Por Dita

En toda contienda militar jamás producida, la mujer siempre ha sufrido en sus carnes la peor de las suertes: la de ser considerada como rehén, como alivio, trofeo o elemento de desmoralización, para lo cual hemos sido violadas, ultrajadas, humilladas o sometidas, tanto por adversarios como por compatriotas. Ya en los tiempos del Imperio Romano era común que el ejército fuera seguido por una caravana de prostitutas, quienes sabían que los soldados -conocedores de que estaban expuestos a morir en cualquier momento- siempre tenían ganas de juerga y, tras una campaña exitosa, siempre podrían pagarla. Sin embargo, gran parte de los soldados preferirían violar a las prisioneras de las zonas conquistadas por no pagar el estipendio a la prostituta, por morbo y porque sabían que eso influiría negativamente en la moral del enemigo.

La Historia nos ha acostumbrado a hablarnos del relumbrón de las batallas, los ejércitos, las conquistas, las victorias… olvidando el lado mucho más amargo y cruel de aquellos que son vencidos, que sobreviven solo para ver sus tierras destruidas, para perderlo todo, para ver a su país humillado y a sí mismos despreciados por sus propios hermanos. Esa es la historia, como la de muchas otras eufemísticamente llamadas «mujeres de confort», de Ok-Sun Lee, protagonista de la novela gráfica Hierba, de Keum Suk Gendry-Kim.

Ok-Sun, ya de edad avanzada, vive en una residencia donde la visita la autora, a quien contará sus vivencias de niñez y adolescencia durante la ocupación japonesa de Corea durante la Segunda Guerra Mundial. Nacida en una pobreza terrible, el mayor sueño de Ok-Sun es ir a la escuela, pero sus padres no pueden permitirse ese gasto, como apenas se pueden permitir alimentarla a ella y a sus hermanos pequeños. Pese a los esfuerzos de la familia, pronto la situación se hace insostenible y, cuando un desconocido se ofrece a comprar a Ok-Sun para que sea adoptada por los dueños de un restaurante de udon, sus padres acceden. Durante toda su vida, la protagonista se debatirá en una duda cruel: la creencia de que su madre sería incapaz de venderla como esclava a sabiendas, y la imposibilidad de que ella pudiese ignorar el destino real que la esperaba.



Como ya podremos imaginar, Ok-Sun no será adoptada ni irá jamás a la escuela. Su destino será primero el de trabajar sin sueldo en el restaurante y, más tarde, secuestrada. Conducida a la fuerza a un campo de trabajos forzados, se verá obligada a trabajar sin apenas comida durante el día y durante la noche será sistemáticamente violada por los soldados japoneses que ocupan su país. Como ella, muchas otras chiquillas de entre doce y veinte años (ella tiene quince entonces), sufrirán su misma suerte durante varios años, hasta el final de la guerra, que no el de sus penurias.

A través de las palabras de Ok-Sun y el trazo de Gendry-Kim, vemos que las niñas violadas sufrían un doble maltrato; primero el de los enemigos de su pueblo que abusaron de ellas, las explotaron como a reses en los burdeles y las utilizaron, en palabras de los propios soldados, como «retretes públicos». Segundo, el de su propio pueblo que -como era tristemente común en casos de violación, y no saquemos pecho hoy día, que lo sigue siendo- no entendía la violación en toda su crudeza y las juzgó como «putas inmundas que se acostaban con el enemigo por dinero».

«Mentiras, invenciones, difamación».

