¿Alguna vez, de niƱos, habĆ©is ido a una feria, o a un parque temĆ”tico y habĆ©is pensado que querĆ­ais quedaros allĆ­ para siempre, que os gustarĆ­a vivir en ella o, al menos, tenerla mĆ”s cerca para ir mĆ”s a menudo? Bien, pues, en cierta manera, dedicado a los adultos y con otras diversiones, pero algo asĆ­ eran los Barrios del Placer de JapĆ³n en el PerĆ­odo Edo, que hoy vamos a conocer.

                Hagamos un poco de historia: nos encontramos en torno al aƱo 1963. La ciudad de Tokio se llama ahora Edo (de donde proviene el nombre de este perĆ­odo), y se inicia el shogunato (gobierno) Tokugawa. Durante dos siglos y medio, JapĆ³n estarĆ” bajo un gobierno militar que se caracterizarĆ” por su fuerte aislacionismo interior, amĆ©n de una gran estabilidad interna. Vamos, un perĆ­odo de paz, aunque en el mismo estĆ©n prohibidos los contactos con el exterior.

                En aquĆ©l entonces, la sociedad nipona estaba fuertemente estratificada en estamentos sociales, donde los nobles ocupaban la cĆŗspide de la pirĆ”mide, seguidos de inmediato por los samurĆ”is, los campesinos, artesanos, y en anteĆŗltimo lugar estaban los comerciantes, no muy bien vistos socialmente, porque no producĆ­an nada, sino que se limitaban a enriquecerse con el trabajo de otros. Por debajo de ellos, estaban solo los indigentes. Durante el perĆ­odo de paz que supuso la era Edo, los samurĆ”is se encontraron privados de luchas internas y guerras en las que combatir y morir con la dignidad que se esperaba de ellos, de modo que empezaron a perder poder adquisitivo y aĆŗn identidad, en tanto que campesinos y comerciantes comenzaban a ganarlo por los mismos motivos: habĆ­a paz, las ventas eran seguras, las cosechas prosperaban y la poblaciĆ³n crecĆ­a. Estos grupos sociales, en principio apartados de los asuntos de gobierno, dieron muestras de insatisfacciĆ³n por ello apenas ganaron notoriedad monetaria, dado que sus impuestos iban a mantener un gobierno y una administraciĆ³n en la que ni pinchaban ni cortaban, mientras que los samurĆ”is, cada vez mĆ”s empobrecidos, aĆŗn podĆ­an mirarlos por encima del hombro.

                Ante la frustraciĆ³n que producĆ­a aquel estado de cosas, la sociedad reclamaba una vĆ”lvula de escape, algĆŗn medio de satisfacer sus deseos no solo carnales, sino tambiĆ©n intelectuales, que les proporcionara unas miras mĆ”s elevadas y donde pudieran olvidar sus problemas. Un pequeƱo paraĆ­so terrenal. Y ese paraĆ­so temporal, fueron los Barrios del Placer.

                Los citados barrios eran lugares apartados del resto de las zonas de la ciudad, un distrito completamente amurallado y rodeado por un foso (de ahĆ­ su nombre de «mundos flotantes»), destinado no solo a impedir la entrada clandestina, sino tambiĆ©n a impedir que las mujeres que trabajaban allĆ­ como esclavas o meretrices, pudieran huir. En la entrada, los samurĆ”is estaban obligados a dejar sus armas para prevenir conflictos. Aquello igualaba a las clases sociales por vez primera: en el mundo flotante no importaba quiĆ©n fueras tĆŗ o tus antepasados, no habĆ­a placeres que fueran exclusivos para los nobles, sino que Ćŗnicamente tu dinero era el lĆ­mite. Si podĆ­as pagar por algo, tendrĆ­as ese algo, ya fueras un importante noble, o un indigno intermediario del comercio.

