Ha sido una temporada horrorosa, mala de verdad... pero ya ha terminado, me digo a mĆ­ misma mientras quito todos los libros del estante superior, los dejo sobre las manos de la armadura y limpio la gruesa capa de polvo que cubre la balda. He dejado mi mazmorra muy desatendida, todo estĆ” sucĆ­simo... lleguĆ© anoche de madrugada y desde entonces no he parado de limpiar. En ese momento, oigo que la puerta de mi mazmorra se abre, y sĆ© quiĆ©n ha entrado. Y me dan ganas de poder hacerme invisible. 

-¡TÚ! - grita ZombiD. Intento decir algo, pero me lanza (literalmente) su brazo y su mano verdosa me atenaza el cuello. D recoge de golpe el hilo quirĆŗrgico que le sujeta el brazo con la otra mano, cruzo volando la distancia que me separa de Ć©l, y me encuentro besĆ”ndole en medio de un gemido deshecho. - ¡¿Te figuras que puedes largarte por las buenas durante dos meses y no llamar ni avisar a nadie; tĆŗ sabes cómo lo he pasado?! 

LƔgrimas de color amarillento fosforescente resbalan por sus mejillas redondas, y se las limpio con las manos, mientras murmuro lo mucho que lo siento... Es cierto que le dejƩ una nota diciƩndole que estaba mal, que no era culpa suya y que volverƭa; es cierto que mi tiƭto Creepy y los demƔs ya saben que esto me sucede a veces... pero sƩ que tiene motivos para estar molesto. Por eso, para Ʃl y para todos vosotros que os he dejado abandonados, os traigo una nueva entrega de Cine Freak Salvaje: Seiju Gakuen, o The convent of sacred beast.



Nos encontramos en Semana Santa, o cuando menos muy cerca aĆŗn de ella, lo suficiente para recordarla aĆŗn con claridad. Y decidme, por veinticinco pesetas, ¿quĆ© se os viene a la cabeza cuando hablamos de Semana Santa, ademĆ”s de las torrijas (que ya nos conocemos)? Un dos tres, responda otra vez. Procesiones, costaleros, imaginerĆ­a, estatuas de madera vestidas de oro, y gente que jamĆ”s pisa la iglesia ni hace nada por sus semejantes gritando “¡guapa!” a un humilde pedazo de madera pintada… En una palabra: hipocresĆ­a. ¡Campana y se acabó! Seis respuestas acertadas, a veinticinco pesetas la respuesta, ¡son ciento cincuenta pesetas! ¡Chachi piruli! Si adopto Ć©ste tono algo arcaico y setentero, es porque la pelĆ­cula que nos ocupa hoy, pertenece tambiĆ©n a la misma Ć©poca. Os hablo de Seiju Gakuen, mĆ”s conocida como Convent of Sacred Beast, del director Norifumi Suzuki, del aƱo 1974.

    Una joven llamada Maya, de vida liberal y fuerte carĆ”cter, ingresa en un convento en principio por voluntad propia, pero tambiĆ©n como alternativa al sanatorio mental en que su familia sugirió encerrarla, de momento no sabemos por quĆ© y no pienso decĆ­roslo. En el convento sufrirĆ” y verĆ” sufrir la misma hipocresĆ­a de la que a veces nos quejamos los propios occidentales, pero de forma brutal y en sus propias carnes.

     En Japón, la religión mayoritaria es el sintoĆ­smo y el budismo, no el catolicismo, aunque exista
cierto número de adeptos. Para ellos, la realización de esta película, aunque transgresora, no tenía la misma carga inmoral implícita que otras nunsploitations que se realizaron en la década de los setenta, que comenzarían con Justine (adaptación de la novela homónima del Marqués de Sade y que os recomiendo sólo desde un punto de vista filosófico terriblemente frío, pero ya os digo que se trata de una obra dura y llena de un sarcasmo cruel) en 1969 y a la que seguirían otros títulos como El interior de un convento o Los pecados de la hermana Lucía, también de producción nipona. Estas cintas se movían entre lo sÔdico, lo erótico, lo artístico y el riesgo de excomunión, en una época en la que esto, era algo realmente grave y el arte estaba explorando sus límites. No obstante, a pesar de carecer de la ruptura de ese tabú, no por ello estamos ante una cinta mÔs suave o menos cargada de significado.


