—Harina, levadura, cebollas… — voy tachando cosas de la lista, tan larga que llega al suelo y da tres vueltas. Y entonces me doy un guantazo en la frente — ¡Sal! ¡Me olvidĆ© la sal! ¡No tengo perdĆ³n!

                —No importa, nena, me acerco otra vez en una carrerita — me sonrĆ­e ZombiD.

                —Ya que vas, ¿te molesta traerte tambiĆ©n el pedido de la carnicerĆ­a, que me han llamado diciendo que ya estĆ”? — le pide el dr. Molina, y mi novio asiente. Es cierto que no se llevan demasiado bien, y por eso me admira mĆ”s aĆŗn que D lo haga a la primera y sin protestar ni ironizar, pero esta es una situaciĆ³n difĆ­cil para todos, y todos nos ayudamos. Estamos en el gran salĆ³n, y hemos hecho todos pedidos gigantescos para no abandonar el Castillo, y ZombiD va a recogerlos; como ya estĆ” muerto, no se puede contagiar. Por su parte, el dr. West nos ha surtido de guantes y gen hidroalcohĆ³lico hecho por Ć©l mismo, el dr. Lecter se ha ofrecido a tratar la depresiĆ³n y la ansiedad, yo cuento cuentos… todos colaboramos. Es en estas situaciones cuando se pone a prueba nuestro compaƱerismo, nuestra capacidad para funcionar en equipo. TambiĆ©n de equipo y de funciĆ³n en comuna trata nuestra cinta. Hoy, en Cine Freak Salvaje, El camarada Don Camilo.

                Con frecuencia, las cintas basadas en libros no dejan contento a nadie. Los puristas siempre decimos que se comen demasiadas cosas, que mutilan la novela o aƱaden cosas que no pintan nada, mientras que aquellos que no han leĆ­do el libro a veces se quejan de se encuentran perdidos en una historia que no conocen y que no se hizo pensando en ellos. Sin embargo, el caso que nos ocupa no sĆ³lo gustaba a todo el mundo, tanto lectores como no, sino que tambiĆ©n gustaba por igual a partidarios de derechas y de izquierdas. Algo que es mucho decir, teniendo en cuenta que se trataba de humor con tintes polĆ­ticos y sociales.

                Nos encontramos en un pueblecito de la Italia profunda, mĆ”s o menos al final de la dĆ©cada de los cincuenta del siglo pasado. La voz polĆ­tica la lleva el alcalde Peppone, comunista acĆ©rrimo, pero hay otra voz que pesa tanto o mĆ”s que la suya: la del cura d. Camilo. En un clima siempre de tira y afloja y de mutuas pullas y burlas entre uno y otro en las que con frecuencia no dudan en acabar a santos mojicones, un acontecimiento viene a perturbar la paz del terruƱo, y es que alguien del pueblo ha tenido un acierto fabuloso en las quinielas, pero el nombre del ganador, Pepito Sbezzegutti, no le dice nada a nadie. D. Camilo, curioso impenitente, descubrirĆ” que el nombre del ganador no es mĆ”s que un hĆ”bil anagrama del nombre del alcalde. Para ayudarle, de modo que no tenga que revelarse como ganador (un comunista no juega a las quinielas, sino que deberĆ­a combatirlas. El salario del trabajador deberĆ­a ser plenamente suficiente para cubrir gastos y aĆŗn caprichos, de modo que no debe dejarse tentar por juegos de azar y apuestas), y le lluevan quejas, burlas y peticiones de dinerito, d. Camino cobra el billete por Ć©l y le guarda el secreto. Pero a cambio, quiere algo tambiĆ©n. No, no es dinero. D. Camilo sabe que dentro de poco, Peppone y su cĆ©lula del pueblo van a viajar a Rusia en una excursiĆ³n-premio para conocer y tratar la cuna del comunismo de primera mano, y quiere ir con ellos. Como es normal, Peppone en principio se niega, pero acabarĆ” cediendo, siempre temeroso de quĆ© catĆ”strofes podrĆ” liarle d. Camilo y de que las autoridades comunistas descubran que viaja con un cura.

