Hong Kong

El primero de julio de 1997, en un clima no exento de cierta tensión entre las potencias participantes, Reino Unido y China derogaron un contrato de derechos sobre la isla de Hong-Kong que venía durando casi un siglo a favor de los ingleses. Era la última colonia que mantenían de un pasado imperial y, justo es decirlo, el hecho de devolverla no les hacía precisamente dar alaridos de júbilo, ni a ellos, ni a gran parte de la población hongkonesa. Sin embargo, otros tantos sí que esperaban con ansia la reunificación que finalmente se produjo, aunque lo curioso no era en realidad el regreso al territorio chino original sino cómo se había llegado a aquella situación en la que China se vio obligada a ceder a los britÔnicos toda una isla. Se trata de una historia de contrabando, piratas y drogas, y hoy, en KoukyouZen nos disponemos a contÔrosla.

Viajemos atrĆ”s en el tiempo hasta la primera mitad del siglo xix, en torno a 1820-30. Los corsarios (piratas a sueldo de la corona britĆ”nica) controlan los mares y el lucrativo comercio del opio, cuyo cultivo actualmente domina el Imperio mongol. El opio, droga narcotizante del que se obtienen sustancias como la cocaĆ­na y la heroĆ­na, se usaba entre las clases altas oriental u occidentales en forma fumada o inyectada (Sherlock Holmes era uno de sus adeptos. A travĆ©s de las aventuras del detective podemos ver que se consideraba un vicio similar al tabaco: algo que se sabĆ­a que era perjudicial pero que, de vez en cuando…). Claro que el opio no es el Ćŗnico producto oriental que Occidente consume. China y Japón se han convertido en sinónimos de exotismo sofisticado, de lujo, de modo que son muy buscadas las sedas chinas, los productos decorativos y tambiĆ©n la fina porcelana china ornamentada con pequeƱas flores y rematada con borde de oro. Y, ¿quĆ© se bebe en estas tacitas de porcelana…? Premio: el tĆ©.

La joya de las exportaciones chinas es esta famosa hierba que ingleses y holandeses beben con deleite, aunque, debido a su polĆ­tica aislacionista, China solo se aviene a dejar que los interesados atraquen en el puerto de Macao, dejando cerrado el resto de puertos de su territorio. A eso hay que juntar que el tĆ© y el resto de artĆ­culos son tan caros que solo los pudientes pueden permitĆ­rselos. Claro que el comercio sale a cuenta, porque el tĆ©, la seda o la porcelana se venden muy caras al cliente final, pero Inglaterra desea por todos los medios encontrar un producto que vender a China para equilibrar la balanza y obtener mĆ”s beneficios. La cĆ”lida lana inglesa es una mercancĆ­a que viene a echar una mano, pero ni remotamente suficiente, asĆ­ que los ingleses tienen que pagar en plata y oro por el tĆ© y el resto de los objetos que compran. ¿HabrĆ­a alguna manera de conseguir todo aquello de forma mĆ”s económica? La habĆ­a. Claro que no era una manera muy Ć©tica, porque consistĆ­a en convertir en drogadicta a media China pero, si estamos hablando de una nación que tenĆ­a a piratas a sueldo, ¿alguien esperaba Ć©tica de aquellos hijos de la Gran BretaƱa? Pues eso.             

Inglaterra decide entonces hacer lo que mejor se le ha dado desde hace muchos siglos en el comercio: monopolizar. En este caso concreto, el cultivo y comercio del opio. Hasta ese momento en manos de los mongoles, Inglaterra compra campos enteros de amapola, la cultiva a todo pasto -y nunca mejor dicho-, e inunda de opio barato el mercado chino. El opio mongol que aún quedaba es rÔpidamente barrido ante los bajos precios de los ingleses. Muy pronto, no solo el opio inglés es el único que se vende, sino que el número de adictos a la droga se multiplica exponencialmente. Como sucede en estos casos, la primera dosis siempre es gratis, no obstante, apenas Inglaterra se convierte en el único vendedor de opio, tiempo le falta para subir precios. Precios que los comerciantes chinos -y también los aduaneros, funcionarios, etc.- se avienen a pagar porque nadie quiere perder su tajada en el pastel del opio, pero que muy pronto hace que el comercio se equilibre y que sean los chinos quienes tienen que pagar en oro ademÔs de entregar té, sedas o porcelana para poderlo comprar.

