-El Ahorcado maldito no lo tengo… Igor tampoco… Hildegard la Sedienta sí…

     -¡Hildegard la Sedienta! - se emociona Vladi tomándome del brazo para ver el cromo - ¡Te la cambio por Mina Harker!
    
     -¡Vladi…! - casi me ofende su ofrecimiento - Por favor, no la tienes repetida, se supone que Mina es tu novia.

   -Ñah, la tengo muy vista… y además, sigue durmiendo con una foto del Jonathan bajo el cojín del ataúd, y piensa que no lo sé. Anda, cámbiamela… ¡Te doy a Mina Harker y… y a Valdemar Daninsky! 

     -Mmmh… está bien, ¡pero porque me das a Valdemar! Y no te emociones con el cromito, te recuerdo que Hildegard es casada… 

     -“Lo que no es ahora, puede ser más adelante…” ¡aguafiestas! - sonríe Vladi, mostrando sus afilados colmillos, y besa el cromo de la Sedienta. 

     -¡Joer, macho, todos repetidos, TODOS! ¡No hay derecho! - se queja ZombiD - ¡La mierda de la Lamprea Espacial ya la tengo como seis veces, no me vivas! 

    -Pues mira, esa no la tengo yo, te la cambio por Norman Bates, ¿hace?

   -¡Hace! - ZombiD toma el cromo al momento, y mientras seguimos con nuestros cambios de cromos de la colección TodoTerror (de la editorial Tembleque), hoy, en nuestro Cine que ya tendrías que haber visto, también vamos a hablar de alguien que tiene un repe, aunque no sea un cromo: El estrafalario prisionero de Zenda. 


     La cinta da comienzo en el octogésimo (fíjense, fíjense qué bien lo he dicho) cumpleaños del rey Rudolph IV del imaginario país de Ruritania, quien decide celebrarlo dándose un paseo en globo, paseíto que le llevará nada menos que al otro barrio. Su deceso produce una crisis de poder, dado que teóricamente el trono pertenece a su heredero legítimo, Rudolph V (Peter Sellers), pero Michael, el hermanastro del mismo, también aspira a la corona. Si el heredero sufriera algún trágico accidente, el nuevo rey sería Michael. Rudolph, vividor, bebedor, jugador, de inteligencia y valor sólo modestos y que por si fuera poco pretende a una mujer casada (Elke Sommers), no toma muy a consideración las amenazas de su hermano, pero su gobernador, el anciano Coronel Spatz, sí que lo hace, y con razón. A raíz de un cómico escándalo en un café, el coronel se encuentra con un valeroso cochero que frustra un intento de atentado contra ellos, y que resulta ser un calco perfecto de Rudolph, Sidney Froid (también Peter Sellers).

     La idea no era ni mucho menos nueva, se llevaba utilizando desde Dumas y su Máscara de Hierro, y en concreto, desde la novela El prisionero de Zenda, escrita por sir Anthony Hope en 1894. La novela cuenta una aventura de capa y espada al estilo de Los tres mosqueteros, y fue adaptada al cine en numerosas ocasiones, siendo la más famosa la versión de 1952, dirigida por Richard Thorpe y protagonizada por Stewart Granger, actor que se hizo muy famoso por protagonizar Scaramouche, película similar también de capa y espada. 

     Blake Edwards, el director de la cinta que nos ocupa, ya había hecho una pequeña
revisión de éste asunto en la película La carrera del siglo, de 1965, donde hizo que fuese el archivillano Profesor Fate (Jack Lemmon) el que guardase un extraordinario parecido con el rey del pueblecito de Potsdorf. No obstante, Edwards se dio cuenta que aquélla idea paródica daba para mucho más que unas cuantas secuencias y podía hacerse una película entera, proyecto que culminó en El estrafalario prisionero de Zenda. 

     Estábamos en el año 1979, entrábamos en los locos años ochenta y el humor empezaba a desbocarse. La liberación femenina, la buenas épocas económicas, el control de la fertilidad, todo inducía a hacer cintas de humor que tirasen más hacia la picardía. En las películas de James Bond aparecían mujeres en bikini y el agente 007 se permitía bromas machistas al estilo “resulta sugerente ese NADA que lleva puesto”, que se le consentían porque era un gentleman guapísimo; a éste lado del charco, Franco había tenido la bendita idea de morirse y cómicos españoles como Pajares y Esteso normalizaron las tetas en todo el país (nota curiosa: no obstante, no sería hasta 1986 que se legalizó el porno en éste nuestro país, y eran famosas las excursiones a Biarritz sólo para comprar revistas, ver películas de corte erótico como El último tango en París o directamente pornográficas como Tras la puerta verde). Ahora, los recursos de sainete como los maridos cornudos, las esposas infieles y los amantes, eran permitidos, tolerados y divertidos.