  
  Dicen los estudiosos de la Inquisición y sus torturas que es indudable que los verdugos y los hombres santos que la dirigĆ­an obtenĆ­an cierto placer morboso en la aplicación del dolor, ya fuese en sus propias carnes mediante los cilicios y los azotes, como en las ajenas mediante los innumerables mĆ©todos de ejecución y de tortura. La Iglesia Católica, desde muy antiguo, ha utilizado el dolor para esquivar el placer, y ha usado a la vez el dolor para alcanzar el placer, para sentirse mĆ”s cerca de Dios. Queriendo o sin querer, han convertido a Dios en el amo masoquista mĆ”s perverso que existe, y eso es algo que el director Suzuki aprovechó para su pelĆ­cula. En medio de una fantasĆ­a colorista y llena de imĆ”genes evocadoras que, sin mostrar explĆ­citamente, nos dejan imaginar, Suzuki nos mostró una terrible galerĆ­a de perversiones en las que aquĆ©llas madres que dicen luchar contra un pecado, cometen otros con gusto y hasta se revuelcan en ellos con viva lujuria, erigiĆ©ndose en guardianas de la moral y convencidas de hacer lo correcto.


    Mientras que los preceptos religiosos nos dicen que Dios es padre y no juez, que la religión
católica es amor y todo misericordia, sus ministros hacen lo contrario y se erigen en vengadores carentes de piedad. Maya, en su papel de mujer fuerte, no se dejarĆ” arrastrar por esa doble moral y sus enfrentamientos derivarĆ”n en diversas escenas de castigo en las que la hermosura de las secuencias contrastarĆ” brutalmente con el contenido de las mismas. Buen ejemplo de ello, en cierto momento de la cinta, la protagonista es atada y azotada con ramas de rosal, lo que produce una orgĆ­a de sangre y pĆ©talos de rosas sobre sus pechos desnudos (sĆ­; es una cinta de fuerte carga erótica, y los desnudos son abundantes). No obstante, Maya como personaje huye del tópico de damisela en apuros; es una mujer de los setenta, liberada e independiente (como decĆ­an aquĆ­ las libertarias: “ni Dios, ni amo”), que no precisa ser salvada pues ella misma se enfrentarĆ” a lo que sea preciso. En este aspecto, se trata de una cinta muy progresista para tratarse de una sociedad tan machista como lo es la japonesa, y resulta ligeramente decepcionante ver cómo actualmente vemos en el cine a mujeres que parecen no ser nada si no viene a por ellas su caballero de brillante armadura, mientras que hace dĆ©cadas las mujeres luchaban por ser ellas mismas su propio salvador. 

    Norifumi Suzuki continuó haciendo pelĆ­culas de marcado corte erótico y plagado de heroĆ­nas fuertes y luchadoras durante toda su carrera sin ser molestado por autoridades de ningĆŗn tipo, dado que se trataba de un cine que no llegaba a ser del dominio pĆŗblico, sino de tirada escasa fuera de paĆ­s de origen. No corrieron la misma suerte otros directores que osaron meterse con la Iglesia, como JesĆŗs Franco o Luis BuƱuel, que tuvieron que exiliarse para poder seguir trabajando. “Con la Iglesia hemos topado, Sancho amigo”, que dirĆ­a D. Quijote.

   
Seiju Gakuen, como podrĆ©is suponer, no llegó a estrenarse jamĆ”s en EspaƱa; sólo llegó a algunos videoclubs entrada ya la dĆ©cada de los ochenta, y en versión original con subtĆ­tulos. Vista hoy dĆ­a aĆŗn resulta dura y rompedora; es mĆ”s, hoy dĆ­a, con tanta corrección polĆ­tica, creo que serĆ­a impensable producirla… visto asĆ­, la dĆ©cada de los setenta y sus experimentos con los lĆ­mites del arte fueron un soplo de aire fresco que difĆ­cilmente se repetirĆ”.

“¡Si corro tanto, la pelĆ­cula se acabarĆ”!” Si no coges esta frase, tienes que ver mĆ”s cine.