-¿Cuáaaanto dices? – se queja ZombieD

    -Lo siento, los precios no los pongo yo… pero ten en cuenta la piñada que te metiste, y que es una pedazo de moto; 300 caballos, 3.0, facultad de volar, y encima la pintura del carenado, que a poco que te hagas un arañacito de nada, la compañía se deja la prima de seis clientes sólo para pintártela… Hazme caso, ponla a terceros, se queda ya mucho mejor. 

    -¡Pero el golpe me lo di estando vivo, no debería contar!

   -Ya te lo he dicho: los golpes en estado viviente, no cuentan sólo si no son mortales. Como te mataste contra el camión-trailer… se cuenta. 

   -Buf… es que a terceros, no me hace gracia tenerla. 

   -Lo sé, D, pero mira tú mismo qué precios nos dan: sólo dos compañías de las once, nos dejan ponerla a todo riesgo, y las dos se nos van de precio; no vas a encontrar una que te lo deje por menos, salvo poniéndote una franquicia bestial o quitándote coberturas, ¿cuál cogemos? – ZombiD se rasca el cogote y se saca un gusano de debajo del cuero cabelludo que después se come distraídamente, con gesto fastidiado. – Mira, sé que va a ser un año malo, pero te dejan fraccionar el precio, así se queda más livianito para pagarlo, y al año que viene te busco precio otra vez, ALGUNA compañía nos lo mejora. 

    -…Bueno, venga, como sea, estoy harto de tener la moto muerta de risa en la caballeriza, ¡pero esto es pura piratería! 

   -¡Je! ¡Qué me vas a contar! – contesto mientras termino de rellenarle los datos para el seguro porque, sí, en la Otra Orilla, también hace falta tener seguro si uno quiere conducir, y yo que trabajo para el ramo, sé de sobra cuánta razón tiene ZombiD y lo pirata que puede ser todo el mundo (asegurador y asegurado)  en estas cuestiones. Y de esto precisamente vamos a hablar hoy. No, de pólizas, no. De piratería: El temible burlón. 



  
    La cinta da comienzo en alta mar, donde un barco de la armada española encuentra otro barco a la deriva, con todos sus ocupantes muertos, sin duda a causa del terrible escorbuto, de modo que deciden tomar el mando del mismo y hacerse con lo que pueda llevar a bordo. Pero se trata de un caso de ir por lana y salir trasquilado, ya que la tripulación no está ni mucho menos tan muerta como pudiera parecer, y rápidamente incapacitan a los soldados que creen gobernar su barco y pasan sigilosamente al barco español, para tomarlo por sorpresa. El capitán Vallo (Burt Lancaster) “y su escorbútica tripulación” de veinte piratas se hacen con los doscientos soldados, el barco y el Barón Gruda que viaja a bordo del mismo, como quien se toma un té. En un principio, la tripulación pretende acabar con el Barón, pero Vallo decide hacer con él un jugoso negocio, cazando para él al líder de la rebelión de las islas, llamado el Libre. 

     Estábamos a comienzos de la década de los cincuenta, y si alguna vez existió el futuro, fue durante ésta época. Los norteamericanos inundaban su propio país con carteles de “No hay modo de vida mejor que el americano”, y mientras la vieja Europa intentaba rehacerse de las secuelas de la Segunda Guerra Mundial, ellos podían mostrarse solidarios con su Plan Marshall y enseñar al mundo la generosidad americana y las bondades de su progreso y del capitalismo. Las cocinas americanas eran referente en todo el mundo, y ya no eran ese sitio lleno de hollín y calor espantoso donde las mujeres iban con los rulos puestos y la bata del pirineo, sino una estancia mágica, limpia y brillante donde todo era automático y bonito, las cosas prácticamente se cocinaban solas, y las mujeres iban por su casa con trajes arreglados y zapatos de tacón, porque su lavadora, aspirador, lavaplatos… lo hacía todo por ellas. Al contrario de lo sucedido en la década pasada, donde la guerra había llevado a las mujeres a los talleres bajo el “Yes, we can” para suplir la escasez de hombres dado que éstos estaban luchando, una vez finalizada la guerra, las mujeres fueron apartadas de los trabajos. Ya no era precisa su presencia en ellos, los hombres habían regresado y ellas podían igualmente regresar a “su sitio”: la cocina y el hogar; el incipiente feminismo se eclipsó como algo que había sido necesario ante una situación extrema, pero que una vez pasada esta, no cabía en la cabeza de nadie el ver a una mujer trabajando en oficios “masculinos”. 