     Peter Sellers, quien ya había trabajado junto a Elke Sommers en El nuevo caso del Inspector Clousseau (y de quienes se decían que estaban liados también en la realidad), estaba terminando su época dorada como actor cómico, aunque él todavía no lo sabía. El estrafalario prisionero de Zenda es casi de sus últimas joyas, y aunque ya no esté de moda el género que ocupa, siempre es agradable verla y disfrutar de su vis comica, tan inglesa como hilarante, y encima por partida doble. Mientras que el heredero legítimo de la corona es, en palabras (crueles, pero acertadas) de su hermano Michael “debil, van, pusilánime, mezquino y despreciable” (está bien, despreciable-despreciable, no es el pobrecito mío…), no tiene reparos en liarse con una mujer casada pero tiene un pánico cerval al marido de ésta, el humilde cochero Sidney es valeroso, arrojado, ágil, astuto… se ha criado en las calles y las tabernas, sabe pelear, es fuerte y le da lo mismo ocho que ochenta: si le tocan las narices, saltará como un cohete. 

   Mención especial merece el personaje del Conde Rupert de Hentzau, esbirro de Michael.
El moreno, es Hentzau. El rubio, Michael.
Mientras que en la novela y películas podemos verle como alguien frío y calculador, cuya pasión por la novia de Michael es apenas insinuada, en la parodia que nos ocupa lo vemos mucho más humano; astuto, soldado de fortuna, y que no duda sembrar la cizaña entre su jefe y la querida del mismo, a fin de conseguir que ella se interese por él, para poco más tarde usarla de escudo humano. La retórica pregunta que le lanzan (“¿No hay límite para vuestra infamia?”), le da la ocasión de contestar su definición: “Si lo hay, no lo he descubierto”, y tiene toda la razón. Rupert es un canalla encantador que sabe usar su propio atractivo y su astucia como su mejor arma; se ríe de todo y de todos, empezando por sí mismo, siguiendo por Michael y terminando por la Corona. El propio Michael no le soporta, pero le conserva a su lado por lo buen esbirro que es, aunque no duda en decirle que “está próximo el día que vuestra insolencia, pese más que vuestra eficiencia”, afirmación que Rupert contestará con sonoras y descaradas carcajadas. 

  
  Finalmente, no puedo dejar de dedicar al menos unas palabras al Conde de Montparnasse, el esposo de la mujer a la que pretende Rudolph (y que, todo hay que decirlo, se deja pretender con sumo gusto). Giles de Montparnasse es un hombre enamorado de su esposa, pero es lo que en mi barrio se solía llamar “un feo casado con una guapa”, o sea alguien que sabe positivamente que su costilla le es infiel. Siguiendo las directrices de la época, la culpable de la infidelidad no era tanto la mujer que cedía, como el hombre que la seducía, motivo por el que el Conde persigue constantemente a Rudolph (o a quien él toma por tal), exigiendo una satisfacción a su honor (un duelo), y más tarde, intentando asesinarlo, empresa en la que su nivel de éxito demostrará que Pierre Nodoyuna debió ser descendiente suyo. A pesar de los continuos desplantes y desprecios de su esposa en favor de Rudolph, éste no puede dejar de sentirse atraído por ella y aún es él quien le pide perdón a ella por sus escenas de celos y sus enfados, puesto que toda su ira va dirigida contra el amante. No obstante, Edwards no nos deja sentir pena o simpatía por él, y nos lo retrata en todo momento como un personaje posesivo, patoso y estúpido, para no romper la comicidad con la compasión.

     El estrafalario prisionero de Zenda, es una cinta cómica, pero ante todo, es una parodia que se ríe de todos los tópicos del género; el amor, el honor, la fidelidad… quedan en entredicho bajo la piel del rey, mientras que el plebeyo da ejemplo de todo ello cada vez que anda. No es una parodia tan alocada como Aterriza como puedas, que se estrenaría un año más tarde, o de humor tan fino como La pantera rosa. Es una película muy entretenida y divertida, pero su humor puede resultar un tanto machista en ocasiones, o algo anticuado en otras. Cinefiliabilidad 5



     “Colecciono esporas, mohos y hongos” Si no coges ésta frase, tienes que ver más cine.