Ese día sospeché que algo raro pasaba. Era el último de varios días en los que había dedicado unas cuantas horas a buscar, infructuosamente, un par de zapatos en diversas zapaterías y tiendas por departamentos de Tokyo. No buscaba nada del otro mundo. Sólo quería reemplazar mis fieles bailarinas negras de cuero, sacrificadas en un torpe accidente en bicicleta. Diseño simple, sin lacitos ni florituras y especialmente, sin tacones. Las había de otros materiales u otros colores diseños que no me interesaban.  En cambio, toneladas de hileras de zapatos negros de tacón parecían reírse de mi, mostrándome el diseño que buscaba exceptuando el pequeño gran detalle del indeseable apéndice que se alzaba bajo los talones.

No soy trabajadora de oficina tokiota pero viendo que el traje negro es el “uniforme” habitual de oficinista por estos lares, no era muy difícil imaginar que la sobrerepresentación de dicho modelo no obedecía precísamente a una obsesión femenina con los tacones negros. Pude confirmarlo gracias a la viralización de un tuit disconforme, sabemos que una buena parte de ellas desearía no estar obligada a llevarlos.

Las repercusiones de la onda expansiva del movimiento #metoo no han sido especialmente fuertes en Japón pero ahí están. En una sociedad donde la uniformidad es un valor, poco a poco más personas pierden la timidez a ejercer su derecho a pataleo. Que se lo digan a Yumi Ishikawa, cuya etiqueta #kutoo (combinación de kutsu ‘zapato’ y kutsuu ‘dolor’) ha dado la vuelta al mundo, obligando al Ministro de Salud, Trabajo y Asuntos Sociales a pronunciarse al respecto aunque fuera para demostrar que su cartera de Salud está de adorno en lo concerniente a los pies y las espaldas de las oficinistas. Quizá se lo habría pensado dos veces si hubiera estado entre los pocos valientes que se atrevieron a intentar caminar con ellos como muestra de apoyo.





El episodio no pasaría de lo anecdótico si no fuera un síntoma más de algunos de los problemas que lastra la competitividad de la economía nipona en comparación con las demás potencias económicas. Cuando la clase dirigente tiene la resistencia al cambio y la innovación grabada a fuego hasta el punto de que los tacones en la oficina se convierten en un tema controvertido, no es difícil imaginar que el asunto de fondo es algo más grave. Y quizá el agravio comparativo no sería tan molesto si no nos acordáramos de que hace más de 10 añós, la campaña Cool Biz liberó a los hombres de la obligación de llevar chaquetas y corbatas en la oficina durante el verano para reducir el gasto energético del aire acondicionado. Aunque el impacto económico directo del uso (o no) de tacones no fuera comparable, la reacción oficial no ayuda en absoluto a incrementar el atractivo del mercado de trabajo en un país donde el Primer Ministro Abe lleva años haciendo campaña para incrementar la presencia femenina en todos los ámbitos laborales. Y aún así se siguen dando casos como tener que pedir permiso para quedarse embarazada; sufrir discriminación sistematizada para acceder a la carrera de medicina con la excusa de que de todas formas abandonarán la profesión al tener hijos o que un dirigente del partido del gobierno diga abiertamente que las mujeres deben quedarse en casa con los hijos. En medio del más grave déficit de trabajadores de las últimas décadas y llamamientos a la eliminación de barreras de acceso, situaciones como las descritas anteriormente son un poco desconcertantes en pleno 2019.

Sin embargo, hay motivos para ser optimistas a largo plazo. El revuelo ocasionado indica una ligera tendencia al avance de las percepciones sociales en este ámbito. Por otra parte, los preparativos de las Olimpiadas de 2020 incluyen también iniciativas como lograr que el evento sea más ecológico o anunciar que las tiendas de conveniencia dejarán de vender revistas para adultos ante el esperado incremento de visitantes extranjeros. La magnitud de este acontecimiento ha generado una mayor presión sobre el Gobierno para proyectar una imagen moderna del país a nivel internacional, lo que a medio plazo podría traducirse en un mayor número de cambios positivos aunque sea sólo por la excusa de lavarse la cara.