...Un poquito más a la izquierda... al centro, más al centro... ahí... ahí... haaaaaaaaaaah... ay, gracias, Freddy, cariño, ¡nadie rasca espaldas tan bien como tú! Mmmmmmh... Oh, buenas tardes, queridos amigos cinéfilos amantes del cine en general y del veraniego en particular. Bienvenidos una vez más a mi humilde mazmorra.

Aún es verano, aunque algunos de vosotros hayáis empezado ya vuestra rutina de estudios o trabajo, y por lo tanto, proseguiremos con ésta sección hasta que lo diga el calendario, que lo dirá la semana que viene. Mientras tanto, seguiremos pasando revista a cine de verano, y no hay nada más veraniego que una playa. Mucha atención: por veinticinco centavos de dolar de Ankh-Morpork, ¿qué nos encontramos en una playaaaaa....? ¡Tiempo! Agua, muy bien. Arena. Niños. Colillas de algún guarro. Caracolas. Neveras portátiles. Lolailos retrógrados que no saben que se han inventado los auriculares y van con el radiocassette con Camela a todo volumen. Flotadores de patito. Y sí, tiburones. ¡Campana y se acabó!


La cinta que nos ocupa, comienza con la inquietante música de John Williams, que nos hace saber que, aunque estemos viendo unos preciosos fondos marinos, no nos espera una peli nada bucólica. Bien, la cinta da comienzo en una fiesta hippi playera: un montón de chicos alrededor de una hoguera beben y cantan con acompañamiento de guitarra (eso de llevar un radiocassette no tenía tanto romanticismo). Un chico rubio mira a una chica rubia, el chico y la chica se miran... se miran... se miran... y ella sale corriendo. Menos mal, porque si no, la que se pira soy yo.

La joven, aprovechando que ya es de noche y no hay un alma en la playa, propone a su amigo bañarse juntos, y ella se desnuda mientras corre y se lanza al agua (que nadie se emocione: es una peli de los setenta, no salen tetas.), mientras el chico se hace un lío con su propia ropa y como lleva encima más alcohol que una farmacia, decide echarse una siestecita en la arena mientras la chica rubia nada sola. La joven nada hasta cerca de una boya, y entonces alguien dice “hombre, esa debe ser la cena que encargué”. Ñam. La chica se sorprende cuando recibe un doloroso tirón que la hunde, pero eso no es más que un aperitivo. Enseguida el depredador marino cuyo título lleva la película, la zarandea de un lado a otro mientras la devora viva y ella grita. De nuevo, calma: es una escena dura y en su momento, fue terrorífica, pero no hay gore.


A la mañana siguiente, el jefe de policía Brody (Roy Scheiber), que acaba de mudarse con su familia a la isla (Amity Island es el nombre del encantador lugarcito), recibe una llamada urgente de una desaparición. Se dirige a la isla, donde habla con el chico rubio, y se ponen a registrar la playa, hasta que uno de sus hombres le silba, porque la ha encontrado. Bueno, ha encontrado lo que queda de ella. Spielberg tiene a la vez el buen gusto y la astucia de no mostrarnos el cuerpo, pero las reacciones del chico y los policías, son más que suficientes para hacernos saber que no está precisamente para aparecer en la portada de Vogue.
 



El jefe Brody, con muy buen juicio, decide preparar carteles para cerrar la playa por prudencia y empieza a redactar un informe indicando que la causa más posible de la muerte sea un ataque de tiburón. Pero como sucede siempre en éste tipo de pelis, el alcalde no está para nada conforme con que se cierren las playas y le asegura que las heridas de la chica pueden perfectamente haber sido causadas por las hélices de una lancha motora. Brody, con el corazón en un puño, pero entendiendo que el alcalde tiene parte de razón (Amity es un pueblo de veraneo. Durante el invierno prácticamente no existe, y la gente vive de los negocios que puede sacar durante la época estival; si se cierran las playas, no habrá ingresos y la gente pasará dificultades muy severas), decide tomar sus precauciones, entre ellas, llamar a un experto, pero no cerrar las playas. Eso redundará en que cierto escualo siga engordando. Al experto, Cooper (un jovencísimo Richard Dreyfuss, qué guapo ha sido siempre), le basta echar un vistazo a los pobres restos mortales de la primera víctima para saber que no ha sido en absoluto una lancha motora, e intentará también él prevenir al alcalde. Infructuosamente.

La película Tiburón (Jaws, en el original) se estrenó en el año 1975 y venía de un director que ya había dado buenos frutos en cintas como El diablo sobre ruedas, Steven Spielberg. Pese a que costó muchísimo terminarla, los esfuerzos valieron la pena y se convirtió en un clásico al momento (en el guión podían haber escrito: “clásico instantáneo; sólo añadir agua”. Matadme, por favor...), y recaudó más de cuatrocientos setenta mil millones de dólares. Una burrada, si tenemos en cuenta que hacerla, costó menos de nueve. Spielberg se convirtió en el nuevo Rey Midas de Hollywood, al punto que le ofrecieron dirigir Supermán (trabajo que rechazó por orgullo; lo pidió, y como era muy joven y no tenía una gran experiencia, le dijeron diplomáticamente que verdes las habían segado, y se lo ofrecieron engolosinados después de Tiburón), las carreras del trío protagonista (Scheider, Dreyfuss y Shaw) se vieron relanzadas y se inauguró una franquicia que ha dado cuatro secuelas. Ninguna de ellas, justo es decirlo, logró igualarse a la primera.


