Negros en Bruguera

Por Dita

No, no me refiero al papel de caníbales que siempre se dio a las personas negras en las historietas clásicas, sino a los autores que trabajaron en la sombra, produciendo historietas que cobraban a tanto el kilo, sin derecho a acreditación y siempre con el látigo sobre su cabeza, en la extinta Bruguera. La famosa editorial pretendió explotar a personajes, creadores y dibujantes contratados por igual, pero le salió el tiro por la culata.
 

            Hace apenas un puñado de años, una conocida tertuliana de programas del corazĂłn sacĂł a la venta un libro con su «autobiografĂ­a», sus vivencias, cotilleos, etc. Dicho libro se hizo superventas en poco tiempo y todas las librerĂ­as lo tenĂ­an en sus escaparates. El fenĂłmeno no era nuevo. Casi cada año tenemos el libro con la biografĂ­a de algĂşn futbolista, polĂ­tico, youtuber, o similar, y legiones de fans de todo sexo y edad acuden en manadas a comprarlo. Lo que sĂ­ pescĂł de sorpresa a alguno de aquellos fans, fue enterarse de que aquel libro en realidad solo tenĂ­a de su Ă­dolo la foto de la portada. Era otra persona quien habĂ­a hecho todo el trabajo de compilaciĂłn, esquema y escritura. Esto, queridos nietecitos, recibo el nombre de «escritor fantasma» o, en román paladino, «negro literario» y, aunque se atribuye sobre todo al mundo de la literatura, tambiĂ©n se utiliza en el cĂłmic. En los años ochenta este fenĂłmeno se hizo tristemente famoso debido a los «negros» a quienes fueron encargadas las historietas de grandes autores como Escobar, Vázquez o Ibáñez. 

Primeras viñetas de «Mortadelo y FilemĂłn»

            Nos ponemos en contexto histĂłrico: a finales de la dĂ©cada de los setenta, los encargos que recibĂ­a Ibáñez eran excesivos hasta para Ă©l (recordemos: varios álbumes al año, más las historietas cortas de otros personajes, chistes, personajes publicitarios y colaboraciones especiales) y, en vista de aquello, el padre de Mortadelo accediĂł a que algunos de sus personajes menos famosos, como Sacarino, fueran realizadas por negros. Estas historietas eran «fabricadas» por algĂşn guionista de la casa como JesĂşs de Cos o JosĂ© MarĂ­a Casanovas mientras que el dibujo era realizado por dibujantes sin acreditaciĂłn, generalmente copiando caras y posturas de viñetas originales de Ibáñez. En la propia editorial tenĂ­an los originales amontonados de cualquier manera, a fin de que los dibujantes pudieran tomarlos para copiar lo que precisasen. En ocasiones, se trataba de dibujantes con oficio, en otros se tratĂł de estudiantes o incluso amas de casa que buscaban sacarse un dinerito o que tenĂ­an la esperanza de hacerse un nombre en la industria del cĂłmic español. Industria que, en realidad, y gracias a sus propios industriales, estaba agonizando, pero eso entonces no lo sabĂ­a nadie.           

            Como podĂ©is suponer, por mucha buena voluntad que pusieran los trabajadores, estas historietas chillaban como todos los neones de Las malditas Vegas. 

            Y es que, si bien el guion solĂ­a ser pobre y carecĂ­a de la gracia del autor original, en algunos casos podĂ­a ser salvable, pero el dibujo alcanzĂł cotas de «copia-pega» que llegaron al colmo del cutrerĂ­o, reciclando la misma postura una y otra vez. Aquellos negros que, en principio, iban a ocuparse solo de Sacarino por ser un personaje menor, con el tiempo acabaron llegando a toda la creaciĂłn de Ibáñez, incluyendo a sus hijos predilectos, Mortadelo y FilemĂłn, ¿cĂłmo se llegĂł a esto? Debido al egoĂ­smo y a las malas decisiones de Bruguera.           