                DespuĆ©s de la segunda guerra mundial y la que le habĆ­an dado a Mussolini, Italia no era terreno fĆ©rtil para las ideas de derechas, pero estas seguĆ­an allĆ­ bajo el manto de la todopoderosa iglesia y los partidos de democracia cristiana. Como siempre sucede, ambos bandos tenĆ­an razĆ³n, y a la vez se equivocaban los dos. En medio de aquĆ©l clima, Giovanni Guareschi, escritor satĆ­rico, creĆ³ a sus inmortales personajes, Don Camilo y Peppone, cuyas aventuras se publicaban por entregas semanales en la revista que Ć©l mismo dirigĆ­a, y mĆ”s tarde aparecieron como novelas, El pequeƱo mundo de Don Camilo, Los del terruƱo, o la que nos ocupa hoy. Los relatos eran tan divertidos y acertados que, por mucho que la ideologĆ­a de la revista tirase hacia la izquierda, no eran pocos los lectores del signo polĆ­tico contrario que la compraban sĆ³lo para leer a d. Camilo. No obstante, la “equidistancia” de las aventuras no era la Ćŗnica nota original de las historias. El verdadero acierto, era la voz del Cristo.

                Como todos los sacerdotes, d. Camilo habla con Dios, pero a Ć©l, Dios le contesta. Y no
precisamente para darle la razĆ³n. Como dijo Guareschi en la primera de sus novelas, “si algĆŗn sacerdote se siente ofendido a causa de d. Camilo, es muy libre de partirme en el lomo la vela mĆ”s gorda; si algĆŗn comunista se molesta a causa de Peppone, puede venir a partirme las costillas con una estaca, pero si alguien se siente ofendido a causa del Cristo, no hay nada que hacer, porque el que habla es MI Cristo, la voz de mi conciencia”. AsĆ­, d. Camilo actuarĆ” en ocasiones movido por sus ideas polĆ­ticas, ferozmente contrarias a las del alcalde, y no de acuerdo a los principios cristianos que deberĆ­a seguir, y el Cristo serĆ” el primero en reprocharle con severidad su proceder. Pero tambiĆ©n el primero en perdonarle cuando sabe que se arrepiente.
                En la pelĆ­cula, todos los comunistas estĆ”n ansiosos de llegar al paraĆ­so ruso, donde no hay curas incordiones (como el que llevan a cuestas), y donde sus ideales han triunfado, a diferencia de los miserables paĆ­ses capitalistas. QuĆ© duda cabe que su entusiasmo estĆ” justificado, pero como todos los sueƱos que se cumplen, sienten tambiĆ©n un poco de reparo, algo de miedo a que ese mismo paraĆ­so se vuelva en contra de ellos si se descubre que llevan a un “pope”. Por su parte, d. Camilo no perderĆ” el tiempo en demostrarles cuĆ”n frĆ”gil es ese pretendido paraĆ­so, ni el valor para cuando alguien necesite de su ayuda personal o de sus servicios eclesiĆ”sticos, que no dudarĆ” en darlos como pueda, aĆŗn sabiendo que arriesga su vida.

                Es normal acusar de hipĆ³critas a los curas y a los comunistas, y la cinta que nos ocupa tira de ese clichĆ© para provocar la risa. Pero tambiĆ©n nos muestra que debajo del cura o del comunista hay algo mĆ”s: una persona, un corazĆ³n, y que ambos son capaces por igual de doblar o romper sus preceptos por su beneficio propio, que por el de otros. Tanto el cura como el alcalde no dudarĆ”n en quebrantar cualquier mandamiento y aĆŗn ley para hacer algo que saben que es justo y aĆŗn humanitario, mostrĆ”ndonos que la bondad de las personas no se mide por la religiĆ³n ni por la posiciĆ³n polĆ­tica, sino por la talla humana.

                El camarada d. Camilo es una pelĆ­cula tierna y divertida, con un humor a veces emotivo, pero siempre hilarante y plagada de personajes Ćŗnicos. Aunque no es en absoluto necesario haber leĆ­do la novela, sĆ­ os aconsejo que lo hagĆ”is si tenĆ©is ocasiĆ³n, para disfrutar de todo aquello que por metraje no pudo incluirse, y para disfrutar de la prosa, sencilla, cariƱosa y divertida, de Guareschi. A travĆ©s de la toda la historia se palpa cĆ³mo el autor conocĆ­a a sus personajes y les tenĆ­a un gran cariƱo, y cĆ³mo ellos mismos, enemigos polĆ­ticos, tambiĆ©n son amigos mal que les pese. Una cinta de humor muy aguda y que sabe mantenerse sin tomar especial partido por ninguno de los dos bandos, aunque es preciso tener unos mĆ­nimos conocimientos histĆ³ricos para disfrutarla en toda su extensiĆ³n. Cinefiliabilidad 6, lo que significa que es tolerada, en blanco y negro, y su humor, aunque vĆ”lido aĆŗn hoy dĆ­a, necesita ponerse en situaciĆ³n para que nos llegue. Los niƱos quizĆ” no la entiendan, pero les encantarĆ” a vuestros padres.

       «No, no, BensonseƱora. Me llamo BensonseƱora». Si no coges esta frase, tienes que ver mĆ”s cine.