-¡El que toque mis cartas, le dejo con menos sangre que un kilo de yeso! -
grita Vladi, tapando su mano con las suyas propias.
-¡Y yo sé muy
bien que tenía doce cacahuetes, como me falte uno solo…! - protesta Franki,
mientras el tiíto Creepy busca a tientas la caja del diferencial. Estábamos
jugando la partida de póker y se nos ha ido la luz.
-Parece que es
general. Por la ventana, no veo luz en los otros pisos… ¡ZombiD, esa mano! - mi
novio ríe a carcajadas mientras yo sigo pegándome con la cerradura del
armarito. No es nada fácil abrirlo a oscuras… ¡ya está! Apenas lo abro, un
montón de velas de distintos tipos y tamaños se desparraman por el piso. - Ya
tengo una, Freddy, ¿querrías…?
Freddy asiente,
frota las cuchillas de su garra, y enseguida una chispa prende en la mecha de
la vela. ZombiD me acerca los candelabros, y enseguida volvemos a tener
luz.
-Nena, ¿quieres
decirme para qué tienes tantas velas en la mazmorra? - pregunta ZombiD
-Ah, sí, nada
menos que un millón, y eso fue mi suerte de siempre. Para una vez que me
encontré un genio, y resultó que era duro de oído…
-¡Ah, ¿por eso
en el jardín de la nueva novia de Vladi, se crían las SETAS más grandes del
mundo…?!
-¡Así
revientes, D! - grita Vladi. Su habitual rostro violáceo está azulado de rubor,
Franki revienta de risa, y no puedo evitar reírme junto a todos. Es difícil
encontrar genios competentes estos días, y más ahora que el genio más genial,
nos ha dejado ésta misma semana. En su honor, le dedicamos éste Cine que sólo se
ve en verano: Una jaula de grillos.
La cinta nos
traslada mediante un luminoso travelling (un acercamiento o alejamiento de
cámara sin cortes, en éste caso, acercamiento) a un precioso lugar de playeo
donde se encuentra ubicado un club de variedades y, en palabras de su dueño “un
show de reinonas” llamado The birdcage, que se encuentra en pleno espectáculo.
El dueño del local, Armand (Robin Williams) recibe un recado de que su
estrella, está histérica y no quiere salir a escena. La citada estrella es Albert
(Nathan Lane), pareja de Armand y que actúa bajo el nombre artístico de
Starina. Y que en ese momento, tiene muy baja la autoestima y está convencido
de que Armand le engaña. Con mucha diplomacia por parte de Armand y gracias
también a las pastillas de “Pirina” que le da Ágador, su mayordomo (Hank
Azaria), finalmente Starina sale a escena, momento que aprovecha Armand para
reunirse, efectivamente, con un hombre mucho más joven que Albert, al que
ofrece vino y recibe con un fuerte abrazo… seguramente, habéis llegado a la
misma errónea conclusión que el bueno de Albert y que yo misma la primera vez
que vi esta peli. No, no es su amante, es su hijo. Y viene para decirle nada
menos que, a sus veinte añitos de edad, se casa. Y pretende hacerlo con una
chica cuyo padre es senador de la rama más conservadora.
Nos
encontrábamos a mitad de la década de los noventa. Durante la década anterior,
habíamos visto ya cómo la tolerancia iba ganando terreno; comedias como “Las
disparatadas aventuras de un señor mamá” protagonizada por Michael Keaton o
Tootsie, con Dustin Hoffman, nos demostraban cómo los tiempos estaban cambiando
y cómo un hombre no dejaba de serlo porque tuviese que hacer de amo de casa o
vestirse de mujer para interpretar un papel. También en “¿Victor… o Victoria?”
tuvimos una historia similar, si bien era Julie Andrews la que fingía ser un
hombre y el muy macho James Garner, encarnando a un feroz gangster acababa
diciéndole “me da igual que seas hombre o mujer, ¡te quiero!”. También “Algo
más que colegas” nos mostraba a un homosexual (John Hurt) viviendo con un
hetero (Ryan O´Neil), policía que tenía que protegerle al tiempo que
investigaba a un asesino de homosexuales, y cuya convivencia era tan amable que
el mismo policía, reacio en un principio a esa situación, acababa cobrando por
su huésped y posterior amigo un vivísimo cariño. Esta cinta concreta acababa en
un interrogante; todos sabíamos que el protagonista era heterosexual, pero
quería muchísimo a su compañero, ¿…? Precisamente fue ese interrogante el que
hizo que la película fuese mal considerada entre muchos colectivos (religiosos,
ortodoxos, conservadores, “familiares”…) y no tuviese el éxito que la
interpretación de Hurt merecía.
