-¡Mmmmmmh! ¡Jodó, están de resurrección! – dice ZombiD con la boca llena.

    -¿Y cómo dices que se llaman? – pregunta Freddy - ¿”terrorijas”? 

    -Cerca, torrijas. ¡Vladi, las vas a dejar secas, deja de beberte el vino dulce…! – Vladi sonríe y se le escapa un “¡hip!”. Hemos hecho las torrijas entre todos y la verdad que han quedado muy bien, sobre todo las de leche, que son mis favoritas. Llegamos a una época del año que también es especial, y como a mí las fiestas me gusta celebrarlas, haremos un pequeño paréntesis en nuestro “cine que ya tendrías que haber visto” para hablar de “cine que sólo se ve en Semana Santa”. Así que vamos a darle al péplum (cine de romanos) y a las superproducciones bíblicas. ¡A chincharse! Y empezamos con el clásico semanasantero por excelencia: Ben Hur. 



   
  Nuestra historia, subtitulada “un cuento de JesuCristo”, da comienzo en la Judea ocupada por los romanos, allá por el año 29 ó 30 d. C. (que no quiere decir “Direct Current”…). A dicha provincia, llega el nuevo tribuno romano, llamado Mesala, después de servir en la legión, y un judío solicita verlo. Ese hombre es Judá Ben-Hur, un rico potentado e importante personaje, pero antes que todo eso, es el mejor amigo de Mesala. Se criaron juntos desde niños y han sido amigos desde la infancia. Después de un amable intercambio de cortesías y saludos, Mesala, en su papel de tribuno, solicita de Judá que le ayude a gobernar la provincia… dándole nombres e identidades de rebeldes y alborotadores contrarios a la ley romana, a fin de aplastarlos. Judá se niega, y ello ocasiona la disputa y la ruptura de los dos amigos. Al día siguiente, al llegar el gobernador romano, accidentalmente una teja cae del tejado de la casa de Judá y hiere al gobernador. Mesala, resentido, y esperando obtener el temor de los judíos al condenar duramente a su antiguo amigo, manda arrestar a Judá y su familia, confiscar todas sus posesiones y enviarlo a galeras.

     Alguno de vosotros quizá esté releyendo el párrafo anterior, convencido de que se ha saltado algo, pues no se ve a Chus por parte alguna… y es verdad, habéis leído bien. No es hasta más tarde que el Redentor hace un pequeño cameo y sólo al final de la cinta vuelve a salir, y es que aunque la película lleve por subtítulo “un cuento de JesuCristo”, su grandeza reside precisamente en eso: en hacer que Él esté sólo muy de pasada. Sabemos que estamos viendo una producción con un hondo trasfondo religioso y cristiano, pero el protagonista, es Judá y su venganza; Chus, aunque su presencia pueda ser más o menos notable en muchos momentos de la cinta, en realidad aparece en muy pocas ocasiones, no llega a hablar y ni siquiera se le ve la cara. Eso consigue, en primer lugar, que nos centremos en todo momento en Judá; la intriga y el guión son apetecibles y no se trata de una película santurrona ni aburrida. En segundo lugar, el director William Wyler consiguió con no mostrar el rostro de Cristo, lo mismo que otros directores de cine de miedo al no dejar ver al monstruo: aumentar la expectación sobre Él. 

    El personaje de Judá y su relación con Mesala han dado mucho que hablar en la historia del Cine.
La película nos cuenta la historia de una traición y una venganza, pero la traición de Mesala hacia su antiguo amigo judío, pese a ser la más evidente, no es remotamente la única. Por su parte, Judá traiciona también a Mesala, pero no en su amistad, sino en su amor. Mesala, quien dice que “no hay nada más triste que un amor no correspondido”, tiene que experimentar esa tristeza al darse cuenta de que Judá no le ama, y en su despecho, intenta destruirle a él y todo a cuanto sí ama. Si bien se trata de una homosexualidad velada y sugerida (estábamos en el año 1959, aún faltaba mucho para la liberación sexual), se trata de algo que podemos ver en muchos detalles que se le escapan al Tribuno. El modo de mirar a Judá, de quedársele embobado diciéndole “qué bueno eres…”, excede con mucho el cariño fraterno, por no hablar del detalle, ya muy avanzada la cinta en que Mesala, pese a estar en juego su propia vida, se obstina en que no le amputen las piernas “para no recibirle con el cuerpo mutilado”, y es que tribuno, romano, traidor, despreciado y despechado, pase… ¡pero imperfecto, no!

