Crueles decepciones. En cierta ocasión, en una heladerĆ­a artesanal, vi un tipo de helado llamado «frutas del bosque». Quise saber de quĆ© se trataba y me explicaron que era una mezcla de fresas, moras y zarzamoras. La crema era de un delicioso color entre rosa y morado y yo, a mis siete aƱos y que pensaba aĆŗn que las moras eran esas gominolas rojas con bolitas, me asombrĆ© de que crecieran en el bosque y pedĆ­ mi helado de ese sabor. Nadie me dijo que aquello no sabrĆ­a dulce y, cuando lo probĆ© y un sabor mĆ”s Ć”cido que el limón me apuƱaló la lengua, sentĆ­ ganas de llorar, y no solo porque la propia acidez me hacĆ­a lagrimear los ojos. ¿Cómo se podĆ­a jugar asĆ­ con los sentimientos de una niƱita inocente? Me quedĆ© sin helado, porque aquello no habĆ­a quien se lo comiera, y hui de los sabores afrutados casi para siempre. Asimismo, me quedó la idea de que los helados artesanales eran un timo, caros y malĆ­simos, mientras que el industrial Frigo Pie sĆ­ que sabĆ­a a fresa (o a lo que yo pensaba que debĆ­a saber la fresa: dulce). Bien, pues tan cruel decepción, pĆ”smense de horror, que no fue la Ćŗnica de mi niƱez. El destino me habĆ­a elegido para otra durĆ­sima prueba: la emisión de Candy Candy.

 

Crónica de una serie anunciada.

PongÔmonos en situación: en aquel momento yo tenía seis tiernos añitos y, cuando vimos el anuncio de la serie, tanto mi hermana como yo, como creo que todos los niños (bueno, sobre todo las niñas) de mi generación nos quedamos boquiabiertos, patidifusos y ojiplÔticos. Eran las imÔgenes mÔs bellas que viéramos jamÔs, los dibujos mÔs bonitos y la protagonista mÔs guapa con unos ojos que parecían diamantes. De inmediato nos quedamos prendados de aquella belleza de trazo, y allí que nos plantamos delante del televisor en la noche del domingo para extasiarnos en aquella serie que sin duda sería la obra de arte mÔs hermosa que vieran los siglos. Ay, criaturas.

Vamos a empezar con que la hora de la emisión, ya era sospechosa: domingo a las ocho y media, justo antes del telediario de la noche y de que nos mandasen a cenar y a dormir cuando la mayor parte de series animadas comenzaban mucho mĆ”s temprano y, a aquellas horas, domingo o no domingo, la televisión ya era territorio adulto (cosas de antes, queridos nietecitos, que existĆ­an unas cosas llamadas «franjas de programación por edades» y se respetaban, fĆ­jate tĆŗ), pero en esas cosas uno no cae cuando es niƱo. El caso es que allĆ­ estĆ”bamos frente a nuestro lado del tubo catódico y comenzaron a hablarnos de una adorable niƱita rubia, huĆ©rfana por mĆ”s seƱas, que era encontrada a las puertas de un hogar infantil (un orfanato, pero un poco mĆ”s bonito), en medio de una furiosa nevada y, a pocos metros, hallaban a otro bebĆ©. Las bienhalladas (…bueno) son Candy y Annie respectivamente y se criaban juntas en el Hogar de Poni, como si fuesen hermanas. Y como tales, juraban ser amigas para siempre, llegando a prometerse mutuamente que, si alguien intenta adoptarlas por separado, se negarĆ”n.

