La mirada del hambre. Si tenƩis
perro, seguro que la conocƩis. Es esa mirada que os echa el animal cuando
estƔis comiendo delante de Ʃl y os contempla con ojos grandes y lastimeros, con
carita de pena y parece preguntar «¿y a mĆ ni un poquito…?».
Esa mirada que traspasa el corazón es justo la que tienen todos los niños en Paracuellos,
de Carlos GimƩnez. La mirada de unas criaturas que, a pesar de vivir bajo techo
como nuestro perro, no dejan de tener el temor de que nunca saber si van a
poder tomar su siguiente comida. Partiendo de esta premisa, de esa mirada, ya
supondréis que el cómic al que aludo no es precisamente Zipi y Zape pero,
aun asĆ, tambiĆ©n comparte con este cierta inocencia, como siempre emana de las
historias protagonizadas por niƱos, por muy trƔgicas que sean.
Paracuellos
nos cuenta las vivencias, amargas en su mayorĆa, pero tambiĆ©n amables en
ocasiones y hasta divertidas alguna vez, del propio autor y otros muchos niƱos
como Ʃl, en los hogares del Auxilio Social de la posguerra espaƱola. Para
ponernos en situación: la guerra civil acaba de terminar, los nacionales han
tomado el poder e instaurado la dictadura militar, y mientras tanto, han dejado
un paĆs arruinado por la contienda, lleno de muertos, pobres y huĆ©rfanos. Aquellos
huĆ©rfanos, o hijos de familias que, por su pĆ©sima situación económica no podĆan
mantenerlos, eran llevados a los hogares del Auxilio Social. En teorĆa, un
segundo hogar, colegio y campamento donde los niƱos eran alimentados, cuidados
y recibĆan la enseƱanza general bĆ”sica. En la prĆ”ctica, centros de reclusión y
maltrato que aspiraban a ser la cantera del rƩgimen militar y de donde
pretendĆa sacar el franquismo sus particulares «juventudes hitlerianas».
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Interiores del cómic |
A
través de las pÔginas del cómic vemos cómo los adultos, a cuyo cargo estÔn los
niƱos, no son mƔs que un puƱado de dƩspotas y viejas santurronas, cuando no
directamente maltratadores y abusadores sexuales. En el ideal franquista,
aquellos niƱos estaban destinados a convertirse en la fuerza del rƩgimen,
ciegos seguidores obedientes a Franco y a Dios (por ese orden), hombres
ejemplares dispuestos siempre a obedecer sin replicar y a tomar las armas
cuando fuese necesario. «Mitad monjes, mitad soldados», se decĆa por aquel entonces
para hacer referencia a lo que se esperaba obtener de ellos, pero como vemos en
el cómic, la realidad era muy diferente. Los niños, mal alimentados,
constantemente insultados, maltratados a bofetón limpio y sin recibir jamÔs la
menor muestra de cariƱo, no sueƱan en absoluto en convertirse en esos ideales
que anhela el franquismo, ni consideran el «hogar» como su casa o su cuartel,
sino como una cƔrcel de la que solo desean escapar o que sus padres -los que
los tienen- vengan a buscarlos, o con cosas aún mÔs pequeñas, como beber un
trago de agua cuando les abrasa la sed y los rĆgidos horarios no les permiten
hacerlo. O comer un currusco de pan, leer un tebeo, o tener un juguete.
Acostumbrados
desde su mƔs tierna infancia a que los derechos o la justicia no existen y que
la única ley es la del mÔs fuerte, también los chiquillos harÔn sus propias
jerarquĆas, en las que intentarĆ”n ganarse el favor de sus superiores, prestar o
deber favores, o simplemente imponerse con la astucia o con los puƱos, a fin de
no permitirse ser el último mono y que los demÔs se aprovechen de él.
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Portada de la edición integral de «Paracuellos». |
Paracuellos
empezó a publicarse en 1975 en diversas revistas como Muchas Gracias o El
Papus, pero tuvo tan escaso Ʃxito, que el autor se vio obligado a abandonar
la serie. No fue hasta veinte años mÔs tarde que, gracias a la aceptación que
tuvo en el mercado francƩs, pudo Carlos GimƩnez continuarla hasta la dƩcada del
2000 y actualmente consta de seis volĆŗmenes que pueden conseguirse por separado
o en el lujoso integral «edición 40Āŗ aniversario» editado por Debolsillo.
Paracuellos
es una obra agridulce, emotiva y significante. Historietas que nos hacen reĆr,
e historias que son una patada en el corazón detrÔs de otra y con las que es
imposible que no se nos empaƱen los ojos al recordar que sus protagonistas existieron,
y no eran mƔs que unos niƱos. Un recuerdo que permanecerƔ mucho tiempo despuƩs
de cerrar el libro, por algo mucho mƔs hondo que las ya duras vivencias, sino
por los ojos de los niƱos. Por la mirada del hambre.
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