
—No
importa, nena, me acerco otra vez en una carrerita — me sonríe ZombiD.
—Ya
que vas, ¿te molesta traerte también el pedido de la carnicería, que me han llamado
diciendo que ya está? — le pide el dr. Molina, y mi novio asiente. Es cierto
que no se llevan demasiado bien, y por eso me admira más aún que D lo haga a la
primera y sin protestar ni ironizar, pero esta es una situación difícil para
todos, y todos nos ayudamos. Estamos en el gran salón, y hemos hecho todos
pedidos gigantescos para no abandonar el Castillo, y ZombiD va a recogerlos;
como ya está muerto, no se puede contagiar. Por su parte, el dr. West nos ha
surtido de guantes y gen hidroalcohólico hecho por él mismo, el dr. Lecter se
ha ofrecido a tratar la depresión y la ansiedad, yo cuento cuentos… todos
colaboramos. Es en estas situaciones cuando se pone a prueba nuestro
compañerismo, nuestra capacidad para funcionar en equipo. También de equipo y
de función en comuna trata nuestra cinta. Hoy, en Cine Freak Salvaje, El
camarada Don Camilo.

Nos
encontramos en un pueblecito de la Italia profunda, más o menos al final de la
década de los cincuenta del siglo pasado. La voz política la lleva el alcalde
Peppone, comunista acérrimo, pero hay otra voz que pesa tanto o más que la
suya: la del cura d. Camilo. En un clima siempre de tira y afloja y de mutuas
pullas y burlas entre uno y otro en las que con frecuencia no dudan en acabar a santos mojicones, un acontecimiento viene a perturbar la paz
del terruño, y es que alguien del pueblo ha tenido un acierto fabuloso en las
quinielas, pero el nombre del ganador, Pepito Sbezzegutti, no le dice nada a
nadie. D. Camilo, curioso impenitente, descubrirá que el nombre del ganador no
es más que un hábil anagrama del nombre del alcalde. Para ayudarle, de modo que
no tenga que revelarse como ganador (un comunista no juega a las quinielas, sino
que debería combatirlas. El salario del trabajador debería ser plenamente
suficiente para cubrir gastos y aún caprichos, de modo que no debe dejarse
tentar por juegos de azar y apuestas), y le lluevan quejas, burlas y peticiones
de dinerito, d. Camino cobra el billete por él y le guarda el secreto. Pero a
cambio, quiere algo también. No, no es dinero. D. Camilo sabe que dentro de
poco, Peppone y su célula del pueblo van a viajar a Rusia en una excursión-premio
para conocer y tratar la cuna del comunismo de primera mano, y quiere ir con
ellos. Como es normal, Peppone en principio se niega, pero acabará cediendo,
siempre temeroso de qué catástrofes podrá liarle d. Camilo y de que las
autoridades comunistas descubran que viaja con un cura.
Después
de la segunda guerra mundial y la que le habían dado a Mussolini, Italia no era
terreno fértil para las ideas de derechas, pero estas seguían allí bajo el
manto de la todopoderosa iglesia y los partidos de democracia cristiana. Como
siempre sucede, ambos bandos tenían razón, y a la vez se equivocaban los dos. En
medio de aquél clima, Giovanni Guareschi, escritor satírico, creó a sus inmortales
personajes, Don Camilo y Peppone, cuyas aventuras se publicaban por entregas
semanales en la revista que él mismo dirigía, y más tarde aparecieron como
novelas, El pequeño mundo de Don Camilo, Los del terruño, o la que nos ocupa
hoy. Los relatos eran tan divertidos y acertados que, por mucho que la ideología de
la revista tirase hacia la izquierda, no eran pocos los lectores del signo
político contrario que la compraban sólo para leer a d. Camilo. No obstante, la
“equidistancia” de las aventuras no era la única nota original de las
historias. El verdadero acierto, era la voz del Cristo.
precisamente para darle la razón. Como dijo Guareschi en la primera de sus
novelas, “si algún sacerdote se siente ofendido a causa de d. Camilo, es muy
libre de partirme en el lomo la vela más gorda; si algún comunista se molesta a
causa de Peppone, puede venir a partirme las costillas con una estaca, pero si
alguien se siente ofendido a causa del Cristo, no hay nada que hacer, porque el
que habla es MI Cristo, la voz de mi conciencia”. Así, d. Camilo actuará en
ocasiones movido por sus ideas políticas, ferozmente contrarias a las del
alcalde, y no de acuerdo a los principios cristianos que debería seguir, y el
Cristo será el primero en reprocharle con severidad su proceder. Pero también el
primero en perdonarle cuando sabe que se arrepiente.