Hasta aquĆ­, todo mĆ”s o menos normal. Todo el mundo sabĆ­a que, en los cuentos, habĆ­a muchos niƱos huĆ©rfanos que luego encontraban su familia y todo acababa bien, pero mientras tanto, se apoyaban en sus amigos para salir adelante. Porque los amigos eran como hermanos y se cuidaban unos a otros y no se separaban jamĆ”s. O eso creĆ­a yo. Porque resulta que llegan unos seƱores muy ricos que pretenden adoptar a Candy y ella se niega para no dejar a Annie. Esta le agradece mucho que respete la promesa y que no la deje sola, pero cuando esa misma pareja decide -ya que Candy no quiere ser adoptada- ofrecerse a adoptar a Annie, esta ya tiene un pie en el coche antes de que terminen de hablar. Vamos, que nos coge la noche, vaya a ser que me pierda la cena, y a Candy ya le han dado mucho por culo.  Vamos, que a Annie le falta hacerle una peineta y gritar «¡Adiós, pringĆ”!». SegĆŗn he averiguado, esto sucede asĆ­ sólo en el anime, en el manga la cosa es diferente, aunque acaben separadas igual, pero por televisión, lo que se emitió y los niƱos vimos, no fue el manga.

Os dejo imaginar el efecto que tuvo la escenita entre los niƱos de todo el paĆ­s. De inmediato todos le cogimos un asco a Annie que no la podĆ­amos ni ver, y nuestra esperanza era que la justicia poĆ©tica la hiciese enfermar y palmarla, y que Candy ocupase su sitio como merecĆ­a. En lugar de ello, nos enteramos de que ni la escribe, porque su nueva madre le dice que no debe conservar las amistades del orfanato, para que nadie se entere de que procede de uno. Que, o se acaban de mudar, o han hipnotizado a todo el pueblo en el que viven para hacerles creer que Annie ha aparecido por generación espontĆ”nea, que esto no lo explican. TambiĆ©n aquĆ­ ya vamos viendo que Candy necesita algo mĆ”s de un aƱo bisiesto para juntar dos neuronas, porque se lleva un sofocón que casi se deshidrata llorando. A ver, hija de mi vida, te ha clavado por la espalda un puƱal como la espada del Cid, ¿y te extraƱas de que no te escriba y aĆŗn la echas de menos? Como decimos en mi casa: «anda y que la den».

Como podĆ©is figuraros, la ilusión por la serie decayó varios enteros. Por muy bonito que fuese el dibujo, que eso nadie lo discutĆ­a, la historia era bastante deprimente y la protagonista, tirando a cortita. Y aĆŗn no habĆ­amos visto nada. Cuando llegó el «momento Anthony», se produjo un verdadero TRAUMA en mĆ”s de la mitad de las niƱas de todo el paĆ­s, que rĆ­ase usted de la muerte de David el gnomo. Tela. A partir de ahĆ­, mi santo padre -harto sin duda de tener que entrar y salir del salón a nado- dijo que la tele en general y los dibujos en particular eran para divertirse y no para pasar un mal rato, que Ć©l no estaba dispuesto a vernos sufrir por unos monos y que se habĆ­a acabado Candy para siempre jamĆ”s. Admito que no la echĆ© de menos y mi padre pudo volver a ver el Estudio-Estadio, algo que sin duda tambiĆ©n pesó en su decisión. AƱos mĆ”s tarde, y gracias a internet, me enterĆ© de cómo acabó la serie y, por lo que leĆ­, tampoco me perdĆ­ nada.

Las perpetradoras.



Candy Candy fue escrito e ilustrado por Kyoko Mizuki y por la mangaka Yumiko Igurashi, y fue publicado en Japón por Kōdansha, entre 1975 y 1979. La adaptación al anime corrió a cargo de la Toei Animation entre el 76 y el 79. Pese a mis escasas simpatĆ­as por esta serie, hay que admitir que la belleza del trazo y el romanticismo de su guion hicieron las delicias de millones de niƱas y adolescentes en el mundo entero e hicieron de oro a sus creadoras, con ventas que alcanzaron los trece millones de ejemplares.