    El temible burlón nos muestra ésta realidad en una cinta de aventuras absolutamente clásica y
predecible, pero aun así, imperdible y única. Consuelo, “la chica”, es una joven rebelde que se atreve a levantar la voz contra las injusticias, aún cuando éstas son cometidas por sus amigos o líderes, que es consciente de ser una mujer en un mundo masculino y de los riesgos que corre simplemente por serlo y que trata de protegerse contra ellos, pero en el fondo, es alguien que necesita ser salvado, y cuya fuerza radica precisamente en su debilidad. Vallo es el invencible capitán pirata, astuto, ágil, valeroso… no se arredra ante enemigos armados más fuertes o numerosos que él, pero se verá perdido por un beso de la joven.

   Junto al capitán Vallo, se encuentra su fiel lugarteniente Ojo (Nick Cravat), un hombre mudo asombrosamente expresivo y que hace las veces de conciencia y voz del pensamiento de Vallo, además de introducir la figura del “secundario cómico”, y que repetiría cartel junto a Lancaster en El halcón y la flecha, dos años más tarde. Mientras vemos a Vallo dar vueltas o intentar engañarse a sí mismo en lo que a sus sentimientos se refiere, Ojo le descubre con toda certeza y le sirve de espejo interior, haciéndole ver que puede mentirse si quiere, pero que no engaña realmente a nadie.

   Las películas de aventuras estilo “doncella en apuros-viene el bueno, mata el malo y se lleva a la muchacha” se hicieron muy famosas en una década en la que el cine se volvió un entretenimiento muy popular. Es cierto que lo había sido desde su inicio, pero ahora la gente… digamos… ya no se vestía de traje de noche para ir al cine, y muchos niños y adolescentes lo convirtieron en su pasión favorita. Cintas como la que nos ocupa, Robin Hood, Ivanhoe, etc., nos llevaron a épocas pretéritas en las que los héroes, además de guapos, sabían bailar, montar a caballo, hacer acrobacias, y se colgaban de las lámparas mientras los abnegados guardias les atacaban uno a uno y morían por orden (y nadie preguntaba a los guardias si eso era lo que en realidad querían hacer… Gracias, Terry Pratchett), mientras que sus compañeras de reparto tenían que ser bonitas y delicadas, y a lo sumo, saber bailar, pero poco más. Sólo se les pedía que quedasen bien ante la cámara y que cuando fuesen rescatadas por su héroe, le premiasen con un beso. Como podéis suponer, apenas fue llegando la década de los sesenta y el feminismo volvió para quedarse definitivamente, este tipo de cine fue tildado de machista y denostado por público y crítica, y no sería hasta inicios de la década de los ochenta que sería rescatado por un arqueólogo que buscaba cierto cajón… un tal Henry Jones jr.

    Finalmente, no puedo resistirme a incluir la escena en la que Vallo y Ojo forman un buen jaleo con los soldados, a fin de llamar la atención de los rebeldes. Los dos eran acróbatas circenses, lo explotaron y salió muy bien:





El temible burlón es una película que se ve sola. Es tolerada y pura aventura, acción y humor, no exige un gran esfuerzo de atención, y es ideal para verla frente al cuenco de palomitas o de galletas. Cinefiliabilidad 3.


Vallo: Así que sois el hombre que ahorca a mis amigos... Gruda: ¡Porque asesinan a los míos!

“Estar muerto no suponía ningún problema, ¡pero ser olvidado es una putada!” Si no coges ésta frase, tienes que ver más cine.