La subversión de la sakura por parte del imperialismo japonés del siglo XX





A finales del siglo xix, un hito importantísimo marcó la historia de Japón para siempre. La revolución Meiji iba a cambiar a marchas forzadas a un país anclado en el feudalismo hacia la máquina de guerra en la que se convirtió en el siglo xx.

La fugacidad de la flor del cerezo que, hermosa, se abre y pronto pierde sus pétalos, ya había sido representada a lo largo de la historia de la literatura japonesa, donde se nos representa como un símbolo de alegría, de paz, o se asociaba a la fugacidad de la existencia por su corto período de floración, aunque también se le aplicaba un significado de renacimiento, ya que cada primavera, las flores del cerezo volvían a aparecer.

Fue Itō Hirobumi (1847-1909) el artífice teórico del cambio del antiguo sistema de gobierno, el Daijōkan, hacia un gabinete de gobierno más occidentalizado, del cual fue cuatro veces ministro. Este cambio permitió entrar a Japón dentro del juego de diplomacia y política de las potencias occidentales que, en aquellos momentos, campaban a sus anchas por todo el mundo en pleno apogeo imperialista, del cual Asia no se libraba tampoco. Tras varios viajes por Europa, Itō concluyó que el eje vertebrador de ese nuevo Japón debía ser una nueva Constitución, pero para poder unir a un país que no se sentía uno solo, sino varios, debía encontrar un elemento unificador para ello, que encontró en la figura milenaria del emperador y en la religión nativa de Japón, el sintoísmo. Aquello sería el fundamento espiritual de la nación del mismo modo que lo fue el cristianismo, según su propio juicio, en Occidente.

Junto a otros líderes Meiji, forjaron la ideología Tennō Sei, posteriormente conocida como estatismo del Japón Shōwa por historiadores extranjeros, en la década de los años 30 del siglo XX. Esta ideología se basaba en varios conceptos principales, entre los que destacaban la moral bushi o samurái; la divinidad del emperador; el yamato damashii (espíritu japonés), o el simbolismo de la flor del cerezo.

Unido a la nueva Constitución Meiji, la promoción del bushido como moral fundamental para el yamato damashii, reformuladas para adecuarlas al nuevo tipo de gobierno, fue ayudado en gran medida por el libro de Inazo Nitobe, publicado en 1900, «Bushido: el espíritu de Japón», en donde se hablaba de la sustitución de la lealtad hacia el daimyō por una dirigida al emperador. En 1882, el bushi se incorporó al código ético del ejército. Paralelamente a esto, también a finales del siglo XIX, la imagen del cerezo se incorporó asimismo al ejército, donde se equiparaba la idea de la caída de un soldado por el emperador con las flores del cerezo. A partir de 1870, la armada incluyó dentro de su escudo el ancla y la flor del cerezo, así como en su vestimenta, algo que más tarde también copiaría el ejército.

En Japón, pocas personas se atrevían a cuestionar esta ideología y más tras la promulgación en 1925 de la Ley del Orden público, donde se penaba como delito de traición simplemente poner en duda el sistema.

Con el avance de la Segunda Guerra Mundial, y tras la derrota japonesa contra los estadounidenses en la batalla de Midway en junio de 1942, se dio la vuelta de tuerca definitiva al simbolismo del cerezo con los tristemente conocidos «pilotos kamikaze».

El Yokosuka MXY-7, avión de los kamikaze
El Yokosuka MXY-7, avión de los kamikaze

Fue el vicealmirante Takejiro ōnishi el que «inventó» la técnica kamikaze. De forma muy poética, dividió las fuerzas aéreas kamikazes, también conocidas como shinpū tokubetsu kogeki tai (o tokkō tai), en cuatro grupos, todas alusiones a los poemas que hizo Norinaga Motoori en referencia a los cerezos y al espíritu japonés:

  • Shikishima: nombre poético de Japón.
  • Yamato: antiguo nombre de Japón.
  • Asahi: sol de mañana
  • Yama-zakura: un tipo de cerezo de montaña.

En muchos de los aviones kamikaze se pintaba una flor de cerezo e incluso a veces se denominaba a las bombas que estos aviones lanzaban como «bombas de cerezo». Los pilotos de estos aviones eran, en muchas ocasiones, simples estudiantes. En un principio, estos habían quedado exentos de participar en la contienda, pero debido al gran número de bajas que sufrió el ejército nipón, fueron reclutados y una gran mayoría destinados a las fuerzas kamikazes en las levas de octubre de 1943.

Muchos de estos pilotos se concentraban en la ciudad feudal de Chiran, al sur de Kyūshū. Han llegado hasta la actualidad muchos de los poemas que estos jóvenes, apenas recién salidos de su adolescencia, dejaban escritos para sus familiares antes de partir hacia la  muerte segura. En ellos encontramos varias referencias a la fugacidad de la vida de la flor del cerezo como símil de sus vidas.

Las flores del cerezo caen

Una tras otra.

También yo quiero caer

Y dejar mi fragancia

En la tierra de Yamato.

Poema del Capitán Seiichi Kishi, recogido en el Konpaku no Kiroku, compilado por la Chiran Tokko Irei Kensho-kai y la sociedad gerente del Museo de la Paz de Chiran, Kagoshima, 2004.

Por la gloria del emperador,

¿qué hay que lamentar?

Como una flor joven,

La vida vale más cuando cae.

Poema del subteniente Kazuki Kamitsu, editado por Osamu Takaoka en Chiran Tokubetsu Kogeki-tai, Kagoshima, Japlan ltd, 2009.

 

pilotos kamikaze con un perrito

La propaganda del cerezo, del bushido y del espíritu japonés se siguió utilizando a pesar de ser conocedores de que la guerra la estaban perdiendo y mandaban a sus tropas a una muerte inútil. Se calcula que entre octubre de 1944 y agosto de 1945 habían muerto unos 3800 pilotos kamikazes frente a los 7000 del ejército aliado, en la gran mayoría, jóvenes inocentes, para quienes alguien decidió que su destino era ser enviados al frente como reses al matadero.

Bibliografía

Abe, Naoko: El hombre que salvó los cerezos. Editorial Anagrama, Barcelona, Mayo del 2021.