El aire tiene una inusitada pesadez cálida, bochornosa. Son las dos de la tarde de una plomiza tarde de Junio, y se va a decidir un destino. Una página suelta cruza el salón de parte a parte, haciendo círculos. A un lado de la mazmorra, acercándose desde la biblioteca, está el temible Daniel Reinaldo Lafosa Gutiérrez García Villalobos (“alias, ZombiD”). De otro lado, acercándose desde el pasillo, totalmente vestido de negro, el despiadado pistolero tiíto Creepy, al que llaman Veredicto. No conoce la piedad. No conoce la compasión. No conoce las ventajas de vestir colores claros en verano, y se está achicharrando. Al otro lado, acercándose desde el escritorio, está Dita Delapluma, aunque nadie conoce su verdadero nombre. La llaman simplemente La Rubia. 

     Los pistoleros se miran retadoramente, sin apartar la mirada. Cada uno de ellos busca un agujero en la defensa del otro. Sólo una oportunidad. Sólo un tiro, y el destino quedará sellado. La Rubia achina los ojos y no parpadea. ZombiD mira alternativamente a Veredicto y la Rubia. Veredicto intenta averiguar cuál de sus dos rivales disparará primero; ellos son casi aliados, él está solo. La Rubia no aparta la mirada de Veredicto. Las manos de cada uno se acercan lentamente a las cartucheras, despacio, centímetro a centímetro; un movimiento brusco sería fatal. Veredicto suda, se muerde el labio. ZombiD ve el nerviosismo de su rival. La Rubia permanece fría e inmutable como una estatua de hielo. De golpe, los tres desenfundan, ¡disparan! 

    Se produce un segundo de incertidumbre, y entonces suena una música de ritmo beat. Y me cambio el regaliz de lado a lado de la boca sólo moviendo la mandíbula, en una mueca satisfecha. He ganado. 

    -¡Maldita sea, no hay derecho! – Se queja tiíto Creepy, cuyo mando a distancia apuntaba hacia el equipo de música, pero no se ha encendido. ZombiD golpea el canto de su mando a distancia. Me mira con recelo, y abre la tapa de las pilas. El compartimento está vacío. 

    -¡GUARRA! – me dice - ¡Podría habernos endilgado la música clásica, ¿cuándo lo descargaste?!

    -Anoche. De hecho, usé las pilas que TÚ quitaste del mío, ¿tú esperabas que confiara en ti? – ZombiD pone gesto de fastidio; el caso es que tiíto Creepy quería escuchar un especial música del Clasicismo alemán que ponían en la Radio, ZombiD ver “Desenfreno caníbal en el internado femenino”, y yo “El cerebro”, y en mi salón es donde está el proyector grande y el equipo de cinco altavoces, así que lo decidimos en un duelo justo. Ahora, nos sentamos en la alfombra frente al cuenco de palomitas, y os doy la bienvenida a una nueva etapa de Cine que sólo se ve en verano que, en homenaje al reciente fallecimiento del Feo más guapo del cine, Eli Wallach, he escogido El cerebro. No me miréis así, que podía haber escogido Los cuatro truhanes, que sale con Bud Spencer y Terence Hill…. 



      El cerebro comienza en las populosas calles de un Londres marchoso y desenfadado de finales de los sesenta. El prototipo perfecto de inglés, o sea David Niven, pasea por ellas y se detiene a mirar un escaparate en el que hay un televisor que proyecta una emisión de noticias. En las mismas, dan un especial informativo del robo al tren Glasgow-Londres, perpetrado por el misterioso ladrón conocido como El Cerebro, y el locutor nos informa que los expertos han descubierto que el autor tiene que ser una persona de extremada inteligencia, inteligencia alojada en un cerebro de peso superior al normal, de modo que la estructura de su cuello, no está preparada para sostenerlo, y así, en situaciones de nerviosismo, excitación o tensión, la cabeza se le decanta hacia un lado o a otro....

      Seguro que adivináis que Niven se pone nervioso en ese momento y le sucede exactamente eso,
pues él, encarnando al Coronel Mathius de las Fuerzas Armadas, es el susodicho ladrón, para quien los robos son una especie de puzzle, de juego de inteligencia. No obstante, hay quien usa el robo para vivir, y una de esas personas es Arthur, un joven presidiario encarnado por un conocido galán de la época, Jean-Paul Belmondo, que se fuga de prisión cavando un túnel al más puro estilo mortadelero, y ha decidido copiar el modus-operandi del robo al tren Glasgow-Londres para otro tren que lleva nada menos que 60 millones de dólares de los países de la Otan. La pega, es que el Cerebro, ya ha decidido robar también ese tren, para lo que necesitará aliarse con la Mafia, encarnada en el que será el tercero en discordia, Frankie Scarapieggo, bajo la piel de Eli Wallach. 