No obstante, si
bien durante la década de los ochenta vimos ese principio de tolerancia,
conforme la década avanzaba y los casos de Sida aumentaban, esa tolerancia fue
quedando atrás. Los homosexuales eran considerados gente potencialmente
enferma, o peor aún “la gente que te pegaba el sida”. La trágica muerte de Freddy
Mercury a principios de los años noventa, contribuyó en cierta manera a un
inicio de la “normalización” de la enfermedad y de aquéllos que la padecían. Al
igual que muchos otros artistas como Rock Hudson (un famoso galán de la década
de los cincuenta), Mercury tampoco hizo pública su enfermedad (bueno, lo hizo
un día antes de su fallecimiento), porque sabía la mala fama que tenía la misma
y que eso, cuando menos, le restaría fans… eso, si no pasaba a ser un apestado
de la noche al día. En su caso, la fama y el talento de Mercury sobrepasaron
los prejuicios y la gente se volcó con él y con su trágico fallecimiento. No se
puede decir que “a todo el mundo le guste Freddy Mercury”, pero sí que le gusta
a muchísima gente, y entre esa muchísima gente sin duda habría personas que se
repensaron sus ideas al ver que su ídolo, el rockero número uno, el líder de
Queen… era, cuando menos, bisexual, se acostaba con otros hombres y había
muerto de Sida (no falta quien dice que si tanto él como muchos otros hubieran
reconocido abiertamente sus padecimientos y enarbolado valientemente una lucha
contra la terrible enfermedad, se habría conseguido la normalización mucho
antes… yo no me pronuncio, porque aunque sé que es cierto, es muy fácil pedirle
valentía a los demás…).
Bien, los años
de los noventa empiezan a pasar, el baloncestista Earvin “Magic” Johnson admite
abiertamente que tiene Sida, y la gente empieza a darse cuenta que la citada
enfermedad no se contagia con un catarro, y asimismo la homosexualidad empieza
de nuevo a dejar de criminalizarse o culpabilizarse. En el 93 se estrena la
galardonada cinta Philadelphia, en la que Tom Hanks tiene como pareja nada
menos que a Antonio Banderas y dirige una lucha legal contra la discriminación
laboral en su empresa por su condición de homosexual y portador del VIH. En
este clima, y bajo el mandato del progresista Clinton, la situación era
aceptable para lanzar una película como la que nos ocupa hoy, que a su vez está
basada en una coproducción franco-italiana del año 78, La jaula de las locas,
dirigida por Francis Veber (el de La cena de los idiotas, y Salir del armario,
muy conocido también en los Estados Unidos; ésta no fue la primera de sus
cintas que fue adaptada al público norteamericano, el propio Billy Wilder se
fijó en su talento para una de sus películas, “Aquí, un amigo”) y es que en
Europa ese tipo de cosas, aunque se tomasen en cuenta, daban un poquito más
igual. Francia siempre ha tenido tendencias más… “rojeras” y modernistas que
permitían ese tipo de películas y éstas eran socialmente aceptadas. En Europa.
En España, ésta cinta no llegó a estrenarse en cines, pasó directamente al
mercado del video doméstico y aún allí no tuvo mucho éxito. Que yo sepa, en
televisión, ha sido emitida sólo en una ocasión.
Una jaula de
grillos nos presenta una situación similar a “Adivina quién viene a cenar”,
cinta protagonizada por Spencer Tracy y Sidney Poitier. En ella, una joven
blanca llevaba a presentar a su novio a sus padres, un hombre negro. El trago
de presentar a las familias, de conocer a los padres del otro, es siempre
vergonzoso y estresante, pero en esta ocasión, se añade una vuelta de tuerca, y
en la cinta que nos ocupa, dos: la familia del prometido es homosexual y la de
la prometida, rígidamente conservadora. Aquí llegamos a un punto importante, y
es el del orgullo familiar, del cual Val, el hijo de Armand, al parecer,
carece. Quiere a sus padres, y a pesar de llamar a Albert por su nombre, le
considera su “madre”, pero no tiene reparos en hacer que se marche para que los
padres de su novia no le vean, y ni siquiera tiene la dignidad de decírselo él,
sino que manda a su padre de recadero.
El sensible
Albert, que ha criado a Val como a su propio hijo y con frecuencia le llama “su
bebé”, se siente profundamente herido al pensar que el joven no le quiere, y
será Armand quien tenga que lidiar entre su hijo y su pareja para conseguir dar
gusto a ambos y no perder a ninguno. Robin Williams, hasta la fecha, había
hecho de Popeye, de locutor de radio, de juguetero (en la surrealista Toys), de
Peter Pan y hasta de Tarzán urbano en Jumanji, pero aquí tuvo que enfrentarse
con algo peor todavía: con una familia al borde del colapso y teniendo que
fingir ser heterosexual y conservador. Como es normal en todas sus cintas
cómicas, su mera presencia nos hace sonreír, y le basta con dar un paso para
llenar la escena… Sus momentos de director del show nos le muestran haciendo
las bufonadas que tan bien sabía hacer y que le hicieron famoso, y al mismo
tiempo puede ponerse serio para intentar llevar a buen término el número. No
obstante, aunque sea director, aunque esté acostumbrado al espectáculo, se da
cuenta que no sabe ser heterosexual delante de un senador de derechas, y
alguien le tendrá que echar una manita.
