Es muy difícil ignorar el nombre de Joseph Mengele, el ángel de la muerte nazi. Sin embargo, pocos conocen a su contraparte en Japón: Shirô Ishii, un médico cuyas atrocidades durante la Segunda Guerra Mundial no tienen nada que envidiar a las del criminal de guerra alemán. A diferencia de Mengele, Ishii no ha alcanzado la misma infamia, en parte porque sus crímenes se perpetraron contra la población china, en lugar de Occidente. Su legado de horror en la guerra biológica y química sigue siendo una de las páginas más oscuras de la historia.

Desde antes del inicio de la Segunda Guerra Mundial, Ishii ya destacaba como estudiante y médico. Su labor en el hospital del ejército y en la Escuela Médica Militar de Tokio impresionó a sus superiores, obteniendo una beca para la Universidad Imperial de Kioto. A pesar de que su carácter era egoísta y exigente, era un médico demasiado prometedor para pararle los pies de algún modo. Durante un viaje de dos años por Occidente, estudió a fondo el desarrollo de la guerra biológica y química, utilizada en la Primera Guerra Mundial. Su adhesión al ultranacionalismo japonés, que promovía la supremacía de la raza nipona sobre otras poblaciones asiáticas, le permitió ganar el favor del ministro de guerra Sadao Araki, quien se convirtió en su mecenas y protector.

Imagen de un campo de concentración japonés en China
Campo de concentración japonés en China.

Con el respaldo del gobierno, Ishii estableció un complejo de investigación de más de 6 km² en las afueras de Harbin, China. Allí fundó el temido Escuadrón 731, una unidad secreta dedicada a experimentos humanos. Con la aparente tolerancia del emperador Yasuhito Chichibu, comenzaron algunas de las mayores atrocidades jamás documentadas. Había nacido el batallón de experimentación e investigación en humanos que alimentaría las pesadillas de los orientales durante más de medio siglo.

Desde 1936 hasta 1945, miles de prisioneros chinos, coreanos y rusos, capturas o secuestras, e incluyendo mujeres y niños, fueron sometidos a procedimientos inhumanos: exposición a agentes químicos, vivisecciones sin anestesia, amputaciones sin tratamiento, congelación de extremidades hasta la gangrena, pruebas con armas biológicas, e incluso violaciones forzadas para experimentar con los recién nacidos. El propósito de estos crueles experimentos era estudiar los efectos de patógenos, venenos y torturas extremas en el cuerpo humano. Si esto os parece cruel, dejadme que os diga que se hacía a lo vivo. Sin anestesia. Los «doctores» consideraban que la aplicación del anestésico podía contaminar los resultados del análisis, a la par que era un gasto innecesario puesto que los sujetos estaban atados y no se esperaba de ellos que viviesen a más de una «investigación». 

El menguele japonés, Shirô Ishii
Shirô Ishii

Se estima que las víctimas de Ishii y su escuadrón rondaron el medio millón de personas, aunque el número exacto sigue siendo incierto. Para deshumanizar a sus víctimas y encubrir sus actividades, los miembros del Escuadrón 731 se referían a los prisioneros como troncos, manteniendo la versión oficial de que el complejo era un simple aserradero.

Cuando Japón se rindió en 1945, el Escuadrón 731 destruyó evidencias y asesinó a los 150 prisioneros restantes para evitar testigos. Rusia exigió la pena máxima para Ishii y su equipo, pero Estados Unidos intervino y negoció su inmunidad a cambio de los datos obtenidos en sus experimentos. Según el Dr. Edwin Hill, jefe de la división militar, la información era "inestimable y obtenida a muy bajo coste". Así, Ishii jamás fue juzgado por crímenes de guerra y murió a los 67 años, de cáncer de garganta, disfrutando de la impunidad que le garantizó su colaboración con los Aliados.

Eso que sentís en las tripas no es que haya sentado mal la cena, no. Se llama vergüenza ajena y es un síntoma claro de tener empatía.

Si bien algunos de los descubrimientos del Escuadrón 731 han tenido impacto en la medicina, su costo humano fue incalculable. Japón, que históricamente se ha presentado como víctima de las bombas atómicas, no reconoció oficialmente la existencia del Escuadrón 731 hasta 2002 y nunca ha pedido disculpas por las víctimas de sus experimentos. Que esta historia sirva como ejemplo para recordar que sin ética, la ciencia se convierte en una herramienta de barbarie.

Artículo realizado por Dita para Koukyou Zen