            La editorial sabĂ­a que tenĂ­a en las manos una gallina de los huevos de oro. Cuando empezaron la lĂ­nea de «revistas y periĂłdicos infantiles» despuĂ©s de la Guerra Civil, ni siquiera podĂ­an soñar el dinero que iban a hacer y el crecimiento que tendrĂ­an, incluso en el extranjero. Los autores tampoco lo imaginaban y, con el paso de los años, empezaron a exigir mejores condiciones. En Bruguera, los dibujantes y guionistas trabajaban como funcionarios, a sueldo fijo. Y eso, los que tenĂ­an la suerte de estar en nĂłmina. Los que no, cobraban por trabajar a destajo: tanto hacĂ­an, tanto cobraban. Conforme las ventas de las revistas subĂ­an, los autores empezaron a pedir aumentos salariales y porcentaje sobre las ventas, de las cuales eran artĂ­fices. Bruguera se negĂł. Y llegĂł un momento, a mediados de los ochenta, que varios dibujantes fueron despedidos o abandonaron la editorial, hastiados de su despĂłtica polĂ­tica interna. Eso implicĂł que tuvieron que dejar sus personajes en prenda, dado que, segĂşn los leoninos contratos de la casa, los personajes creados no pertenecĂ­an a los autores sino a la editorial.

            AsĂ­, Bruguera tenĂ­a a los personajes, pero podĂ­a darlos a dibujantes de oficio que estarĂ­an imposibilitados para protestar. Creyeron haber dado con la fĂłrmula perfecta para enriquecerse sin lĂ­mite, haber alcanzado el sueño erĂłtico de todo editor: tener los personajes, pero no tener que pagar por ellos a los autores. Pretendieron copiar a su acomodo el modelo de trabajo norteamericano, en el que hay alguien para dibujar, alguien para entintar, para colorear… Sin embargo, en NorteamĂ©rica, todos ellos están acreditados y su fama les permite optar a otros trabajos y mejores contratos. En España se pretendĂ­a todo lo contrario: atar a los colaboradores para pagarles lo menos posible y que nunca alcanzasen fama que les permitiese encontrar mejores condiciones. En las historietas de Mortadelo aparecĂ­an bajo el Ăşnico nombre de «Bruguera equip». La editorial ya sospechaba que, si desaparecĂ­a el nombre mágico de Ibáñez, las ventas descenderĂ­an, de modo que asĂ­ pretendieron matar dos pájaros de un tiro: tener presos a los dibujantes y tratar de engañar a los lectores, pensando que, como Ă©ramos niños, no Ă­bamos a fijarnos en ese detalle e Ă­bamos a seguir consumiendo cĂłmics de Ă­nfima calidad con las mismas ganas que habĂ­amos comprado los buenos.

            Seguro que esto os sorprende: la decisiĂłn resultĂł más que mala, pĂ©sima, al punto que la mĂ­tica revista Mortadelo, junto con Bruguera, acabarĂ­a cerrando a principios de los noventa. No obstante, hubo dibujantes que, pese al mal hacer de la empresa, lograron hacerse un nombre que les sirviĂł para el futuro. Uno de ellos, fue RamĂłn MarĂ­a CasanyĂ©s.

Una de las páginas realizadas por CasanyĂ©s para «Mortadelo y FilemĂłn»

            CasanyĂ©s fue uno de los negros más significativos de Bruguera porque no solo trabajaba el dibujo, sino tambiĂ©n el guion, llegando a realizar aventuras completas, como El caso de los párvulos, que puede conseguirse actualmente (nĂşmero 38 de la colecciĂłn OlĂ© Mortadelo). Aunque siempre os aconsejo juzgar por vosotros mismos, como crĂ­tica os dirĂ© que me pareciĂł tremendamente floja y sin un solo gag que valga la pena. Como historieta, transmite en todo momento que CasanyĂ©s hacĂ­a aquello lo mejor que podĂ­a solo por honrilla, pero no se trataba de personajes que le inspirasen una gran simpatĂ­a. Cuando al fin Bruguera cerrĂł y ya nadie pudo obligarle a seguir siendo su negro cobrando poco y sin acreditar, CasanyĂ©s se dio su particular revancha dibujando una parodia porno, burda y grosera, pero curiosa en su rareza, de Mortadelo y FilemĂłn. Al ser esta una web para todos los pĂşblicos no puedo enlazarla aquĂ­, pero puede conseguirse en internet. No os hagáis ilusiones: el resultado final está más cerca de una pelĂ­cula de Antonio Ozores que de un hentai y tiene más valor como curiosidad que otra cosa.