Fumadores de opio

Miles de personas se convierten en adictos al opio fumado. Los chinos de bajo poder adquisitivo utilizan una forma aĆŗn peor de adicción: comer los residuos de la planta o el opio de mala calidad que no sirve para ser fumado, lo que produce aĆŗn mayores daƱos. En poco tiempo, se convierte en casi una epidemia en China y diversas zonas de Rusia. Padres de familia prostituyen a sus hijas, incluso niƱas, para pagarse las dosis. Los adictos cubren todos los rangos de edad, incluso los niƱos pequeƱos caen bajo las garras de la droga. China decidió cortar el comercio del opio e impuso graves sanciones y la pena capital si pescaba a algĆŗn funcionario de aduanas haciendo la vista gorda para dejar entra la flor prohibida, sin embargo, los sobornos de los ingleses y las ganancias que podĆ­an conseguirse eran mĆ”s tentadoras que el temor al castigo; la droga seguĆ­a entrando sin parar. Lin Hse Tsu, gobernador de Cantón, impotente para controlar la entrada de opio a travĆ©s del puerto de la ciudad que regĆ­a, llegó a escribir una carta abierta la Reina Victoria, entonces cabeza del Reino Unido, para pedirle que respetara la Ć©tica, que no comerciara con sustancias ilegales. Y, de paso, para advertirle que todo barco que llegase a Cantón cargado con opio, serĆ­a incendiado.       

¿Contestó alguno de vosotros esa carta? Pues lo mismo hizo la reina quien, amparĆ”ndose en la libertad de comercio, decidió que los chinos tenĆ­an derecho a matarse con opio si les daba la gana y ni el gobernador, ni nadie tenĆ­a derecho a decirles a ellos que no se lo vendieran. Aquello fue el inicio de la escalada de violencia. China decidió tirar por la calle de en medio y cerró el comercio a todos los barcos britĆ”nicos. Los ingleses usaron entonces barcos chinos, con tripulación china, para conseguir pasar su mercancĆ­a, en lo que fracasaron tambiĆ©n. Viendo que los barcos procedentes de otros paĆ­ses sĆ­ eran admitidos en Cantón, los ingleses decidieron ofenderse. Pero el sentirse ofendido de entonces no era como ahora. Quiero decir que decidieron tomarlo como una ofensa formal entre dos paĆ­ses: una declaración de guerra.

Reino Unido tenĆ­a una armada mucho mĆ”s poderosa que la China, y lo sabĆ­a. Y los chinos lo sabĆ­an tambiĆ©n, de modo que apenas vieron la flota que se les venĆ­a encima, decidieron entablar conversaciones de paz. ¿Dónde? En la isla de Hong-Kong, que era la mĆ”s cercana al lugar donde se dieron las primeras contiendas. En el tratado que se firmó no se habló -prudentemente- del comercio del opio, pero se concedió al Reino Unido carta blanca para atracar sus barcos en cualquier puerto que desease en lugar de hacerlo solo en Cantón, medio millón de libras en concepto de compensación por los daƱos causados en las primeras batallas y la soberanĆ­a colonial de la isla de Hong-Kong durante noventa y nueve aƱos. Que en realidad fueron mĆ”s, porque esto sucedió en el aƱo 1840, pero asĆ­ es Inglaterra, y dando gracias que no se podĆ­an llevar toda la isla al Museo BritĆ”nico, que si no…

Bromas aparte, Reino Unido estuvo dando largas a la devolución de soberanía porque -según ellos- la China comunista no podía garantizar la seguridad de los ciudadanos britÔnicos establecidos en ella, ni tampoco el régimen capitalista al que estaban acostumbrados sus habitantes. Tras muchas negociaciones, finalmente Margaret Thatcher, en la década de los ochenta, pactó una fecha de devolución para el año 1997 (bien lejos de su mandato, no le fuese a fastidiar una relección). Desde el anuncio hasta la fecha efectiva, mÔs de 62.000 personas abandonaron la isla, temerosos de no poder seguir disfrutando del mismo nivel de vida tras la cesión. Lo cierto es que, a día de hoy, los acuerdos se estÔn cumpliendo y Hong-Kong es la única zona de China que no comulga con el comunismo.

Hong Kong

¿Y quĆ© sucedió con el comercio del opio y del tĆ©? Bueno, que el opio sigue gozando de buena salud, es algo que sabemos todos. Desde el fentanilo a una raya de cocaĆ­na, el opio continĆŗa presente en nuestra sociedad. En cuanto al tĆ©, con tanto jaleo de guerras, intercambios y sobornos, perdió su carĆ”cter mistĆ©rico, y el secreto de su cultivo y marchitado fue descubierto por los britĆ”nicos, quienes se dedicaron a cultivarlo en sus territorios de la India y AfganistĆ”n. Eso sĆ­: solo el tĆ© negro, el blanco y el verde. El tĆ© rojo, llamado «tĆ© de los emperadores», se sigue produciendo solo en China. Su proceso de fabricación se considera un secreto de estado, y ninguna otra nación del mundo puede replicarlo.