En EspaƱa fue editado por Bruguera, primero en forma serializada en la revista semanal
Lily, orientada sobre todo al pĆŗblico juvenil femenino, y mĆ”s tarde en tomos de tapa dura. Debido a la quiebra de la editorial en la segunda mitad de la dĆ©cada de los ochenta, no se llegó a terminar la serie. Cuando Ediciones B recuperó los activos de la extinta editorial, no vio mercado para Candy y no la recompró, decisión que nunca sabremos si realmente fue acertada. Es cierto que, para entonces, los inicios de la dĆ©cada de los noventa, las chicas no eran grandes consumidoras de cómics y eran las revistas de Ć­dolos cinematogrĆ”fico-musicales como la SuperPop o la Bravo las que copaban el mercado, pero no es menos cierto que fue entonces cuando comenzó a llegar el manga Dragon Ball y a hacerse un nicho en el mercado de este paĆ­s; quizĆ” hubiera sido un comienzo para el shōjo, pero esa pregunta quedarĆ” sin resolver.

Los italianos fueron mƔs listos.

Debido a su alto contenido dramÔtico, no pocas cadenas televisivas europeas tuvieron serias dudas acerca de su emisión, por eso la propia TVE lo emitió en un horario tan poco infantil y en una franja tan mala de audiencia como es la última hora del domingo. Querían poder quitarla rÔpida y discretamente si el experimento no salía bien. De hecho, ni siquiera se dobló la serie completa, solo la mitad, los primeros 52 episodios. Tras aquello, los resultados no se consideraron lo bastante buenos como para pagar el doblaje de la serie completa, que solo pudo verse en gallego o catalÔn en las respectivas autonómicas. Aunque entonces no estaba tan de moda eso de quejarse, sí que hubo padres y educadores que escribieron a TVE para criticar un contenido tan deprimente en una serie, supuestamente, infantil. Acostumbrados a que la animación japonesa fuera sensible, sí, pero de buenos valores y siempre esperanzadora como habíamos visto con Heidi y Marco, una serie como Candy que, en realidad, no estaba destinada al público infantil, sino mÔs bien al adolescente, no resultó bien acogida.


De hecho, en Italia, grandes admiradores del mundo del anime, no tuvieron empacho en cambiar la historia para darle un final mĆ”s comercial y mĆ”s adecuado a lo que la gente deseaba ver. SegĆŗn la historia original, Terry y Candy estĆ”n enamorados, pero este se casa sin amor con una compaƱera de teatro que ha quedado invĆ”lida por salvarle la vida solo por agradecerle su acción. A Candy estĆ”n a punto de casarla con Neil, el hermano de Iriza que lleva haciĆ©ndole la vida imposible desde que eran niƱos, aunque al final se libra de semejante boda y acaba compuesta y sin novio entre sus amigos, recordando a los ausentes. En Italia vieron que con ese final no se iban a comer un rosco, asĆ­ que tomaron imĆ”genes y secuencias de capĆ­tulos anteriores, cortaron, pegaron y doblaron, e hicieron un nuevo final en la que la esposa de Terry se da cuenta de que este solo estĆ” con ella porque se siente culpable y que, si ella le ama de verdad, debe dejarle hacer su vida con Candy, de modo que habla con Ć©l y le deja marchar. Ɖl escribe a Candy, ambos viajan para encontrarse, se besan en la estación y todo termina bien. Ese fue el final que se conoció en Italia durante muchos aƱos y que salvó la audiencia de la serie.

Actualmente, y debido a problemas y litigios de derechos entre ambas autoras, la serie no puede ser emitida en ningĆŗn paĆ­s, y mira, eso que salimos ganando.

Concluyendo.

En mi caso, Candy consiguió que mirase con recelo toda la animación japonesa y la conceptuase como «series hiper moƱas para manĆ­aco depresivos». No fue hasta varios aƱos mĆ”s tarde, con la emisión de La niƱa de las flores, que mi prejuicio cambió ligeramente a «series hiper moƱas, pero hay alguna soportable», y al fin, a los diez aƱos de edad, la llegada a EspaƱa de Lupin III a travĆ©s de Telecinco, me reconcilió con el anime por completo.