            CasanyĂ©s, dibujante de talento, harto de hacer de negro, intentĂł hacerse hueco en otras publicaciones con personajes propios como El Papus, o dibujando carátulas de vĂ­deos VHS, pero no fue hasta la muerte de Bruguera y la creaciĂłn de la nueva revista Garibolo (en la que tambiĂ©n Vázquez dibujĂł a los detectives Tita y Nic) que tuvo la ocasiĂłn de hacerlo. La direcciĂłn de la revista, encabezada por dña. Montse Vives, quien tambiĂ©n habĂ­a trabajado para Bruguera, le ofreciĂł crear allĂ­ personajes propios, con una sola condiciĂłn: las historietas debĂ­an parecerse a las de Mortadelo, el que habĂ­a sido (y seguĂ­a siendo) el nombre de oro del cĂłmic español, cuyas historietas todo el mundo querĂ­a leer. Los agentes secretos, en aquel entonces en un impasse porque Ibañez pleiteaba contra Bruguera para intentar recuperarlos, habĂ­an dejado un vacĂ­o en el mundo del cĂłmic español, y el sueño dorado de todas las editoriales era ser ellas quienes encontrasen la manera de llenarlo. AsĂ­ nacieron Paco Tecla y Lafayette.

            Estos personajes, de trazo parecido al ibañezco, no eran agentes secretos sino periodistas, pero son tan torpes y vagos como Mortadelo y FilemĂłn, tienen un jefe cuya mala leche no tiene nada que envidiar a la del SĂşper, y en sus finales tampoco acaban precisamente cubiertos de gloria. Eran una buena apuesta. Desgraciadamente, los hombres de la TIA pesaban demasiado para ser desbancados, ni siquiera igualados, y la aventura de Garibolo fue efĂ­mera. Paco Tecla y Lafayette tuvieron sĂłlo cuatro historietas, hoy dĂ­a difĂ­ciles de encontrar.

Casanyés junto a Quiky

            AĂşn asĂ­, el nombre de CasanyĂ©s se hacĂ­a famoso en el mundillo y o fue más aĂşn gracias a otro personaje, aunque una vez más no se tratĂł de una creaciĂłn propia. Se tratĂł de Quiky, el conejo-mascota de Nesquick. a principios de los noventa, Nesquik creĂł una mascota para anunciar su cacao soluble y fue este conejo de pelo del color de la bebida y cuyas orejas se enroscaban de gusto cuando bebĂ­a leche con Nesquik. A raĂ­z de aquello, la marca empezĂł a realizar periĂłdicamente sorteos y a dar regalos con la imagen del conejito, como relojes de pulsera, balones de playa o flotadores, y en las páginas de los tebeos aparecieron cĂłmics publicitarios de Quiky. En ellas, el conejo y sus amigos humanos intentaban quitarse el Nesquik unos a otros. Cuando la marca decidiĂł hacer un cĂłmic protagonizado por ellos que tuviera 42 páginas, encargĂł el trabajo a CasanyĂ©s. Este se dio cuenta de que las historietas publicitarias eran graciosas, aunque las ideas de las mismas no le serĂ­an Ăştiles para una historia larga. NingĂşn niño con velocidad de lectura querrĂ­a leer a unos niños y un conejo persiguiendo vasos de Nesquik durante 42 paginacas, era preciso otro argumento. ¿QuĂ© hizo entonces? Pensar.

            CasanyĂ©s se encontraba viendo la tele (de acueeeerdo, eso no deja margen al pensamiento, pero allĂ­ le vino la idea en el terreno abonado del pensamiento anterior), y comenzĂł a ver Ben-Hur. La cinta comienza con una frase muy sencilla: «un cuento de Jesucristo». Sin embargo, el Redentor apenas sale en la cinta, solo se ve su nacimiento y un par de apariciones muy concretas, pero fundamentales en la historia, a pesar de que su presencia alcance a toda la producciĂłn aun cuando no se le vea. A CasanyĂ©s aquello le dio la fĂłrmula perfecta: hablar de Nesquick solo al principio y al final del cĂłmic, y dar a los lectores una historia independiente del producto, algo que se pudiese leer una y otra vez y que no girase en torno a la bebida constantemente, sino que la apariciĂłn de esta fuese sĂłlo ocasional. AcertĂł. La empresa sorteĂł los cĂłmics y estos han quedado como ejemplo de buen hacer.

            Hoy en dĂ­a los negros, en mayor o menor medida, siguen existiendo. Y no es malo que un autor reciba ayuda para entintar, colorear, etc. Lo que sĂ­ lo es, es que una editorial lo mantenga en secreto sin acreditar, engañando a sus lectores, maltratando a sus trabajadores y coartando los nuevos talentos. Bruguera podĂ­a haber hecho más, mucho más que simplemente enriquecerse o sobrevivir si hubiera obrado de un modo más justo y juicioso. Dejarse llevar por su ambiciĂłn la llevĂł a su propia destrucciĂłn, y lo que fue infinitamente peor: arrastrĂł en su caĂ­da a todo el cĂłmic español.

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