                Los Barrios del Placer o mundos flotantes eran ricos en toda clase de espectĆ”culos y diversiones, como el teatro kabuki (donde la mayor parte de sus integrantes, hombres y mujeres, se dedicaban a la prostituciĆ³n), la danza, la mĆŗsica, la venta de estampas o la gastronomĆ­a. Sin embargo, sin desmerecer ninguno de estos entretenimientos, lo que se llevaba la palma eran las casas de tĆ© y la prostituciĆ³n.

Chicas de Yoshiwara o Hermanas en exhibiciĆ³n. Atribuida a Kusakabe Kimbei.

                Las cortesanas que vivĆ­an y trabajaban en estos barrios solĆ­an ser niƱas y mujeres jĆ³venes que habĆ­an sido vendidas por sus familias al no poder alimentarlas, o bien para pagar deudas. TambiĆ©n en ocasiones se trataba de mujeres empobrecidas, viudas o huĆ©rfanas que acudĆ­an allĆ­ por voluntad propia, para escapar de una situaciĆ³n social mĆ­sera. Cuando se trataba de niƱas, estas empezaban a trabajar limpiando las habitaciones (tarea que suponemos la mar de agradable), o haciendo recados para las cortesanas que ya ejercĆ­an, ayudĆ”ndolas a vestirse, peinarse… Si la niƱa en cuestiĆ³n destacaba por su belleza y era espabilada o demostraba ser hĆ”bil en algĆŗn arte, se le daba una estricta formaciĆ³n en artes y letras. Se la enseƱaba a leer y escribir, a tocar el shamisen, a bailar y cantar, a mantener una conversaciĆ³n inteligente y seductora, todo ello destinado a convertirla en oiran o prostituta de lujo. Si la niƱa en cambio era normalita o directamente fea, nadie invertirĆ­a en su formaciĆ³n, sino que directamente irĆ­a a uno de los burdeles de clase inferior para convertirse en una meretriz barata, condenada a servir de alivio a muchos clientes por noche hasta que una enfermedad o un mal embarazo se la llevaran, y viendo cĆ³mo sus pocas ganancias iban a parar a los chulos que la explotaban, a cambio de techo y comida.

Senju, de Izumiya, Edochō-Itchōme, obra de Keisai Eisen, 1821.

                Las oiran en cambio, eran mimadas y agasajadas, puesto que daban mucho dinero. Y aunque su fin Ćŗltimo era igualmente el de ser usadas, podĆ­an permitirse el lujo de soƱar con que algĆŗn cliente rico se enamorase de ellas y comprase su libertad para mantenerlas como concubinas fijas. Mientras llegaba ese danna, el amante rico, las oiran marcaban la moda de toda la sociedad y los hombres pagaban mucho dinero a los dueƱos de los burdeles solo por el privilegio de pasar una velada con ellas, porque el intercambio carnal con este tipo de mujeres no era algo que se usase para una noche nada mĆ”s, sino que se establecĆ­an las bases de una relaciĆ³n larga, en la que el cliente se harĆ­a cargo de todos los gastos de la oiran, desde sus clases de perfeccionamiento en mĆŗsica y baile, hasta su comida y maquillaje, pasando por los carĆ­simos kimonos que vestirĆ­a para Ć©l. A tal acuerdo solo se llegaba a travĆ©s de largas y pesadas conversaciones con sus proxenetas, en las que no era raro que el cliente, ademĆ”s de pagar el precio por mantenerla, se viese obligado a hacer regalos a la casa que la mantenĆ­a, en forma de kimonos, licores o joyas. No digamos ya si se trataba de tener el privilegio de ser el protagonista en su mizuage, es decir, el ser quien la desvirgara. En medio de aquello, las oiran se esforzaban por ser las mĆ”s guapas y llamativas, de modo que gastaban ingentes cantidades de dinero en adornos, maquillaje, y tambiĆ©n cuidaban con esmero su cultura, su caligrafĆ­a y su conversaciĆ³n, a fin de poder mantener bellas relaciones epistolares con uno u otro amante. En una sociedad en la que florecieron la cultura, la poesĆ­a y el arte, la relaciĆ³n sexual, aunque importante, no lo era tanto como tener dentro algo que te hiciera Ćŗnica y especial. Un revolcĆ³n se podĆ­a conseguir en mil sitios, pero una buena conversaciĆ³n ya no era tan sencilla de encontrar.

