Gyo

Junji Ito. Cualquiera que haya tenido el menor interĆ©s en el manga de terror, por lo menos conoce este nombre. SinĆ³nimo de lo grotesco, lo oscuro y de la fantasĆ­a mĆ”s aterradora, Ito nos ha regalado pesadillas de sobra en sus obras, y la presente no es una excepciĆ³n, de hecho, puede que sea superior incluso a Uzumaki puesto que aquĆ­ el tema principal no gira tanto en torno a la fantasĆ­a o lo intangible -que tambiĆ©n- sino a cosas desgraciadamente muy concretas, que ya han dado muestra de su temible poder: la carrera armamentĆ­stica y la enfermedad.

Vosotros quizĆ” no lo sepĆ”is porque sois muy jĆ³venes, pero hubo un tiempo, queridos nietecitos, en el que existĆ­an unas pequeƱas tiendas llamadas «kioscos» donde solĆ­an vender la prensa diaria, tebeos, golosinas y pequeƱos juguetes y artĆ­culos de broma. Uno de aquellos artĆ­culos de broma eran las llamadas «bombas fĆ©tidas». Se trataba de pequeƱas bolitas o ampollas de cristal o vidrio muy fino que contenĆ­an un lĆ­quido en su interior. Cuando la ampolla caĆ­a al suelo y se rompĆ­a, el lĆ­quido se secaba casi al instante, lo que dejaba flotando en el ambiente un olor MUY desagradable. Durante dos o tres dĆ©cadas, las bombas fĆ©tidas fueron uno de los grandes terrores de los profesores de colegios e institutos, porque una sola de aquellas bombas bastaba (y sobraba) para desalojar una clase entera, ponernos a los treinta salvajes del aula la cara mĆ”s amarilla que un limĆ³n y el estĆ³mago del revĆ©s, haciendo preciso abrir todas las ventanas para ventilar, asĆ­ fuese el mes de enero o estuviesen cayendo chuzos de punta. No os cuento si al gracioso de turno se le ocurrĆ­a hacer estallar un par o -habĆ­a que ser ANIMAL- la caja entera. Cualquiera que haya sufrido esta broma sabrĆ” que era de esas cosas que tenĆ­a serias diferencias entre expectativa y realidad. PodĆ­a parecer muy divertido en teorĆ­a, sin embargo, cuando te veĆ­as en medio del pestazo y el profesor decĆ­a que Ć©l salĆ­a al pasillo, pero que no os dejaba salir a ninguno hasta que apareciese el culpable, os aseguro que no le veĆ­as la gracia por ningĆŗn sitio. Hablo de esto porque un pedo puede parecer divertido, sĆ­, pero cuando la batuta de ese pedo la lleva Junji Ito, os aseguro que no tiene ni pizca de gracia. Ni-piz-ca.

Gyo


Tadashi y Kaori son una pareja de novios que estĆ”n pasando unos dĆ­as en una isla, practicando submarinismo y viviendo en una casita. Algo que en realidad no es tan bueno como suena, porque Kaori es muy sensible a los olores (al punto que Tadashi tiene que lavarse los dientes antes de besarla porque no soporta el olor de su aliento) y resulta que el peculiar aroma del mar le desagrada. Si eso solo ya es motivo de discusiones entre la joven pareja, cuando una fetidez repelente a carne descompuesta se adueƱe de la casa y de la isla entera, Kaori no podrĆ” soportarlo. El causante del hedor serĆ” una extraƱa criatura que acecha a los jĆ³venes y que, cuando logren darle caza, se darĆ”n cuenta de que se trata de un pez con patas. Un pez que no muere, aunque lo golpeen ni aunque lo metan en una bolsa hermĆ©tica, sino que, encerrado en la bolsa, harĆ” que esta se infle y salga volando.

A ese primer pez le seguirĆ”n muchos mĆ”s. MUCHOS mĆ”s. Y entre todos harĆ”n graves estragos en la isla, segarĆ”n vidas humanas y provocarĆ”n el pĆ”nico. Tadashi y Kaori huirĆ”n a Tokio y allĆ­ hablarĆ”n con el tĆ­o del joven, un cientĆ­fico que sabrĆ” contarles mĆ”s acerca de los extraƱos peces con patas y por quĆ©, por mucho que se les maltrate, no parecen morir ni dejan de moverse. Esto serĆ” sĆ³lo el principio de un holocausto grotesco en el que los peces son solo el primer escalĆ³n. El siguiente serĆ”n los vertebrados terrestres, entre los que se cuenta el ser humano.

Si alguien espera una comedia romĆ”ntica o magical girls, desde luego que este no es su sitio. El autor de Uzumaki nos ofrece una nueva y elocuente muestra de por quĆ© le llaman El Maestro del Horror en JapĆ³n. A diferencia de otros autores u otras ramas del terror que se inspiran en monstruos, espectros, etc., aquĆ­ Ito solo recurre al propio hombre y su ambiciĆ³n por encontrar armas de guerra mĆ”s eficaces como el mayor y mĆ”s despiadado de los monstruos, asĆ­ como a las funciones fisiolĆ³gicas y la enfermedad como la herramienta para crear miedo, inquietud, asco y lĆ”stima mĆ”s potentes jamĆ”s imaginadas.

Como sucede en otras obras suyas, hay que ser un gran admirador del gĆ©nero terrorĆ­fico para encontrar el arte y la oscura poesĆ­a en Gyo, que los tiene, pero nadie dice que el arte ni la poesĆ­a sean bonitos de contemplar, sino solo que remueven el interior de uno y le hacen sentir cosas, reflexionar sobre ellas… quizĆ” no sean cosas que uno quisiera realmente sentir ni pensar en ellas, pero que las provoca, las provoca. Su trazo, delirante, potente, plagado de detalles espantosos, no hace sino causar la dualidad del morbo: sabemos que es horrible, pero no podemos dejar de mirar.

Gyo


Fiel a la naturaleza de sus propios mangas, Ito no termina Gyo con una nota de esperanza, aunque quizĆ” sĆ­ de alivio. Un alivio ingrato y doloroso, aunque alivio a fin de cuentas, y no me refiero al que se produce cuando se termina de leer una historia como esta -que tambiĆ©n- sino a uno procedente de la propia narraciĆ³n.

Gyo consta de dos partes que han sido compiladas en una ediciĆ³n integral por ECC CĆ³mics. En realidad, si te gusta el horror (no confundir con el terror; el horror es mĆ”s visceral, mĆ”s oscuro y ofrece menos alivios. Para entendernos: Pesadilla en Elm Street es terror. El ciempiĆ©s humano es horror), te aconsejo que lo leas; vas a disfrutar como un enano. Pero si la idea de pasar miedo o repulsiĆ³n no te atraen, ni te asomes a este manga.