    Ben-Hur es la historia de una venganza, con toques similares al Conde de MonteCristo, pero, a diferencia de la inmortal novela de Dumas, Judá no encuentra sal en la venganza, sino sólo vinagre, acíbar que le envenenará el corazón y ensombrecerá sus victorias y su vida. Nuestro protagonista crece muchísimo a lo largo de la historia; empieza siendo un hombre fuerte para convertirse en una fiera sedienta de venganza, a quien sólo su ansia de revancha le mantendrá vivo y con fuerzas para remar en galeras durante años, y más tarde, cuando se dé cuenta que colmar su venganza no calma su corazón ni le proporciona paz alguna, también verá que tiene que ser capaz de perdonar para poder
seguir adelante.

    Mención especial merece el personaje de Esther, la mujer de Judá. Mientras que el personaje literario (Ben Hur está basado en la novela homónima de Lewis Wallace, escrita en 1880) obedece al de mujer sumisa y casi en la sombra, en la cinta podemos ver a una mujer fuerte no sólo para consolar a su padre y cuidar de él, sino también para enfrentarse a su marido y cantarle las verdades cuando las tiene que oír. Esther, hija del mayordomo de Judá, está enamorada de éste desde que ambos eran niños, y en principio, está prometida por compromiso a otro hombre; la caída en desgracia de Judá, deshará ese matrimonio concertado, pero la noche antes de que se precipiten los acontecimientos, ella y Judá protagonizan una de las despedidas más bonitas del Séptimo Arte:

     Juda: Si no estuvieras prometida, te besaría para darte mi adiós.

     Esther: Si no estuviera prometida, no habría por qué dar ningún adiós. 


     La joven, precisamente por lo que ama a su esposo, no puede dejar de decirle que está siguiendo un camino equivocado al centrarse en su venganza constante y dejarse absorber por su rencor y por la culpa, llegando a compararle con su mismo enemigo: “El odio te está transformando en piedra. Te has convertido en un nuevo Mesala”. Judá, mal que le pese, se dará cuenta de la razón de su esposa e intentará construir en lugar de destruir y buscar consuelo y perdón en vez de venganza. Para ello, le ayudará ese nuevo profeta por quien Esther siente tanta devoción, “el hombre de Nazaret” como ella le llama, si bien Judá no llegará a oírle, puesto que llegan en el momento de su crucifixión. 

   
Las contadas apariciones del Redentor, son una guinda en una película que de por sí es buena; la primera de ellas, sucede cuando Judá está siendo llevado a galeras. Encadenado y bajo el ardiente sol del desierto, el centurión que le custodia junto a los demás presos, se niega a dejarle beber, y Judá cae inerme, agotado. Entonces, alguien le ofrece un cuenco de agua y le da de beber mientras le acaricia el cabello. El centurión protesta “¡He dicho que no hay agua para él!”, y el hombre simplemente le mira. En el semblante del romano al mirar al hombre, no vemos miedo, ni culpa. Vemos la vergüenza ante la propia crueldad, vemos un “bueno, a lo mejor me he pasado”. La cinta continúa, y Chus no volverá a aparecer hasta su propia muerte, donde Judá se le queda mirando y dice “…Yo conozco a ése hombre”. Y aquí llegamos a una de las Frases Lacrimógenas por excelencia. El “Yo conozco a ése hombre”, es como el “Bastó con que me dieras tu amor” en Quo Vadis, el “¿Mamá? ¿Mamá?” de Bambi, el “¡Felices Pascuas, vieja Compañía de Empréstitos!”, de ¡Qué bello es vivir!, o el “Estaré aquí mismo” de E.T. Es literalmente imposible oírlo sin llorar. Yo, prevengo.

    Ben-hur es una película extraordinaria. Tanto en medios, como en guión, como en actuación, como en banda sonora; merece la pena verla, no se hace larga aunque lo sea. Pero se trata de una cinta muy emotiva, con escasos toques de comicidad, y que dura tres horas bien largas. Cinefiliabilidad 8.



     “Siempre usas esa palabra. Y no creo que signifique lo que tú crees”. Si no coges ésta frase, tienes que ver más cine.