Así calificó Shinzo Abe (Primer Ministro japonés hasta 2020) el testimonio de Ok-Sun Lee y otras muchas mujeres como ella cuando exigieron indemnizaciones y una disculpa pública por parte del gobierno nipón a principios de la década del 2000. Según el citado ministro, jamás se había producido ningún rapto ni abuso alguno hacia las mujeres por parte de ningún soldado japonés. Si admitió que usaron los servicios de las «mujeres de confort», pero estas eran profesionales del sexo por su propia voluntad y se les pagaba por sus servicios, en absoluto eran forzadas. Tales declaraciones generaron una gran indignación entre los colectivos feministas de Corea, quienes dieron respuesta financiando grupos escultóricos en Hong-Kong que representaban a aquellas mujeres cuya existencia el gobierno japonés se negaba a reconocer. Tal escultura (que aparece también en la novela gráfica) ocasionó a su vez un grave malestar en el ministro nipón, quien lo vio como una provocación. Tras muchas negociaciones, se acordó una indemnización de mil millones de yenes (unos 7.5 millones de euros) para el gobierno surcoreano, a fin de crear un fondo de ayuda a las víctimas esclavizadas durante la guerra. El acuerdo, que se reducía a una entrega de dinero al gobierno, dejando en manos de este su utilización (que podía usarlo para crear un fondo de ayuda, o no crearlo), amén de carente de toda disculpa, no satisfizo a todo el mundo. El gobierno, desde luego, acordó zanjar el tema y Japón quedó eximido de presentar ninguna satisfacción a las víctimas, ni siquiera de reconocer formalmente los hechos.

En la actualidad, la existencia de la esclavitud sexual durante el conflicto sigue siendo un secreto a voces, algo que en realidad todo el mundo sabe, pero que nadie desea reconocer. Los japoneses, porque saben que atenta contra su honor y los deja en muy mal lugar, al punto que hay toda una corriente de pensamiento que se empeña en negar los hechos, asegurando que se trata de una campaña de descrédito contra el país. Los coreanos, a su vez, porque es un asunto que consideran caduco, carente de interés hoy día, algo de una época pasada que prefieren no sacar a relucir, argumentando que hay cosas más urgentes de las que preocuparse. Mientras tanto, las víctimas siguen ignoradas y sometidas al ninguneo (cuando no al prejuicio) tanto de unos como de otros.


«Desde que salí del vientre de mi madre, no he sido feliz ni un solo día de mi vida».

Hierba es una novela gráfica dura, tanto como lo es la vida de su protagonista. Dividida en capítulos, se puede a su vez dividir en tres partes muy diferentes: antes de la venta de Ok-Sun, después de la misma, y finalmente su etapa como esclava sexual. El dibujo, dúctil, casi alegre en la primera parte, se hace progresivamente más opresivo y ominoso conforme avanzamos en la obra, llegando a rozar lo terrorífico en algunas escenas.

Aunque la autora no se recrea en detalles escabrosos, no lo necesita. Es más, el no mostrar explícitamente, el dejar que sea la imaginación del lector la que haga el trabajo sucio, causa mucho mayor miedo, dolor e indignación.

La acción sucede a caballo entre el presente, con las charlas de Ok-Sun con la autora, y el pasado, con los recuerdos de la protagonista. Vemos los inmensos cambios físicos que sufrió el país, la urbanización salvaje, la prosperidad, aunque estos no van acompañados de un cambio de mentalidad en lo referido a que una mujer haya sufrido un ataque sexual, no pueda tener hijos o haya tenido alguno a raíz de una violación.

Elegido Cómic del año para el New York Times o The Guardian, Hierba es una historia tremenda, pero también conmovedora. Una obra imprescindible para entender el horror de una víctima de la guerra en toda su crudeza, de alguien que sufrió el maltrato de ajenos, sumado al repudio de los propios. Obra que nos hace cuestionar seriamente lo que consideramos honor o mancilla en una mujer, o el alcance que deben tener las compensaciones a las víctimas de una guerra, cómo el dinero no es -nunca será- suficiente para devolver a una persona la juventud y la vida que le fueron sin piedad arrebatadas. Un cómic que recomiendo de todo corazón, pero ya os advierto que éste mismo órgano os lo va a dejar torcido. 

Fuentes

https://historia.nationalgeographic.com.es/a/mujeres-confort-ejercito-imperial-japones_17360

https://www.elespanol.com/el-cultural/letras/novela/novela_grafica/20220227/hierba-comic-tragedia-esclavas-sexuales-ejercito-japones/653184830_0.html