yokai


Actualmente muy de moda gracias al juego Yō-kai Watch, en el que un niño puede encontrar a estas criaturas gracias a un reloj especial, hoy día tenemos una ligera idea de lo que es un yōkai como un ser mágico, pero ¿qué es realmente, qué poderes tiene y de dónde vienen los yōkai? Hoy vamos a descubrirlo.

Los yōkai son criaturas mitológicas tradicionales del folklore japonés, tan representativas de su cultura como pueden serlo las hadas y duendes en la nuestra, aunque su fisonomía y su carácter son bien distintos. Los yōkai suelen tener una representación de animales antropomórficos (animales humanizados, para entendernos), y muchos de sus poderes mágicos derivan de las características que atribuimos al animal en cuestión. Así, el kitsune es un zorro (macho o hembra) y usará sus poderes de astucia para engañar a los campesinos, generalmente sin motivos que vayan más allá de robarles comida, gallinas, licor, o quizá quedarse con alguna golosina u objeto que les parezca bonito.

No obstante, no todos los yōkai son solo traviesos y pocos son bienhechores. La mayoría son malignos, como el feroz kappa, pequeño demonio con aspecto reptiliano que suele vivir en ríos profundos y en el mar, y del que se dice que proviene del alma de niños ahogados o atacados por animales acuáticos, y que es un feroz devorador de carne humana. A pesar de ello, es relativamente fácil aplacarle; basta con tomar un pepino de mar, cortarlo en rodajas y escribir en ellas nuestro nombre y el de las personas que deseamos proteger, y lanzar al mar o al río los pedazos. Al kappa le gustan mucho los pepinos y, cuando se coma la rodaja, recordará quién se la ofreció y no le hará ningún daño.

Como vemos, aunque la esencia de los yōkai es monstruoso-demoníaca, también tienen cierto componente fantasmagórico, como decíamos con los orígenes del kappa. La tradición japonesa representa a los yōkai como algo a medio camino entre dos mundos, el terreno y el ultraterreno. En su día fueron algo real, perfectamente reconocible y familiar como un animal, un niño o una mujer y, a raíz de una muerte violenta u otro suceso traumático, quedaron deformados en su esencia para siempre, convertidos en algo que no pertenece del todo al mundo real ni al feérico, de modo que se vieron obligados a crear su propio mundo y su sociedad a espaldas de lo humano. La esencia de su terror es tan simple y efectiva como esa: la ruptura de la normalidad, de la imagen de rutina a la que estamos acostumbrados y con la que, de repente, ya no podemos contar.

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Gran parte de los yōkai viven su vida lejos de los humanos, a los que desprecian, y no se relacionan con ellos más que para atacarles, robarles, o reírse de ellos cuando estos últimos penetran en el territorio donde viven. Otros, en cambio, no tienen inconveniente en vivir cerca de asentamientos humanos y aún de tratar con ellos. En ese caso, suelen comportarse más bien como protectores del hogar. Guardarán nuestra casa y puede que toda nuestra comunidad de demonios más peligrosos si les permitimos vivir en paz con nosotros y les dedicamos alguna ofrenda. En este caso cabe destacar al Zashiki-Warashi, uno de los yōkai bienhechores y de naturaleza bondadosa, aunque siempre acreedor de respeto.

Este yōkai tiene la apariencia de un niño o niña de corta edad, vestido con kimono y carita sonrosada. Se dice que le gusta vivir en habitaciones de tatami con puertas corredizas de papel washi. Zashiki-Warashi suele ser visible solo por los niños de edad similar a la suya o menores, juega alegremente con ellos y los protege de malhechores humanos o fantasmales, los guía a sus casas si accidentalmente se pierden y cuida de todas las casas donde viven niños. A cambio, solo piden que los adultos cuiden bien y sean justos con los niños y dejen algún alimento y juguetes para él. Se dice que, aunque protege a todo el pueblo, la casa que para vivir elija el Zashiki-Warashi será la más próspera de todas mientras siga allí. Pero, si los padres se entregan a vicios como la bebida que les hagan descuidar o maltratar a los niños, el pequeño yōkai se los llevará con él y no volverá jamás a la casa, lo que hará caer la desgracia sobre ella.

Otros yōkai eligen vivir cerca de los humanos para aprovecharse de los animales que se pierden, el grano que cae de los carros o del licor que se deja sin vigilancia. Si la comunidad en la que se aloja acepta estas pequeñas pérdidas y aún le ofrece con respeto algunas provisiones, el yōkai se mostrará agradecido y procurará suerte y protección para todos los que allí residan. Si, por el contrario, los aldeanos se enfrentan a él, ponen vigilancia e intentan echarle con medios humanos o mágicos, el yōkai se enfurecerá terriblemente y enviará desgracias en forma de enfermedades, malas cosechas, plagas para los animales y aún desastres naturales, envenenará la fruta de los árboles y se llevará a los bebés.

Finalmente, algunos yōkai se emparejan con humanos (tanto mujeres como hombres), bien seduciéndoles con engaños, mintiéndoles sobre su origen o, en las menos de las ocasiones, presentándose como lo que son con sinceridad. A la descendencia que se produce de estas uniones se les llama han’yo o semiyōkai. Estas criaturas pueden tener los rasgos animales de su progenitor yōkai, pero otras veces estos rasgos se presentan sólo de forma espiritual, de modo que el semiyōkai podría vivir y pasar perfectamente entre humanos sin que nada delate sus orígenes mitológicos, a no ser que decida mostrarlos por algún motivo.

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Los yōkai han existido en la cultura nipona desde tiempo inmemorial, pero fue a partir del periodo Edo, con el auge de la imprenta, cuando sus representaciones gráficas se normalizaron por doquier y se normalizó tener alguna imagen o tapiz de ciertos yōkai a fin de atraer su presencia para dar suerte y prosperidad. En el siglo XVIII, Toriyama Sekian reunió un buen número de estas ilustraciones para crear la primera enciclopedia de yōkai.

Hoy día, gracias a sus apariciones en mangas, películas y videojuegos, los yōkai continúan existiendo, pero ¿solo en Japón? Por si acaso, vosotros dejad un cuenco de arroz y una tacita de sake en la ventana. Quién sabe, quizá hagáis un nuevo amigo.