La
cinta, y el papel de Armand, dan un mentís a la idea de que los homosexuales
son malos como padres o conviertien en homosexuales a los niños. Val no sólo es
heterosexual, sino que también, como "post-adolescente" que es, en un
poco caprichoso e inseguro de sí mismo. Armand en un principio se negará a
hacer ningún cambio en su vida, aunque sea por una noche, para agradar a nadie
y menos a un conservador. Como él mismo dice "Sí, me pongo crema base; sí,
vivo con un hombre; sí, soy un marica de mediana edad. Pero sé quién soy".
Lo que pretende es que también su hijo se pronuncie y se sienta orgulloso de
tener la familia que tiene, pero el miedo del joven es demasiado grande, y sabe
que el de su prometida está al mismo nivel; los dos se quieren, y ninguno de
ellos quiere hacer infelices a sus familias. Finalmente, Armand, aunque sea a
regañadientes, tomará la decisión que sólo un padre sería capaz de tomar, y es
la de fingir sobre su propia identidad y su persona, si con ello puede hacer la
felicidad de su vástago.
Si bien la
actuación de Robin Williams es tan cómica y estupenda como nos tiene
acostumbrados, Nathan Lane encarnando a Albert no le va a la zaga ni por un
instante. Mientras que Armand aún es capaz de disimular un poco su pluma, eso
para Albert es imposible: se contonea al andar, bebe levantando el meñique,
habla con voz aflautada, es pura dulzura… es el “mariquita arquetípico tm.”, lo
que a su vez dará pie a la intervención que rescatará la cena (si habéis visto
la peli, sabéis de qué momento os hablo. Si yo no vi agradecimiento y sobre
todo Amor en los ojos de Armand en ese instante, es que no se pueden ver en
ningún sitio. Tenéis que verla).
Por último, no
puedo dejar de mencionar a Agador (Hank Azaria) como el mayordomo de la cena.
El doméstico y “ayudante de todo” pone no ya las notas de humor, sino de
histrionismo histérico con su marcado acento cubano, su nulo talento culinario,
y su manía a los zapatos (mira que él dice que si lleva zapatos “se ehmorra”,
pero claro, un mayordomo de casa bien, no puede ir descalzo por la vida, y….).
Y finalmente, pero con especial cariño, Gene Hackman haciendo de senador está
inmenso. Su carrera política pasa por un momento muy delicado debido a un
escándalo de uno de sus compañeros de partido, y aunque en un principio se
opone a la boda de su jovencísima hija (Calista Flockhart cuando aún no era ni
Ally McBeal), su esposa le convence de que para tapar el escándalo, lo mejor es
una preciosa boda de blanco. Hackman, gran actor, demostró que igual que podía
hacer de bueno o de malo, o de ciego, o de entrenador de baloncesto, o de
policía, o de abogado… también le podían dar papeles que implicasen salirse por
completo de lo corriente. Y cuando digo “por completo”, podéis estar seguro de
que sé muy bien de lo que hablo.
Una jaula de
grillos es una película muy divertida, disparatada en muchos momentos, pero que
no llega a hacerse absurda en ninguno, con un buen fondo sentimental y familiar
que nos impulsa a sentirnos orgullosos de ser quienes somos y de dónde
procedemos, y sobre todo a darnos cuenta que nuestra familia la componen las
personas que nos cuidan y nos quieren, y da igual si alguien cree que nuestra
familia es atípica o indigna de llamarse así; hemos de sentirnos felices y
orgullosos de tenerla. Cinefiliabilidad 2, lo que quiere decir que es muy fácil
de ver y altamente recomendable.
Robin Williams
1951-2014. Te conocí por Popeye, te amé por Hook, te admiré por El club de los
poetas muertos, y te adoré por toda tu carrera. En emocionado recuerdo, éste
artículo es para ti.
“¡No falla
nunca: vas al baño, y frotan la lamparita!” Si no coges esta frase, tienes que
ver más cine.
4 Comentarios
Se me han saltado las lágrimas. Williams fue uno de mis actores favoritos y concretamente en esta película.
ResponderEliminarSe cuánto te gusta un buen actor cómico así que él seguro que fue/es de tus favoritos.
Un gran homenaje ;)
Se me han saltado las lágrimas. Williams fue uno de mis actores favoritos y concretamente en esta película.
ResponderEliminarSe cuánto te gusta un buen actor cómico así que él seguro que fue/es de tus favoritos.
Un gran homenaje ;)
¡Me alegra mucho que te haya gustado, gracias por leer y comentarlo!
ResponderEliminarLa verdad que sí, es uno de los actores a los que tengo un especial cariño, y además de gran actor parecía también buena persona... Siempre nos quedará su talento.
La vi el otro día. Impresionante Nathan Lane. Creo que hoy en día no podría hacerse esa película.
ResponderEliminarSe respetuoso o se borrará tu comentario. Gracias.