lápiz censor, a moderarse continuamente y a hacer historietas dentro de unos cánones y para unas edades, sin sacar jamás los pies del tiesto.

Su huida de Bruguera dejará espacio para otros autores desconocidos en aquel entonces. Si bien Bruguera era la editorial por excelencia del cómic infantil (como nos recuerdan en la novela «eran revistas y periódicos infantiles, no se podía decir «tebeo» porque el TBO era la competencia»), no era ni remotamente la única, pero sí la que tenía a los mejores, por ello los nuevos talentos tenían tan difícil entrar en ese mundillo. Gracias a eso, el propio Ibáñez consigue entrar en la editorial y hacerse un hueco.

Cuando, ante el fracaso de Tío Vivo debido a un cúmulo de sabotajes, los dibujantes vuelven, la editorial les ofrece una cuantiosa compensación a cambio de volver y de comprarles la revista, que ahora será editada por Bruguera. Eso y el mismo contrato de siempre según el cual sus propios personajes no les pertenecen y todo cuanto dibujen pertenecerá a Bruguera a perpetuidad. Uno de ellos, Gin, decide irse al extranjero (iniciando así el éxodo de dibujantes que publican fuera de España, al que le seguiría décadas más tarde autores como Juanjo Guarnido, guionista de Blacksad. Nombres que desmienten eso de que en España no se hace cómic: se hace, pero se tiene que publicar fuera porque aquí, ni limosna), el resto deciden quedarse el dinero y continuar en lo conocido. Desengañados, desencantados, pero aún haciendo reír y soñar a muchos millones de niños españoles.

El invierno del dibujante es una obra agridulce, tanto más cuanto más ames los tebeos de esta época tan dorada y tan gris. El ver a los dibujantes, el interior de la editorial, el reconocer a todos y decir «¡ostris, si éste es el autor de… ¡pero si este es…! ¡No fastidies que eres tú el que hacía…!» toca el corazón con una calidez arrolladora. El ver la explotación a la que fueron sometidos, su tristeza, su malestar al querer hacer algo más grande y ser derribados, te lo destroza. 

La obra ganó los premios a Mejor Guion y Mejor Autor Español en el Salón Internacional del Cómic de Barcelona en 2011, y el de Mejor Autor Extranjero en Italia el mismo año. 

Llena de pequeños detalles, guiños y cameos, es una obra que todo amante del cómic clásico español debe leer.

 Ficha Técnica


EL INVIERNO DEL DIBUJANTE.

AUTOR: PACO ROCA

EDITORIAL: ASTIBERRI.

144 PÁGINAS

COLOR.