En
la película, todos los comunistas están ansiosos de llegar al paraíso ruso,
donde no hay curas incordiones (como el que llevan a cuestas), y donde sus ideales
han triunfado, a diferencia de los miserables países capitalistas. Qué duda
cabe que su entusiasmo está justificado, pero como todos los sueños que se
cumplen, sienten también un poco de reparo, algo de miedo a que ese mismo
paraíso se vuelva en contra de ellos si se descubre que llevan a un “pope”. Por
su parte, d. Camilo no perderá el tiempo en demostrarles cuán frágil es ese
pretendido paraíso, ni el valor para cuando alguien necesite de su ayuda
personal o de sus servicios eclesiásticos, que no dudará en darlos como pueda,
aún sabiendo que arriesga su vida.
Es
normal acusar de hipócritas a los curas y a los comunistas, y la cinta que nos
ocupa tira de ese cliché para provocar la risa. Pero también nos muestra que
debajo del cura o del comunista hay algo más: una persona, un corazón, y que
ambos son capaces por igual de doblar o romper sus preceptos por su beneficio
propio, que por el de otros. Tanto el cura como el alcalde no dudarán en
quebrantar cualquier mandamiento y aún ley para hacer algo que saben que es
justo y aún humanitario, mostrándonos que la bondad de las personas no se mide
por la religión ni por la posición política, sino por la talla humana.
El
camarada d. Camilo es una película tierna y divertida, con un humor a veces
emotivo, pero siempre hilarante y plagada de personajes únicos. Aunque no es en
absoluto necesario haber leído la novela, sí os aconsejo que lo hagáis si
tenéis ocasión, para disfrutar de todo aquello que por metraje no pudo incluirse,
y para disfrutar de la prosa, sencilla, cariñosa y divertida, de Guareschi. A
través de la toda la historia se palpa cómo el autor conocía a sus personajes y
les tenía un gran cariño, y cómo ellos mismos, enemigos políticos, también son
amigos mal que les pese. Una cinta de humor muy aguda y que sabe mantenerse sin
tomar especial partido por ninguno de los dos bandos, aunque es preciso tener
unos mínimos conocimientos históricos para disfrutarla en toda su extensión.
Cinefiliabilidad 6, lo que significa que es tolerada, en blanco y negro, y su
humor, aunque válido aún hoy día, necesita ponerse en situación para que nos
llegue. Los niños quizá no la entiendan, pero les encantará a vuestros padres.
«No, no, Bensonseñora. Me llamo Bensonseñora». Si no coges esta frase, tienes que ver más cine.
4 Comentarios
Magnífico post. Que recuerdos de Don Camilo y Peppone. Te sugeriría un post sobre el cine de los Ealing Studios. Con todo lo que ha caido del tema de Cataluña nadie hablaba de la deliciosa "Pasaporte para Pimlico" donde un barrio de Londres se declara independiente al descubrir que históricamente eran parte del ducado de Borgoña.
ResponderEliminarhttps://www.filmaffinity.com/es/film545203.html
https://www.youtube.com/watch?v=AKrc0nIBHFs
¡Gracias por leer y comentar! Pasaporte para Pimlico, lo tendré en cuenta :) ¡gracias!
EliminarGenial Dita, esta es la última cinta que protagonizaron, si puedes (aunque seguro ya lo hiciste XD) mira las 4 anteriores, todas muy fieles a los libros.
ResponderEliminarLa primera cinta queda abierta y "apenas" termina sigue los eventos en la 2, donde vemos cómo quedan de lado las diferencias políticas y deben unirse. Dos grandes actores que personificaron de manera brillante a estos "robustos" hombres, que no dudan en usar los puños XD XD. Gran review
¡Gracias! :D Sí, jejejeje, las he visto todas y me hicieron siempre reír muchísimo; las veía con mi familia cuando las daban en televisión y mi padre nos explicaba lo que necesitábamos saber para entenderlas. Desde canija me encantan.
EliminarSe respetuoso o se borrará tu comentario. Gracias.