Spielberg tenía sólo 27 añitos cuando le ofrecieron dirigir Tiburón. La novela original, escrita por Peter Benchley (quien tiene un cameo en la película, es el presentador de las noticias), había sido comprada al autor por la escandalosa cifra de un cuarto de millón de dólares (una barbaridad para la época, y para el autor, que no andaba precisamente boyante), titulada Jaws, llegó a manos del joven director y preguntó inocentemente: “¿Mandíbulas? ¿Esto va de dentistas?”

Cuando empezó la producción, deprisa y corriendo, no había ni guión cinematográfico formal, para lo que tuvo que colaborar el propio autor y el mismo Spielberg, quien pegó tajos salvajes a la novela (y lo gracioso, es que la dejó mejor). El director quería que “la estrella, fuese el tiburón”, y cortó todo el lío que la mujer de Brody y Cooper mantienen, para centrarse en la caza del animal. Tampoco había un reparto claro, y se barajaron nombres de la talla de Charlton Heston, Robert Duvall o Jeff Bridges, pero Spielberg, fiel a su deseo, quiso elegir actores no demasiado conocidos para potenciar la sensación de que aquella historia podía sucederle a cualquiera (de hecho, la mayoría de extras de la cinta son personas del propio pueblecito, Martha´s Vineyard, donde se rodó la cinta).


Roy Scheider se ofreció para el papel de jefe Brody y Spielberg lo aceptó a regañadientes, pensando que el papel de tipo duro que había hecho Scheider en The french connection (junto a Gene Hackman y uno que ahorraba mucho en taxis, porque iba como el Rey Fernando: un rato a pie y otro andando), no era el que él quería para encarnar al jefe Brody, pero finalmente el director quedó conforme. El propio Spielberg se dirigió a Dreyfuss para el papel de Cooper, pero el actor en principio lo rechazó: “para verla, va a ser estupenda, pero para rodarla va a ser imposible”, manifestó el actor, demostrando, más que clarividencia, un profundo conocimiento del suelo que pisaba. No obstante, pocos días más tarde, el mismo Richard Dreyfuss llamó a Spielberg y le preguntó si la oferta seguía en pie, y aceptó el papel. ¿Porqué? Por que se había visto a sí mismo en una película que había terminado de rodar recientemente, El aprendizaje de Duddy Kravitz, y quedó tan decepcionado con la película y su propia actuación, que pensó que su carrera se iría a pique si no hacía algo para remediarlo, de modo que se agarró al Tiburón como a un clavo ardiendo. 


El rodaje de Tiburón puede ser descrito con muchas palabras. Pero pocas serían agradables. Fue lento, tedioso, frustrante y sobre todo, aburrido. La maqueta del tiburón, que el propio Spielberg quería usar lo menos posible (siempre ha sido un director muy clásico que comulga con la idea de que cuanto menos se vea al monstruo, más miedo da. A él le sale muy bien. A Matt Reves, NO), estaba preparada para ser usada bajo el agua, pero nadie cayó en un pequeño detalle: el agua SALADA. El océano corroía rápidamente la maquinaria y la estropeaba.

“Casi lo primero que oíamos todos los días al llegar al rodaje era “equipo técnico, por favor, el tiburón no funciona”” Richard Dreyfuss.

La celebrada escena del primer ataque tuvo muchos más y menos. En primera, iba a ser rodada al atardecer, pero cuando corrió el rumor por la isla de que iba a haber rodaje con chica desnuda, medio pueblo de curiosos se personó “casualmente” en la playa, de modo que decidieron hacerlo de noche, para que no se distinguiera nada... y para que ella pudiera llevar bikini, que no se notaría con la oscuridad, haciendo parecer que iba desnuda. La encargada de rodar la escena, especialista de cine, debía nadar y después ponerse a chillar cuando le dieran el tirón (llevaba un cinturón con cuerdas del que tiraban desde debajo del agua, y desde la propia playa), cosa de la que la avisarían encendiendo un foco desde la playa, pero Spielberg, sabiendo que ella era especialista y no actriz, temió que si estaba avisada, no obtendría la cara de sorpresa y susto que él deseaba, de modo que decidió que le dieran el tirón sin avisar. Huelga decir que sí, quedó perfecta.Visto el buen resultado que daba el asustar a los actores, no fue la única que se llevó un susto. En cierta ocasión de la cinta, el jefe Brody está echando cebo al mar, trabajo que actor y personaje detestaban igualmente porque se trataba de restos de pescado y no olían precisamente a rosas. Nadie le dijo a Roy Scheider que aquél día, el tiburón SÍ funcionaba, de modo que cuando lo vio salir del agua sin esperarlo, pegó un bote tremendo. Es el que podemos ver en la cinta.


