El oficio mĆ”s antiguo del mundo. Una labor social, una lacra social. Un nido de explotaciĆ³n machista y delincuencia. Una necesidad que muchos hombres no pueden cubrir de otra manera. Sea como sea, la prostituciĆ³n no deja de ser fuente de inspiraciĆ³n para artistas de todas clases, desde mĆŗsicos a cineastas, pasando por literatos, y la obra que traemos hoy, La casa de las bellas durmientes, del ganador del Premio Nobel Yasunari Kawabata, se apoya en el citado mundillo del amor mercenario para mostrarnos los pensamientos y recuerdos del anciano Eguchi.

     La casa, llevada por una mujer madura, ofrece a los hombres de avanzada edad el servicio de acostarse junto a jovencitas previamente narcotizadas, de modo que no tienen que sentirse intimidados por el miedo a no cumplir, puesto que ellas no van a enterarse de nada. Pueden tocarlas, besarlas o simplemente dormir junto a ellas. Eguchi se dice a sĆ­ mismo que no volverĆ” allĆ­, pero cada vez que la madame le llama y le dice que tiene otra chica disponible, el anciano vuelve allĆ­ como una mosca a la miel, y durante la noche deja vagar su pensamiento a la vez que explora a las chicas, casi adolescentes.

    A travĆ©s de los encuentros, vamos construyendo la vida del solitario anciano, su matrimonio, sus hijos y nietos, y sus amantes. En una sociedad tan machista como la nipona, siempre ha sido comĆŗn (lo es aĆŗn, y sĆ³lo hoy dĆ­a empieza a cambiar el paradigma, si bien sĆ³lo entre las clases bajas y medias, los ricos siguen con su pensamiento arcaico) distinguir entre la esposa que sirve para dar hijos y continuar el linaje, cuyo cuerpo se estropea y no sirve para el amor, pero que tiene que tener educaciĆ³n para llevarla del brazo y representar nuestro nombre, y la amante que proporciona placer, a la que se mima y regala con caprichos y vinos caros, dinero para que se lo gaste en sĆ­ misma para estar siempre guapa, pero a la que hay que esconder, por las apariencias. Este modo de pensar se considera razonable y sensato, y asĆ­, vemos a travĆ©s de los recuerdos del anciano como un Eguchi muy joven se rebela contra ese pensamiento y prefiere huir con su amante, quien representa para Ć©l la perfecciĆ³n y la idealizaciĆ³n de la primera relaciĆ³n carnal, simbolizada en limpieza, aromas suaves y sangre. PerfecciĆ³n e idealizaciĆ³n que no volverĆ”n nunca cuando Ć©l ceda a la «sensatez» y la abandone para casarse con la mujer elegida por su familia.

    Con una narrativa poĆ©tica y evocadora, La casa de las bellas durmientes nos muestra los pensamientos que corroen el alma del anciano protagonista, su soledad, su tristeza ante su propia fragilidad y la cercanĆ­a de su muerte, y su estupefacciĆ³n y maravilla ante el misterio femenino, que nunca ha sido capaz de aferrar del todo. Eguchi, como tantos otros hombres en la sociedad japonesa, considera a las mujeres extraƱas a Ć©l, increĆ­blemente diferentes no sĆ³lo biolĆ³gicamente, sino tambiĆ©n en su modo de pensar, de sentir, actuar… Para Ć©l, no son sus iguales, son criaturas fascinadoras por quienes siente adoraciĆ³n y, pese a sus tratos de compaƱƭa de pago, tambiĆ©n respeto.

    Las jĆ³venes, distintas en cada ocasiĆ³n, nos muestran la frialdad de la prostituciĆ³n en su mĆ”s violenta manifestaciĆ³n. Al estar sedadas, incapaces de despertarse, son tambiĆ©n incapaces de defenderse de ningĆŗn capricho de los posibles clientes (por mĆ”s que la madame advierta siempre que no deben poner ni un dedo sobre los labios de las jĆ³venes), pero son tambiĆ©n absolutamente frĆ­as y distantes; para ellas, sumidas en la niebla del narcĆ³tico, no existe el cliente de ninguna manera. Nada de lo que puedan hacerlas les harĆ” llegar a ellas. El anciano que compre una noche con ellas es un desconocido al entrar, pero lo seguirĆ” siendo al salir. Si bien la mayorĆ­a de ellas siguen vĆ­rgenes, porque sus clientes son incapaces de consumar nada debido a su edad, nunca quedĆ³ tan patente con tan simple planteamiento, que la prostituciĆ³n no tiene nada de romĆ”ntico, ni de pasional: para una meretriz, el cliente es un vehĆ­culo de ganancia monetaria que no puede llegar a ella ni quedarĆ” en su recuerdo, ni representarĆ” para ella nada mĆ”s que unos billetes. En este aspecto, La casa de las bellas durmientes representa tambiĆ©n un duro alegato contra todos aquellos que pretenden hacernos creer que, en el mundo de las caricias de pago, existe el placer femenino, que las chicas se enamoran de sus clientes o lo pasan bien con ellos.

     La casa de las bellas durmientes es una novela corta pero densa, en la que, con una prosa poĆ©tica cargada de belleza, vemos la intimidad de un anciano a travĆ©s de los recuerdos de toda su vida. Donde un suavĆ­simo erotismo resulta mĆ”s triste que excitante cuando nos damos cuenta de quĆ© implica y lo efĆ­mero del mismo, y donde la belleza se encuentra en cada palabra, por mĆ”s que sepamos de nuestra propia sordidez.