     Frankie, siciliano hasta de profesión, tiene una hermana pequeña a la que no deja ni respirar, y a cuyos difuntos padres ha jurado mantener virgen hasta que contraiga matrimonio (vaya uno a saber con quién quiere que lo contraiga, si tenemos en cuenta que despide a sus pretendientes a escopetazos). Sofía, que así se llama la hermana, harta de la tiranía fraternal, jura que al primer hombre que vea, le va a regalar “su virginidad, ¡y todo lo demás!”. Y ese hombre al que ve, es Mathius, el Cerebro. El interés que el ladrón demuestra por la hermana de Frankie, hace que éste monte en cólera y no sólo le niegue cualquier trato, sino que estará dispuesto a arrebatarle el botín como sea y recuperar a su hermana.  Coronel Mathius, Arthur y su amigo Anatol, y Frankie formarán el triángulo más divertido que jamás haya robado un tren, y nos harán pasar dos horas de risas prácticamente ininterrumpidas. 

     El Cerebro fue una coproducción franco-inglesa en una época en la que era bastante común este tipo de negocios para asegurarse una mayor cuota de pantalla, sobre todo en Europa. Los franceses querían ver a Belmondo, los ingleses y norteamericanos a Niven, y todo el mundo a Wallach, y aunque la película fue rodada en la lengua de Asterix, fue posteriormente doblada al inglés por los propios actores. La cinta nos cuenta una historia de ladrones simpática y desenfadada, llena de hilaridad, donde los ladrones se ganan nuestra simpatía desde el minuto uno. A diferencia de la cultura anglosajona y sobre todo norteamericana, donde el criminal nunca gana ni aunque sea el protagonista y nos caiga bien, en el cine europeo podíamos (o podían, que en aquél entonces, África comenzaba en los Pirineos. Y mejor no hago cábalas de dónde empieza ahora, no sea que me deprima) permitirse fantasías así, y el público no sólo no se sentiría ofendido en su moralidad, sino que se partiría el pecho de buena gana.    



     David Niven no era, ni remotamente, la primera vez que encarnaba a un ladrón excepcional, ya había hecho algo semejante en La Pantera Rosa encarnando a Sir Charles Lyton, el famoso Fantasma. También Belmondo, en cintas como El ladrón de París, había interpretado a granujas o ladrones (años más tarde llevaría él el protagonismo absoluto del atraco en Asalto al banco de Montreal, muy divertida y que fue adaptada en los Estados Unidos poniendo nada menos que a Bill Murray en el papel de Belmondo.). En su papel de Arthur, Belmondo hace su personaje de golfo encantador (el “enfant terrible” que decían allí) que tan bien le salía y que le había hecho famoso. Seductor, galán, caradura, pillo, travieso… y absolutamente irresistible. Si vuestra madre no suspiró por él, vuestra abuela SÍ. 

     Finalmente, y con especial afecto, Eli Wallach, en su papel de Frankie, hace un Tuco siciliano. No tan cruel, no tan vengativo como su papel en El bueno, el feo y el malo, pero igualmente villano y rencoroso, de mal perder y propenso a levantar la voz y la mano. Parodiando grandes películas estilo El padrino, Frankie hace suyas la “vendetta” y la protección de la mujer aún si esta no quiere dejarse proteger. Por más que fuese siempre el “secundario de lujo”, Wallach, como en todas sus películas, llena la escena de pasión y de ira cada vez que aparece y sus secuencias son las más deseadas y llenas de acción. Si en la cinta de oeste almerieño tuvo que competir con la impiedad de Sentencia y el protagonismo del Rubio, aquí tiene que hacerlo con la inteligencia y la belleza, y aún así, una vez más, sale victorioso, llevándose de facto el protagonismo, por más que tenga menos escenas que Belmondo o Niven. El listo, el feo y el guapo, se podría llamar. 

    El Cerebro es una cinta cómica apta para todos los públicos, divertida y de humor, hoy día, más inocente que aquél en que fue concebida, pero aún así con su puntito de picardía y exageración. No es fácil encontrarla más que en francés, en español está requetedescatalogada. Es una cinta poco conocida de actores que en su época lo fueron muchísimo, pero que hoy no tienen el recuerdo que deberían tener. Os animo a verla de todo corazón, pero recordad que es cine cómico-absurdo. Cinefiliabilidad 6. 

     “Las espuelas se dividen en dos categorías: Unas entran por la puerta. Y otros, por la ventana”. Si no coges ésta frase, tienes que ver más cine.