Dos abdominales y mediaaa.... dos abdominales y tres cuartooos... ¿Qué? ¿Que ya están ahí...? Ciento doce... ciento trece... ciento catorce... ¡Buenas tardes, cinéfilos todos, y bienvenidos una semana más a mi humilde rincón Cine que sólo se ve en verano! Esta tarde, tenemos una joya del cine de acción más noventero: Jungla de cristal 3, La venganza.

El cine de acción como tal, es un género muy reciente. Es cierto que existía el cine policíaco, el de aventuras... la acción vino a coger un poquito de aquí y otro poquito de allá, y fue a finales de la década de los setenta y principios de los ochenta, cuando empezó a hacerse patente que Harry el Sucio no encajaba exactamente en el género policíaco, como tampoco lo hacía Charles Bronson.



En los sesenta, el pacifismo, los hippies y la tolerancia (breve) hacia la marihuana u otro tipo de drogas relajantes, habían traído una época de paz... pero la Guerra de Vietnam, la guerra fría, el miedo al bloque soviético y a una tercera guerra mundial (que afortunadamente nunca llegó, aunque se bordeó el estallido bélico en más de una ocasión... y recemos por que no llegue nunca), hicieron regresar el miedo. Y éste, al ser un miedo “político”, podía ser un miedo algo lejano, pero la expansión de drogas destructivas, la crisis económica que dejó muchos desempleados, la política de Reagan que dejó sin fondos las ayudas sociales y el aumento de la delincuencia callejera en general, hicieron que regresara un miedo mucho más palpable. Barrios enteros caían presa de bandas callejeras y los vecinos, que sólo unos años antes podían sacar las sillas a la calle y estar de cháchara hasta las tantas, ahora tenían miedo hasta de salir de sus casas.



En medio de aquél panorama, a todo el mundo le gustaba pensar que había en el mundo, en su ciudad, policías o incluso justicieros capaces de enfrentarse a los malos y darles una patada allí donde la espalda pierde su honroso nombre, proteger a los inocentes y todo eso que se supone que hacen los héroes antes de acabar bajo una lápida de mármol que diga “la ciudad no te olvida”, mientras nadie se aclara si Velarde, al final era nombre o apellido.

Así, durante los años ochenta tuvimos muchas cintas de ese estilo, donde el guión policíaco quedaba sustituido por explosiones, pero no por ello dejaba de cumplir la función del cine, que es entretener. Y allá por el año 88, llegó la primera Jungla de Cristal que, contra todo pronóstico, se comió la taquilla como quiso. Al año siguiente, se rodó la secuela, y aunque era bastante espectacular, no obtuvo el éxito deseado... fracaso no fue, pero no logró gustar tanto como su antecesora. La franquicia fue olvidada durante media década, hasta que en el año 1995, alguien llegó con un guión de acción titulado “Simón dice” (Simon says en el original), se le hicieron unos cuantos retoques y voilà, tenemos película.

Jungla de Cristal 3 La venganza comienza en un bochornoso día veraniego (fecha en la que fue estrenada en España, y a lo mejor no lo sabéis porque no habíais nacido, pero en concreto el verano del 96 fue apestosamente caluroso y Madrid se quedó tan vacía que cuando te encontrabas con otro transeúnte en un cruce, te llevabas un ataque al corazón. Durante las horas calurosas del mediodía, el asfalto se te pegaba a las zapatillas y veías a la gente llegar a los bares arrastrándose y diciendo “ag... ag... aguaa...”. Vamos, que cuando comienza la peli con la imagen de un solazo enorme y la canción “Summer in the city”, mis padres y mi hermana y yo, únicos espectadores de la sala, estuvimos a punto de huir, convencidos de que íbamos a perecer de golpe de calor aún dentro del cine). Mientras suena la música, podemos ver imágenes del centro urbano de Manhattan, vale, nos ponen en situación, perfecto... y de golpe y porrazo, estalla una bomba que se lleva media calle. Y si da que estabas despistadillo, aquí te das cuenta que, o alguien se ha metido un plataco de judías entre pecho y espalda para desayuno, o estamos en una peli de acción.

Como es lo segundo y se trata de una Jungla, el responsable de esa bombita de nada dice llamarse Simon y asegura que hará detonar otra... a no ser que el teniente detective John McLane haga algo por él. En concreto, pasearse en paños menores por Harlem luciendo una pancarta que reza “I hate niggers” (la palabra niggers no se traduce por negros; es un despectivo: negrata o negroide sería más adecuado. Como vemos, nuestro Simon no se distingue por su sutileza). McLane, que está en trámites de divorcio y suspendido de empleo y sueldo, se ha pasado la noche anterior ahogando sus penas en alcohol, porque eso de la autoyuda y superación no es para un tío que anda tirando bombas caseras por los huecos de los ascensores. Vamos, que no está en su mejor día, y cuando vienen a decirle el papelón que le toca hacer, menos todavía. la cosa es que le dejan ahí, con el cartelón y en calzoncillos (...y sinceramente, yo no me imaginaba que John Mclane usase calzoncillos tan largos, me lo veía más de culotes, pero en fin...), y en pleno Harlem. Naturalmente, nuestro detective tiene más ángel que Indiana Jones, y el dueño de una tienda acierta a verle y se propone defenderle, o cuanto menos, intentar ayudar a que se eclipse discretamente. Eso, no es tan fácil como lo parece, pero Mclane y su nuevo amigo, Zeus, pueden decir que tienen suerte al escapar sólo con un botellazo y un navajazo superficial.

Tras enterarnos de cosas más concretas acerca de las bombas que usa y pasar por la comisaría de McLane, donde todos los policías dicen muchos tacos y tienen muy mal café, Simon vuelve a dar señales de vida y amenaza con otra bomba, pero para que les dé más detalles, hace ir a John y a Zeus a otro teléfono, donde les pone una adivinanza. Acertijo tras acertijo, los protagonistas las pasan canutas, hay muchas explosiones, persecuciones en coche, y descubrimos por qué Simon le tiene una antipatía personal a McLane, secreto que aunque probablemente sepamos todos, no voy a desvelar aquí. Ved la peli.

A diferencia de la primera y segunda entregas de la Jungla, que sucedían en un espacio muy concreto (el edificio Nakatomi la primera y el aeropuerto la segunda), aquí McLane se ve obligado a dar tumbos por toda la ciudad, lo que añadió una gracia especial a la cinta, además que es la película en la que más desorientado vemos al teniente. Se ve obligado a seguirle el juego a un criminal, pero no sabe por qué le ha elegido precisamente a él, qué intenciones tiene o qué pretende, aparte de explotar bombas aquí y allá. Si os gusta el cine de acción, se trata de una cinta que no podéis perderos, y si ya la habéis visto, es la temporada perfecta para disfrutarla, preferiblemente con un gran vaso de refresco, porque tanta bomba produce unas polvaredas que agobian un montón.