El personaje de Cooper queda vivo de milagro. En un principio, tanto en novela como en guión, el experto en tiburones moría víctima de éste, pero una afortunada casualidad le salvó la vida. La película combinaba las escasas tomas que pudieron sacar del tiburón mecánico con tomas de tiburones reales que les facilitaba un matrimonio australiano que estaba acostumbrado a rodar con éstos animales y había trabajado para National Geographic. Una de las escenas, mostraba la quilla del barco y la “jaula anti-tiburones” (ja-jaaaa...) de Cooper, y un tiburón debía dar vueltas alrededor de la quilla. El tiburón que el matrimonio había elegido era un ejemplar joven muy fuerte, se acercó demasiado y uno de los cables que sujetaban la jaula vacía se le enganchó de la boca, provocando el natural sobresalto en el animal, que se debatió furiosamente haciendo trizas la jaula. A Spielberg le parecieron unas imágenes tan emocionantes que quiso usarlas sin falta, pero como se veía que la jaula estaba vacía, cambió el guión para que Cooper pudiera salir de ella y sobrevivir de rebote.

     La muerte de Quint, junto con la de Santino en El Padrino, sigue siendo considerada la más terrible de la Historia del Cine.

El rodaje en el barco, Orca, se prolongó muchísimo debido no sólo a las incidencias técnicas, sino también al inevitable uso del mar por otras personas. Me explico: tres hombres en mitad del océano, ningún sitio a donde escapar, sólo el mar azul y de pronto... ¡corten! Un barquito aparece en el horizonte, y no se puede hacer nada hasta que termine de pasar, lo que se tomaba una hora de tiempo. La otra solución era quitar las anclas, darle la vuelta al barco, colocar el barco cámara, echar las anclas otra vez, volver a colocarlo todo, ajustar... operación que se llevaba ¡una hora de tiempo! En palabras de Roy Scheider y de Spielberg, eso era lo peor: el saber que hicieras algo, o te quedases de brazos cruzados, no ganabas nada. 




El peor día eran los domingos. Se rodaba de lunes a sábado, y en el domingo, no daba tiempo a volver a casa y regresar al rodaje (se trataba de una isla, y de los Estados Juntitos, que aquí eran más bien separaditos, porque el hogar más cercano, estaba a más de mil quilómetros), de modo que el domingo lo único que podías hacer era vegetar por un pueblecito provinciano en el que no había de nada.

En cierto momento de la peli en que los tres protagonistas están de charla-camaradería contándose las cicatrices, Cooper (Dreyfuss) empieza a cantar “por dónde a mi casa he de ir/ que ya en mi cama quiero estar...”. Antes de poder darse cuenta, los cámaras empezaron a llorar, los asistentes también, y hasta la script-girl. No porque la escena fuera especialmente enternecedora, sino porque llevaban más de seis meses allí, sin ir a casa, sin ver a sus familias ni amigos, y todo el mundo tenía nostalgia. El propio Spielberg sugirió dar vacaciones, aunque fuese una semana de descanso, pero la productora, harta de retrasos y de haber tenido que doblar el presupuesto (el inicial era de poco más de cuatro millones), las denegó.




Esa nostalgia acabó encontrando una vía de salida un tanto peculiar. Ya a pocas semanas de terminar el rodaje, el ayuntamiento del pueblo donde se rodaba, decidió dar una fiesta al equipo de rodaje (todo era publicidad), de modo que les invitaron a un bufé muy cumplido. En cierto momento de la fiesta, Roy Scheiber se acercó a Spielberg y le dijo: “Steven, ¿qué pasaría si alguien iniciara una guerra de comida? -¿Una guerra de comida?- preguntó el director - Sí, ya sabes, que alguien empezara a tirar comida. Así”- contestó el actor y le estampanó el plato de puré de patatas en plena cara. Richard Dreyfuss empezó a partirse el pecho, cogió un plato y se lo lanzó a Scheiber... y allí fue Troya. Robert Shaw se eclipsó discretamente en plan “les juro que no les conozco...”, pero el resto del rodaje se puso a lanzar comida por todas partes. Scheiber y Dreyfuss salieron al patio del ayuntamiento donde había una piscina, con el agua de un color azul turquesa precioso, se quitaron los smoking, y en calzoncillos, se tiraron al agua para lavarse. Spielberg salió detrás a intentar frenarles, pero se dijo “al diablo con todo”, y se tiró él también. “Esto, es lo mismo que ocurre en el ejército cuando no se dan permisos”, dijo Spielberg cuando la productora le pidió explicaciones.

SÍ, me he extendido y LO SÉ. Se trata de una cinta que me encanta y de la que he tenido suerte de encontrar curiosidades muy divertidas, y no me he resistido a ponerlas todas. Si no la habéis visto aún, es un clásico imprescindible del terror y la aventura; una película que sigue causando inquietud y aún pánico pasen los años que pasen, y que ninguna de sus herederas (ni de la propia franquicia ni copias estilo Piraña, Mandíbulas, Anaconda...) ha conseguido eclipsar.




“Sonríe, hijo de pu...” Si no coges ésta frase, tienes que ver más cine.