                Por Ćŗltimo, en el escalafĆ³n mĆ”s elevado de las mujeres que trabajaban en los Barrios del Placer, tenĆ­amos a las geishas. A diferencia de las oiran, estas no terminaban allĆ­ para intentar sobrevivir, sino a fin de ser educadas y encontrar un marido rico e influyente, no un amante. SolĆ­an ser hijas de familias nobles o de cierta importancia, que sus padres entregaban a la okiya o casa de geishas para que fueran instruidas en las artes. Las geishas eran educadas desde muy pequeƱas, algunas desde los tres aƱos, en la mĆŗsica, la danza, el canto, la escritura, la conversaciĆ³n… las mismas artes que se enseƱaban a las oiran, pero desde un punto de vista estrictamente cultural y no seductor. Las geishas acudĆ­an a los banquetes en restaurantes y casas de tĆ© y su labor era animar la fiesta tocando el shamisen, cantando, bailando u ofreciendo conversaciĆ³n a los asistentes. Su atuendo, aunque bello, era mucho menos ostentoso que el de las oiran y se las consideraba mĆ”s elegantes por ese motivo. Su finalidad era entretener y ofrecer su arte, pero jamĆ”s su cuerpo a ningĆŗn cliente. La okiya en la que vivĆ­a la geisha era quien se encargaba de llevar sus citas, y mantenĆ­a a estas mujeres a cambio de un porcentaje de sus ganancias, que usaban para resarcirse de los gastos que habĆ­a ocasionado toda la manutenciĆ³n, educaciĆ³n y atavĆ­o de esta durante su aprendizaje. A diferencia de las oiran, que rara vez terminaban de pagar los intereses acumulados de sus deudas, las geishas, al ser hijas de familias nobles, tenĆ­an una contabilidad mucho mĆ”s transparente, lo que posibilitaba que sĆ­ pudieran pagar su deuda y aĆŗn hacer dinero para sĆ­ mismas. No pocos clientes pretendĆ­an a las geishas para contraer matrimonio formal con ellas, dado que no solo se trataba de mujeres hermosas, cultas y bien educadas, sino que llevaban con ellas una jugosa dote tanto en dinero, como tambiĆ©n en las relaciones que habĆ­an establecido con las personas a quienes conocĆ­an y a quienes podĆ­an presentar a su futuro marido. Por otro lado, los hombres encontraban un placer doloroso en tratar con las geishas: eran mujeres bellas, atrayentes, artistas… pero intocables.

                Los Barrios del Placer o mundos flotantes crearon toda una cultura, un mundo bohemio donde el arte y el refinamiento alcanzaron niveles nunca vistos en todos los campos de los mismos, y donde actores, cantantes, mĆŗsicos, pintores, dramaturgos y poetas fueron los grandes protagonistas. Y en el que tambiĆ©n, eso sĆ­, las mujeres sufrieron, una vez mĆ”s, la injusticia y la explotaciĆ³n, pero donde tambiĆ©n gozaron de educaciĆ³n y tuvieron una pizca de independencia por primera vez. Aunque solo fuesen algunas, ese principio estuvo allĆ­.

 

FUENTES:

ARQUEOLOGƍA E HISTORIA DEL SEXO. Los mundos flotantes. Placer y hedonismo en el perĆ­odo Edo: http://historsex.blogspot.com/2016/08/los-mundos-flotantes-placer-y-hedonismo.html  Consultado el 1 de Marzo de 2021.

GOLDEN, ARTHUR, Memorias de una geisha, editorial Suma, 2006.

IWASAKI, MINEKO, Vida de una geisha, ediciones B, 2004.