Por Dita

¿Y si alguien llegara y os dijera que Junji Ito, el autor de perlitas como Uzumaki, en realidad era poco menos que un aprendiz? Pensaríamos que la persona que nos lo dice, o está de guasa, o se ha asomado a autores cuya prosa no es precisamente recomendable para leerla a nuestras sobrinitas antes de acostarse. Ya podéis pensarlo, porque yo os lo digo: Hirai Taro, nombre legal de Edogawa Rampo, escritor de fantasía, policíaco y ficción, hace que algunas obras de Junji Ito parezcan La princesa y el guisante en comparación.

Hirai Taro nació a finales del siglo XIX, en 1894. Al cambio de siglo y de modos de pensar, debemos añadir los conflictos bélicos que sufrió Japón en aquellos tiempos, en especial la Segunda Guerra Mundial, donde fueron cruelmente derrotados. Taro estudió en la Universidad de Waseda, donde se graduó y empezó a interesarse por los géneros de literatura occidental, en especial los más oscuros; detectivesca y terror eran devorados por el joven estudiante hasta que descubrió al que se convirtió en su autor favorito y por quien se cambió el nombre: Edgar Allan Poe. Pronunciado a la japonesa, suena muy similar a Edowaga Rampo, y ese fue el nombre que decidió adoptar como escritor.

No fueron fáciles sus inicios y trabajó durante algún tiempo como escritor por libre, intentando colocar sus cuentos en revistas. Estos, que además de inquietantes solían tener matices violentos, sangrientos y hasta eróticos (se le considera uno de los pioneros del ero-guro), fueron muy perseguidos incluso cuando ya se trataba de un autor afianzado y de éxito. Uno de los más exitosos (y más grotescos), La oruga, fue calificado de antibelicista y, por lo tanto, de antipatriótico. Eso, en una época de exaltación del patriotismo y del orgullo nacional, le puso en el punto de mira del gobierno, quien le sometió a estrecha vigilancia y aún a espionaje. Si Rampo ya tenía dificultades para socializar debido a lo que escribía, aquello le alejó aún más de sus semejantes. Lo que para sus relatos fue una maravilla, pero a nivel personal, dudo que estuviera muy conforme con ello.

Al igual que él había bebido del inmortal autor del Cuervo, no pocos literatos y cineastas han bebido más tarde de él. Así, el relato de La Oruga al que hacía alusión más arriba fue tomado como idea principal para una durísima película norteamericana, Johnny cogió su fusil. En la misma, vemos los recuerdos de un joven soldado a quien han traído del frente, en contraste con su nula existencia en el hospital en el que lo mantienen vivo a la fuerza, puesto que ha perdido brazos, piernas y sentidos. A pesar de que la cinta es aún más horrible y carente de esperanza que el cuento, os podéis imaginar que éste no es apto para leerlo con el estómago lleno. Aunque significativo, no ha sido el único caso de cuento de Rampo que ha servido, en mayor o menor medida, para inspirar cineastas puesto que la película The Ring también está basada en una de sus creaciones.

Presidente de asociaciones de detectives aficionados y ganador de varios premios por sus cuentos, Rampo gozó toda su vida de gran popularidad entre sus fans, si bien parte de la población y la crítica le vieron como un degenerado que escribía asquerosidades. Pese a las críticas, supo demostrar su valía e incluso hay un premio anual que lleva su nombre, para autores de novela negra, que instauró él mismo, a fin de potenciar el género y ofrecer a los jóvenes autores las facilidades de las que careció.

Rampo falleció en 1965 a causa de una hemorragia cerebral, pero dejó un grandísimo legado de cuentos de terror y policíacos que hoy pueden ser disfrutados en español, en el libro Relatos japoneses de misterio e imaginación, editado en tapa blanda por Jaguar. Se trata de un compendio de nueve relatos, elegidos en su día por el propio Rampo. Y sí, La oruga está entre ellos.